Un día antes de que el huracán Helene tocara tierra en Florida, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA) de Estados Unidos ya había subido un vídeo a su página web y a sus redes sociales grabado desde el centro mismo de la tormenta. Las espectaculares imágenes fueron captadas por uno de sus aviones caza huracanes, al mando de pilotos que, al contrario de lo habitual, vuelan directamente al ojo del huracán para recopilar unos datos que pueden llegar a ser cruciales para salvar vidas.

En los últimos años los expertos están teniendo problemas a la hora de estudiar el comportamiento de los huracanes, que se están intensificando y alcanzado las categorías más altas -y más catastróficas- cada vez más rápido. En ese contexto, estos aviones (manejados por la NOAA, la Marina y la Fuerza Aérea estadounidense), cobran aún más importancia, porque ayudan a comprender mejores estas tormentas y a pronosticar cómo actuarán los que, según la NASA, son los «eventos meteorológicos más poderosos de la Tierra».

En concreto, los equipos de caza huracanes de la NOAA constan de varias personas. Por supuesto hay pilotos, pero también ingenieros de vuelo para monitorear los sistemas de la aeronave y un navegante para determinar la guía de ruta y rastrear el movimiento de la tormenta. La misión científica es dirigida por un director de vuelo, que cuenta también con un operador del sistema de datos para garantizar que los diversos sistemas de la misión se comuniquen entre sí y un operador de sonoboya y sonda de caída, que despliega los sensores en la tormenta.

La tripulación de un caza huracanes suele recibir el aviso de vuelo 48 horas antes. Y entre dos y tres horas antes del despegue, comienzan los preparativos. Los pilotos, el director de vuelo y el navegante se reúnen con el personal del equipo científico para revisar la ruta, el perfil de la misión, los objetivos de recopilación de datos, el desarrollo actual y previsto de la tormenta, los peligros esperados y el clima para el despegue, el aterrizaje y la parte en ruta.

El comandante Scott Price, que se retiró del Cuerpo de la NOAA en 2019 después de 20 años de servicio, relató en la página web de la propia agencia que la única manera que tenían de entrenar era ponerse a prueba con los huracanes reales: «Es imposible simular con precisión el ojo de un huracán. Hacerlo durante una tormenta es la única forma de experimentar la capacidad de respuesta del avión, las características de vuelo, la coordinación de la tripulación y la respuesta visceral que se produce al atravesar una pared de viento y lluvia mientras estás a los mandos».

Price sabe de lo que habla. En septiembre de 2008, a las dos de la madrugada, se le encomendó su primera misión: volar al corazón de la tormenta tropical Kyle. «Cuando nos acercábamos al centro de la tormenta en medio de la oscuridad total, un relámpago iluminó momentáneamente el cielo y silueteó las enormes nubes que estábamos a punto de atravesar, que luego se desvanecían en la oscuridad tan rápido como aparecían. Fue justo después de uno de esos relámpagos cuando pensé ‘¿Cómo diablos he llegado aquí?'».

Siete años después, en 2015, también le tocó trabajar durante el huracán Patricia, que para el comandante fue su mayor reto. No es para menos, porque la tormenta se intensificó de tal manera que acabó convirtiéndose en el huracán más fuerte jamás registrado. A lo largo de tres misiones, el equipo de Price se encontró una tormenta radicalmente diferente cada vez que volaron hacia ella. «Nuestro equipo, que era relativamente joven, superó varios desafíos para entrar y salir de manera segura de una tormenta de ese calibre. Fue uno de los momentos más gratificantes de mi carrera», aseguró.

Pilotos con dedicación completa

Habitualmente, una misión de este estilo dura aproximadamente ocho horas. Y si la tormenta se desplaza lentamente, es común que los pilotos deban trabajar durante seis días seguidos. Por eso la NOAA admite que este trabajo afecta directamente a la vida personal de sus aviadores. Pero su labor es clave. Entre otras cosas, la información que logren recoger se utilizará para determinar si hay que evacuar a alguien o si los negocios deben echar el cierre. Así que, por el camino, también pueden ahorrar millones de dólares.

«Se necesita una cantidad significativa de preparación para desplegar una tripulación completa en una variedad de lugares internacionales. Los horarios de trabajo y sueño de la tripulación a menudo deben ajustarse para garantizar que cada miembro esté adecuadamente descansado para el despegue», explicaron desde la NOAA. Y añadieron: «El entrenamiento de un piloto comercial y el de un caza huracanes difieren marcadamente. El mundo de la aviación comercial entrena a sus pilotos para evitar las inclemencias del tiempo, mientras que los pilotos caza huracanes están entrenados para volar a través de las peores tormentas de la Tierra, una y otra vez».

Con todo, los pilotos se siguen poniendo nerviosos antes de cada vuelo. Pero son capaces de controlarlo. Price lo ilustra: «No importa cuántas veces volemos hacia estos sistemas, la inclinación natural del piloto que hay en mí a evitar las inclemencias del tiempo nunca desaparecerá por completo y, en última instancia, ayuda a fomentar mi inmenso respeto por cada tormenta a la que nos acercamos. Observar el ciclón objetivo agitarse en el bucle de radar durante la sesión informativa de la misión generalmente despierta esa ansiedad y también ayuda a fundamentar mi preparación mental para el vuelo que se avecina».

Aviones especialmente preparados

Para estas misiones la NOAA utiliza dos tipos de aviones, que tienen su base en el Centro de Operaciones de Aeronaves del Aeropuerto Internacional Lakeland Linder (Florida). Por un lado, cuentan con dos turbohélice de cuatro motores Lockheed WP-3D Orion, apodados cariñosamente Kermit y Miss Piggy (los nombres originales de la rana Gustavo y la cerdita Peggy de El show de los Teleñecos). Ambos se utilizan para llegar hasta el ojo del huracán e investigar los cambios de vientos y de presiones, así como de humedad y temperatura, lo que proporciona una visión detallada de la estructura de la tormenta y su intensidad.

Además, en la cola están equipados con una serie de radares que escanean la tormenta vertical y horizontalmente, lo que permite obtener una visión en tiempo real del huracán. Y pueden desplegar sondas para registrar la temperatura del mar. En las misiones también juegan un papel importante a la hora de calcular la velocidad del viento sobre el océano y la tasa de lluvia, que son los indicadores clave de las mareas de tormenta potencialmente mortales.

Los P-3 de la NOAA participan en misiones de reconocimiento de tormentas cuando así lo solicita el Centro Nacional de Huracanes. Y han colaborado en una amplia variedad de programas nacionales e internacionales de investigación meteorológica y oceanográfica, incluso en otros continentes como Europa. «Algunas de estas investigaciones sirvieron para mejorar los pronósticos y estudiar los efectos de El Niño, los gases atmosféricos y los aerosoles sobre el Atlántico Norte, los complejos de tormentas convectivas a gran escala en el Medio Oeste y las tormentas invernales que azotan los estados costeros del Pacífico de los EE. UU», expresaron desde la agencia.

La otra aeronave que maneja la NOAA para estos temas es el Gulfstream IV-SP (G-IV), capaz de volar cerca de 7.500 kilómetros a una altitud de casi 14.000 metros. Su labor es sobrevolar la tormenta por encima para analizar los sistemas meteorológicos en la atmósfera superior que rodean a los huracanes en desarrollo. Los datos del G-IV también complementan los datos críticos de investigación a baja altitud que recopilan los P-3.

La misión del avión cubre miles de kilómetros cuadrados alrededor del huracán. Aunque la NOAA también ha utilizado el G-IV para recopilar datos importantes antes de las tormentas invernales y estudiar los «ríos atmosféricos», estrechas franjas de humedad que se forman regularmente sobre el Océano Pacífico y fluyen hacia la costa oeste de América del Norte, empapándola de lluvia y llenándola de nieve.

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