El faro que alumbraba el mar en 1856 sigue hoy alumbrando el mar. A su espalda, el entorno del Cabo de la Huertaes radicalmente otro. Olvidada durante siglos por su compleja orografía, aquella extensión de tierra que se adentraba en el agua se convirtió a finales del siglo XX en la zona más cotizada de la ciudad de Alicante, una milla de oro surgida a golpe de ladrillo, resultado de una construcción de macroedificios en serie y de los chalets más exclusivos. Un ejemplo más de la postal costera de la provincia.
En la actualidad sobreviven pocas zonas vírgenes en el Cabo de la Huerta, protegidas desde hace años bajo el paraguas de las siglas LIC (lugares de importancia comunitaria). El pasado fin de semana, el secretario autonómico de Medio Ambiente, Raúl Mérida, anunció en este diario la intención del Consell de Carlos Mazón de declararlas ZEC (Zonas de Especial Conservación). «Vamos a declarar el Cabo como ZEC, intentaremos armonizar el entorno y ponerlo en valor, merece ser tratado con la importancia que tiene», explicó.
La decisión afectará en exclusiva a los alrededores de la Cala Cantalar, de una hectárea, porque es el único enclave declarado como LIC terrestre y, por tanto, sobre el que tiene potestad el ente autonómico. El resto de la zona, catalogado como LIC marino, depende del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. «Bienvenidas sean todas las medidas de protección, pero de ahí a decir que se va a conservar el Cabo de la Huerta hay un trecho muy grande», critica Arribas.
La puesta en marcha de la ZEC anunciada por el Consell recoge la protección del «dendropoma lebeche», un pequeño molusco en peligro de extinción, así como del pino carrasco y del resto de la vegetación autóctona.
La zona en la que en el siglo XVI se erigía la torre vigía Alcodre, en jaque por posibles ataques berberiscos y sobre cuya mampostería se levantó el actual faro en 1856, fue un páramo descartado por la huerta, que lo veía yermo y de orografía compleja para el cultivo. Frente a él, en el mar, a la altura de lo que sería luego el Sidi, cuentan que había una isla, la Roqueta, devorada por el mar entre el XVIII y el XIX. La entrada del siglo XX cambiaría la fisonomía del Cabo para siempre hasta convertirlo en un barrio cotizado hasta el extremo, hoy idílico por su ubicación y con facilidades conseguidas a base de unas reivindicaciones que aún siguen, aunque con menor empuje.
Hasta finales de los años cincuenta, el Cabo se mantuvo ciertamente virgen, protagonizando un crecimiento diferente al de su vecina Albufereta, más llana y próxima a la ciudad. «Empezó a haber algún chalet de algún político o noble ilustre del momento seducidos por las vistas que tenía de Alicante», indica el arquitecto Rubén Bodewig. Fueron excepciones porque por lo general aquello continuaba siendo una roca, una elevación con difícil conexión con nada. «No suscitaba mucho interés, la actual avenida de la Goleta era un cañaveral», apunta Bodewig, todo un experto sobre la zona.
El boom urbanístico y expansionista del país en los sesenta atrajo al turismo y los más pudientes de la ciudad comenzaron a ver con otros ojos la zona del Cabo de la Huerta. «Fue la gran evolución», reflexiona Bodewig. Fue apareciendo el ladrillo, aunque de manera desordenada. Algunos adosados como los apartamentos La Ratita, promovidos por la artista andaluza Antoñita Moreno, fueron pioneros en una zona donde más tarde se instalaría el hotel Sidi. En esta década ya iban surgiendo algunas construcciones de Guardiola o de García Solera y los primeros grandes apartamentos fueron Marán y Jorán, Ausiàs March y Bahía de los Pinos.
Así, a bocados, comenzaba a urbanizarse el Cabo, que con el cambio de década comenzaría a coger vuelo con la construcción del añorado y tan querido minigolf o del Tobo, el parque acuático situado al final de la calle Tridente, puntos neurálgicos del ocio de la zona. Aquel barrio que empezaba a asentarse en la camaleónica Alicante tenía necesidades que se irían cubriendo rápidamente. Se abrió un mercado, unas galerías de alimentación que estuvieron activas hasta hace poco y donde hoy luce un bazar.
«Los promotores consiguieron gradualmente ir urbanizando tierras y se planificó un nuevo trazado del barrio con la avenida Condomina y la de Costablanca», recuerda Bodewig. Se fueron quedando sin urbanizar pequeñas porciones de terreno desniveladas, nada rentables para el constructor. Fueron apareciendo los colegios y el instituto a la vez que un centro comercial, el de Venecia, vertebraba buena parte de los establecimientos del barrio. Los años noventa terminaron de culminar el Cabo, que no ha experimentado grandes cambios físicos desde entonces. «El último bocado lo pegaron en la zona de Cantalar, en 2004», lamenta Bodewig, estudioso de una zona característica por su roca caliza y donde incluso se han encontrado pecios romanos. «La zona virgen que queda en el Cabo es lo poco que hay en toda la provincia, hay que preservarla como sea», concluye.
La eterna duda de la «frontera»
Históricamente y ceñido a la terminología geográfica, el Cabo separaba la bahía alicantina con el arenal de la playa de San Juan. En la actualidad los límites fronterizos del barrio son todo un objeto de debate entre vecinos y asociaciones. «Según los intereses, a veces una avenida pertenece a un barrio o al otro, pero en realidad no se sabe con exactitud», explica Ernesto Jarabo, presidente de la Asociación de Vecinos de la Albufereta, acostumbrado a lidiar con esas «okupaciones» entre su barrio, el del Cabo y el de la Playa de San Juan.
En los años ochenta, el movimiento vecinal fue intenso en la ciudad y los residentes en el Cabo fueron de los más activos: «Se consiguieron hitos porque no teníamos nada: el centro de salud, colegios y mejores conexiones con Alicante», cuentan desde la Asociación de Vecinos. «Ahora no hay demasiada reivindicación, más bien se reclama seguridad, mantenimiento de las zonas verdes, parques para perros…».
Sin embargo, en la comunidad educativa sí que se continúa alzando la voz. «Se necesita un instituto en el PAU 5, la saturación en las aulas del IES El Cabo conlleva un deterioro en la educación pública», denuncia Álvaro Montesinos, de la Plataforma por un Espacio Digno para Aprender.
El futuro del barrio
Tratando de volver a acotar la realidad del Cabo (delimitado desde la avenida la Goleta hasta la costa y hacia el este con el edificio La Rotonda), la zona espera para 2025 la creación, en las inmediaciones de la calle Britania, del colegio Almadraba, en la actualidad hacinado en el interior del instituto Radio Exterior. Con incertidumbre se vive también sobre el futuro del faro, donde la APA (Autoridad Portuaria de Alicante) anunció en 2020 que construiría un restaurante. La respuesta vecinal y de los ecologistas obligó al Ayuntamiento a frenarlo y ahora la situación permanece en un limbo.
El Cabo de la Huerta, rescatado del anonimato y explotado durante el siglo XX, aparece hoy en la primera plana de los informes medioambientales, justo cuando queda poco por proteger. Justo cuando los chalets de lujo copan las primeras líneas de playa, las superconstrucciones han deshumanizado el barrio y alguno de sus vecinos se pasa de frenada creyendo tener la potestad de poner puertas al campo y al mar.
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