A lo largo de casi seis décadas, el cineasta griego Costa-Gavras se ha dedicado en cuerpo y alma a denunciar las miserias del sistema, las instituciones y la sociedad en general a través de sus películas, y casi nunca ha tenido reparos a la hora de recurrir al más tosco didactismo para hacerlo. En ese sentido, el largometraje que hoy ha presentado a competición en San Sebastián, con 91 años, de ningún modo supone una excepción. Mientras contempla a un afamado filósofo francés enfrentado a su propia mortalidad que estrecha vínculos con un médico dedicado al cuidado de enfermos terminales, ‘El último suspiro’ pretende funcionar a modo de homenaje a la medicina paliativa y de reivindicación del derecho a una muerte digna, y para ello se sirve de un relato apoyado en una sucesión de casualidades, y en personajes que solo existen para dar información machacona acerca del asunto. Si los festivales de cine premiaran las buenas intenciones, sin duda sería favorita para acabar en lo más alto del palmarés.
Mucho más riesgo y más creatividad se detectan en ‘El llanto’, que es el primer largometraje de Pedro Martín Calero -aclamado director de cortos, publicidad y videoclips- y la nueva película coescrita por la guionista Isabel Peña, colaboradora habitual de Rodrigo Sorogoyen. También aspirante a la Concha de Oro, la película se sirve de la retórica del cine de terror para hablar de miedos que no tienen nada de paranormal. Mientras retrata por partes a tres mujeres pertenecientes a dos épocas distintas que son acechadas por un mismo ente maligno, Martín Calero exhibe una precisión narrativa y estilística francamente imponentes. Entretanto, se muestra decidida a generar tensión en todos y cada uno de sus planos, y se las arregla para conseguirlo en la mayoría de ellos.