En «Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menéndez» es difícil saber cuál de las dos versiones que nos plantea la trama es más aterradora: La de los dos hermanos psicópatas que asesinan salvajemente a sus padres para heredar por la vía rápida; o la de los dos jóvenes víctimas de abusos sexuales por parte de su padre que un día decidieron vengarse. La segunda temporada de la mejor serie nacida de la factoría de Ryan Murphy para Netflix se centra en este true crime que impactó a la opinión pública norteamericana durante los años 90.

En menos de una semana desde su estreno, la polémica ya está servida. Desde prisión, el propio Erik Menéndez ha cargado contra la serie de televisión y contra la imagen que ofrece de ellos. Estas críticas han recibido la réplica casi inmediata del propio Murphy, quien sostiene que en la trama se han limitado a dar todos los puntos de vista con total respeto. Aunque en una cosa sí que tienen razón los Menéndez, la serie no es tan imparcial como pretenden decirnos sus productores y sí que desliza que ellos creen que los asesinos mienten. Encuentro lógico que no les haya gustado, porque lo cierto es que no salen muy bien parados.

Con las maletas ya prácticamente a las puertas de la Fox, Ryan Murphy ha logrado otro éxito para Netflix revisitando unos hechos que la Justicia sentenció hace ya casi tres décadas. La primera temporada de Monstruo se centraba en la figura del asesino en serie Jeffrey Dahmer y para la segunda han elegido otro crimen mediático. El título de esta última entrega es en plural (Monstruos), quizás para recalcar que aquí tenemos a dos asesinos, o bien para incluir en el título los supuestos abusos sexuales del cabeza de familia. La elección de Javier Bardem, especialista en personajes oscuros, es todo un acierto para el papel del padre. Es posible que no haya logrado la audiencia de la primera entrega, pero ya es una de las series más vistas de la plataforma y probablemente se mantendrá en el top varias semanas más. Por lo pronto, ya se ha anunciado que la tercera temporada estará centrada en Ed Gein, un asesino en serie que ha inspirado a otros monstruosos psicokillers de la ficción como Norman Bates en Psicosis, Buffalo Bill en El silencio de los corderos, o Leatherface en La matanza de Texas.

Mientras que en otras producciones de Ryan Murphy se revisitaban crímenes del pasado con un sentido crítico y la perspectiva que nos da el tiempo, en el caso Menéndez el guión respalda la versión oficial de aquel crimen ocurrido en Beverly Hills en agosto de 1989. Es bastante curioso que mientras que algunos de los episodios de malos tratos y el ambiente tóxico que existía en el domicilio familiar sí que aparecen recreados en las escenas de la serie, no hay ninguna en la que se muestren los abusos sexuales. Se trata de unos hechos que únicamente conocemos por boca de los dos asesinos. Esto nos sugiere que se trata de una versión que hay que poner en cuarentena. Uno de los peros que hay que ponerle a la serie es que, con esa pretendida objetividad, a veces es confusa al decir qué punto de vista se está contando a cada momento, lo que dificulta completar el puzzle.

En el primer episodio, cuando todavía no habían sido detenidos y parecía que la matanza era obra de la mafia, los hermanos Menéndez sorprenden a todos los asistentes a un acto fúnebre en memoria de sus padres asesinados eligiendo una canción del dúo Mili Vanilly para el que se supone que debía ser uno de los momentos más emotivos del homenaje. La inapropiada selección musical deja totalmente desconcertado al auditorio que se cruzan miradas atónitas mientras esbozan una sonrisa incómoda. Casi al final de la serie, cuando ya han sido condenados, los hermanos siguen usando canciones del mismo grupo para fantasear con el momento de su fuga. Me resulta llamativa la elección de esta banda musical y creo que su uso va mucho más allá que el mero factor nostálgico. Milli Vanilly cayó en desgracia al conocerse que no habían cantado ninguna de sus canciones y que ellos se limitaban a hacer el play back y poner su imagen en los escenarios. Las continuas alusiones al dúo parecen estar diciéndonos que en realidad los hermanos Menéndez son unos farsantes. Al true crime le vienen bien esas libertades de estilo.

Desde el primer episodio, todo está concebido para odiarles. Parecen creerse impunes mientras dilapidan en caprichos y juergas la fortuna familiar cuando ni siquiera se ha hecho público el testamento. La sociedad les ve como dos monstruos, aunque queda por saber si su psicopatía nace de los demonios internos de su infancia vividos en el hogar familiar. Vestidos con su equipación de tenis, deporte para el que su padre les preparaba muy severamente, parecen esa desasogante pareja que nos mostrara Michael Haneke en su película Funny Games. En la serie, los dos hermanos van al cine a ver Batman la noche del crimen para que les sirva como coartada. Una elección cuanto menos curiosa, porque Bruce Wayne asume el manto del hombre murciélago a raíz del asesinato de sus padres. Otras fuentes dicen que en realidad, esa noche la película a la que fueron era Licencia para matar, de la saga James Bond. A su manera, aspiran a ser unos influencers del crimen de la época, que fantasean sobre qué actores les interpretarán cuando lleven al cine su historia.

El quinto episodio de la serie toma una decisión creativa arriesgada para un tiempo en el que el público sigue las series con el móvil en la mano y está acostumbrado a clips cortos de Tik Tok. Todo el capítulo es un plano secuencia que nos muestra la entrevista en prisión de Erik Menéndez con su abogada y en la que va narrando los espeluznantes abusos sexuales que habría sufrido. Los hechos tal cual ellos los contaron, sin ningún tipo de aditivo. El único movimiento de cámara es que, a medida que avanza en su relato, el zoom se va a acercando más al rostro de Erik, quien se supone que es el más vulnerable de los dos hermanos. Un acercamiento que nos permite ver su mirada cuando termina de narrar su historia y que no parece la de una víctima. Resulta paradójico que sea el testimonio de Lyle, el más arrogante e insoportable de los dos, el que logre conmover al jurado durante el juicio. La declaración de Erik, que se suponía que iba a meterse al tribunal popular en el bolsillo, termina siendo desastrosa. Aquí me detengo para señalar que la nota de crítica social que da Murphy a sus series está presente, al reflejar que entre los miembros del jurado había cierta misoginia. La parte masculina del tribunal popular no soporta a la abogada defensora de los dos acusados, muy probablemente por el hecho de ser mujer y les incomoda que ella les hable de abusos sexuales. Cuanto más feministas es su discurso, mayor rechazo les genera.

La historia de los hermanos Menéndez bien podría haber sido la cuarta temporada de American Crime Story, la otra serie de Murphy que, esta vez para la Fox, revisa casos judiciales mediáticos de la historia reciente norteamericana. De hecho, hay hasta cruces con la primera entrega donde se nos contaba el caso de O. J. Simpson y estoy seguro de que si ésta fuera una serie de Fox y no de Netflix hubiera tenido los mismos actores. El personaje de Robert Shapiro, el abogado de la caída estrella del fútbol, asume inicialmente la defensa de los hermanos Menéndez, pero como ya se nos contó en la otra serie él es de los que buscan un acuerdo rápido para rebajar condena lo máximo posible y ellos querían jugar la carta de los abusos sexuales. El caso Simpson aparece de manera constante a lo largo de la serie. El propio O. J. llega a compartir celda con Erik Menéndez. Pero es en el final de la serie donde se hace más presente que nunca. A nadie se le escapa que a los poderosos siempre les ha gustado jugar la carta de la impunidad. La serie sostiene que O. J. Simpson usó la carta del racismo para irse de rositas de un asesinato machista. Del mismo modo que los hermanos Menéndez trataron de usar la carta de los abusos sexuales para lograr la exoneración de sus crímenes. Pero el otro juicio les había arrinconado de la agenda mediática y quitado el protagonismo.

Mientras que Milli Vanilly confesaron sus pecados y que eran unos farsantes, los dos reos siguen presentándose como las víctimas y no como los verdugos. El demoledor informe final del fiscal en el último episodio hace que su relato se desmorone como una gelatina. La serie no quiere frivolizar con un asunto tan serio como son los abusos sexuales, pero deja claro que ellos no han creído a los Menéndez. A los asesinos no les ha hecho gracia, pero el objetivo no estos títulos no debería ser el de complacerles.

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