El 28 de marzo de 1979 Estados Unidos estuvo cerca de vivir su particular Chernóbil. La central nuclear de Three Mile Island, en Pensilvania, sufrió el accidente más grave de la historia del país cuando el núcleo de uno de sus reactores colapsó, disparando su temperatura y virtiendo gases radioactivos a la atmósfera. La catástrofe, que según Greenpeace aumentó los casos de cáncer y leucemia en las localidades vecinas, obligó a las autoridades a descontaminar durante décadas el motor afectado. El otro siguió operativo hasta 2019, cuando los problemas financieros llevaron al cierre de la planta. Ahora, la fiebre por la inteligencia artificial (IA) podría revivirla y, con ella, los temores de los activistas climáticos.
El pasado viernes, Microsoft anunció un acuerdo sin precedentes por el que compraría el 100% de su energía durante 20 años. De aprobarse, sería la primera vez que EEUU reactiva una central nuclear desmantelada y la primera vez que toda su producción se pone al servicio de una única compañía y no de la comunidad. El gigante informático lograría así hacerse con 835 megavatios, la potencia necesaria para alimentar unos 800.000 hogares. Las cifras del contrato son por ahora un misterio.
Más IA, más energía
El acuerdo de Microsoft ilustra el creciente interés de la industria tecnológica por la energía nuclear. Ese giro se debe a la frenética apuesta del sector por la IA, una tecnología que exige un consumo energético particularmente voraz. Una respuesta generada con ChatGPT, por ejemplo, necesita entre unas 10 veces más de electricidad que una búsqueda en Google. Para que el despliegue comercial y de inversiones en IA siga adelante, Silicon Valley sueña con un «gran avance energético» –confesó en enero Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI– como la fusión nuclear.
Mientras esta no llega, la necesidad de encontrar una fuente energética masiva, fiable y sin emisiones de dióxido de carbono (CO2) está empujado el sector a apostar por la fisión atómica, considerada «limpia». Un tercio de las plantas nucleares de EEUU ya están negociando acuerdos con multinacionales tecnológicas como Amazon para alimentar sus intensivos centros de datos, según ha informado The Wall Street Journal. «Contratan a las nucleares para garantizar su suministro a un precio fijo que esquiva las fluctuaciones de otras fuentes como el gas o las energías renovables«, explica explica Lluís Batet, catedrático de Ingeniería Nuclear y profesor de recursos energéticos de la Universitat Politècnica de Cataluña.
La apuesta por la energía nuclear va más allá del sector tecnológico. Los 14 bancos más grandes del mundo aseguraron el lunes que apoyan el plan para triplicar su potencia mundial para 2050. Su misión, según la Organismo Internacional de Energía Atómica, es que esta fuente sea una aliada de las renovables para impulsar la transición ecológica.
Dudas de los activistas
Aunque la energía nuclear no emite gases de efecto invernadero, su resurrección entre el sector digital también preocupa a algunos expertos medioambientales. Por un lado está el temor un posible accidente que ocasione desastres como el de Fukushima, un riesgo que según Batet, también Director del Máster en Ingeniería Nuclear de la UPC, está «sobredimensionado».
Por otro, está la gestión de los residuos nucleares, altamente radioactivos, que por ahora se almacenan de forma sellada bajo tierra. Aunque el experto aprueba esa solución, organizaciones medioambientales como Greenpeace denuncian que se trata de un parche temporal, pues «incluso el almacenamiento geológico profundo no ha conseguido demostrar que será capaz de albergar los residuos sin fugas radiactivas durante los miles de años que será necesario». Países como Japón ya reciclan el combustible gastado en los reactores nucleares para transformarlo en energía y reducir así su impacto futuro.
La IA también revive el gas y el petróleo
Actualmente, los centros de datos consumen cada año entre un 1% y un 2% de la energía global, casi el doble que España. Si toda esa potencia proviniese de fuentes nucleares se necesitarían entre 50 y 60 centrales. Sin embargo, la expansión comercial de la IA hace que en 2030 esa demanda pueda dispararse un 160% hasta alcanzar el 4%, según una proyección de Goldman Sachs.
Para las Big Tech, la energía nuclear no es suficiente. Es por eso que su ambición comercial se apoya cada vez más en los combustibles fósiles, principales responsables del cambio climático. Una investigación de The Atlantic ha destapado que Microsoft vende a ese sector las herramientas que usan para encontrar y explotar nuevas reservas de petróleo y gas. Aunque esa alianza no es nueva, la IA abre la puerta a una oportunidad de negocio de hasta 75.000 millones de dólares al año. La sed de energía para alimentar esta tecnología está haciendo que «las empresas energéticas de EEUU planifiquen nuevas centrales de gas natural al ritmo más rápido de los últimos años», según ha señalado Bloomberg.
Esa codicia está perjudicando el planeta: según los cálculos de The Guardian, las emisiones contaminantes de los centros de datos de Google, Microsoft, Apple y Meta son probablemente un 662% superiores a las que han comunicado. Como dejó entrever el gigante de las búsquedas web en su último informe, la IA no hará más que acentuar el incumplimiento de sus promesas de sostenibilidad: «A medida que la integremos en nuestros productos la reducción de emisiones puede ser un reto».