Con tan sólo 33 años, Sally Rooney (Castlebar, 1991) es ya la novelista más reconocida de su generación. El diario británico The Guardian titulaba el domingo pasado con una convicción que se asemejaba a la de cualquier doctrina religiosa, pese a los interrogantes retóricos: «¿Existe algún escritor mejor [que Rooney] en este momento?». La irlandesa es la voz de una generación, y los datos le avalan: sólo en España se han vendido 150.000 ejemplares de sus tres primeros libros, según informa su editorial, Penguin Random House.

De ella se llegó a decir que es la autora de la «generación Snapchat» (aunque todo vaya tan deprisa que ahora casi nadie recuerde al alegre fantasmita) y, en 2022, la revisa Times la consideraba una de las 100 personas más influyentes del año. Rooney es en sí misma un fenómeno, una estética, en la que predominan la añoranza y la complejidad de las únicas relaciones que realmente importan: las relaciones humanas.

Así, hoy se publica Intermezzo (Penguin Random House, 2024), la cuarta novela de la autora que cosechó un gran éxito tras la publicación de Dónde estás, mundo bello (2021), Conversaciones entre amigos (2017) y, sobre todo, Gente Normal (2018), ganadora del premio Costa Book a Mejor Novela de ese mismo año, y catapultada a la fama por la serie homónima de 2020.

La novela trata de dos hermanos, Peter e Ivan, quienes, tras la muerte de su padre, buscan una oportunidad en los vínculos con las personas que les rodean y, a su vez, entre ellos mismos. Todos los temas recurrentes de Rooney están presentes en Intermezzo, no pudiendo desligarse de una autora que ahonda en la literatura para quizá poder vivir así otras vidas. Para omitir el pensamiento latente de que sólo se tiene una.

Una jugada inesperada

A Rooney es difícil seguirle la pista. Se podría decir que es la milenial menos milenial del mundo: huraña con su vida privada, la autora vive con su marido en la campiña británica, sin redes sociales y sin conceder entrevistas (para Intermezzo únicamente ha concedido dos, a The New York Times y The Guardian). La fama es el infierno para ella.

Y los personajes de su obra actúan como reflejo de la propia autora. Buscando un escape de la sobreestimulación capitalista, son conscientes de que, en comunidad, es la única manera de poder tener relaciones mutuas con los demás. El sexo, tan presente en Intermezzo como en el resto de sus novelas, se convierte en una lucha frente al individualismo que parece querer dominarles. Buscan tener conexiones humanas con las que poder mostrarse vulnerables sin tener que sufrir por ello.

La autora reconoce que «hay algo cristiano en su trabajo», moldeando las almas de unos personajes que, al igual que ella, se preguntan cómo pueden vivir correctamente en tiempos de crisis . Ivan, por ejemplo, es un reservado ajedrecista que, tras conocer a Margaret, una mujer catorce años mayor que él, encuentra a alguien con quien poder sincerarse sin sentirse juzgado y ella, por su parte, alguien con quien aceptar que no todo es inconexo y mucho menos coherente.

Juego de poder

Por otro lado, Peter es un exitoso abogado de 32 años que necesita medicarse para sentir que tiene orden en su vida. Sigue compartiendo cama con Sylvia, su antiguo amor universitario y, seguramente, aquel que está esperando durante toda su vida. Pero, ante la imposibilidad de mantener relaciones sexuales con ella, conoce a Naomi, una estudiante de la edad de su hermano pequeño a la que decide mantener económicamente.

Un tejemaneje de personajes presentes en un juego de poder ya recurrente en las ficciones de la autora. Valientes que descubren cómo es entregarse a alguien en el momento más vulnerable de tu vida. Al igual que Connell y Marianne (protagonistas de Gente Normal), los personajes de Intermezzo son más nosotros que nosotros mismos y, en su conversación, la autora siembra las dudas y el malestar de una prole a la que se tilda de exigente.

Una lectura política

Sin embargo, y en palabras de la autora a The New York Times, Rooney reconoce la posición privilegiada en la que el éxito de sus libros le ha colocado y, de esa manera, «del poder que tengo para intervenir en las conversaciones públicas». Consciente de la obligación moral que la fama lleva consigo, la autora no duda en criticar aspectos políticos como son el «genocidio» de Israel en Palestina, aprovechando la primera lectura pública de Intermezzo ayer en Londres para discutir sobre ello.

Un conflicto que ya denunció en 2021 al lanzar un comunicado en el que explicaba que no cedería los derechos de su novela Dónde estás, mundo bello a una editorial israelí, reconociendo, eso sí, el trabajo de traducción al hebreo que Katyah Benovits hizo con sus dos anteriores novelas. «En Irlanda, la historia del boicot a Sudáfrica en respuesta al apartheid sudafricano es algo de los que nos sentimos muy orgullosos, en términos de nuestro legado nacional. No podía justificarme a mí misma sin hacer lo que todos estos grupos de la sociedad civil y sindicatos me pedían», declaraba. Con los derechos de traducción de Intermezzo, Rooney ha mantenido su postura.

Sus novelas no pierden el espíritu político y marxista del que la autora no reniega, y de la conciencia de clase de la que espera no despegarse nunca. En 2021 lo manifestaba en una entrevista a El País: su estatus de nueva rica no le impedía defender la abolición del capital privado. «Lo que no entiendo es por qué yo tengo que ganar mucho más que personas que realizan trabajos fundamentales para la sociedad, como mi marido, que es profesor de matemáticas, o los profesionales en primera línea de la pandemia: médicos, enfermeras, limpiadores o repartidores. Es imposible imaginar dónde estaríamos si todos hubieran dejado de trabajar y hubieran decidido que iban a ser novelistas. Lo mínimo que puedo hacer es no cambiar de opinión simplemente porque ahora gane mucho«. Se puede pensar lo mismo teniendo mucho que teniendo poco. «Es una cuestión de coherencia. O de decencia».



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