Es fácil empatizar con Iñaki Peña porque, al fin y al cabo, sentirse ninguneado cuando deberías estar feliz es de lo más humano. Él, condenado a ser un portero para las urgencias, nunca para la estabilidad y la bonanza, se encuentra con que, caído el tótem Ter Stegen, el Barça se apresura en cubrirse las espaldas con un veterano como Szczesny. Siendo comprensible la postura de su club ante la extrema inexperiencia y bisoñez de los que vienen detrás, quizá Iñaki Peña sólo pueda ver ahora la parte más cruda de la historia: ante la gran oportunidad de su carrera –aunque sea por desgracia ajena–, la confianza es para el que está por venir, no para el que siempre estuvo. La vida.

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