Los niños de Hansi Flick, y los no tan niños, saltaron a Pamplona como si jugaran con botas de madera. La precisión parecía imposible. El balón se le escurría a Ferran Torres, a Gerard Martín o a Èric Garcia, por mencionar los más evidentes en el toque descontrolado. En el descanso pareció que se pusieron el calzado bueno, de piel o poliuretano, con sus tacos ligeros. El juego combinatorio fluyó y el Barça recortó diferencias. Pero, curiosamente, en cuanto entraron los buenos, léase Lamine Yamal y Raphinha, el equipo se hundió como piedra en un estanque.

Fuente