Con un solo cruce de miradas, a Khairiya Ayad se le llenan los ojos de lágrimas. «¿Puedes ayudarme?», implora. A continuación se destapa el pecho para mostrar una gran cicatriz. «¿No me podrías dar algo de dinero?», exige de primeras. Con ella, lleva las pocas medicinas que ha podido recoger. «Es el corazón, el colesterol, el azúcar…», enumera esta libanesa de unos 50 años. A su lado, su hija Salma, de 21 años, la consuela. «Tranquila, mamá, ya está todo bien», le dice con ternura en la voz. «Ayer tuvimos que abandonar nuestro pueblo, Israel empezó a atacarnos», explica Salma a EL PERIÓDICO, mientras lleva cuatro valiosas bolsas con comida y productos higiénicos al interior de su nuevo refugio.

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