1.Mañana. Plaza del Príncipe Alfonso. Los componentes de la numerosa comitiva gimnastiquista avanzan jubilosos tras la bandera barrada cuando, recién atisbada la estatua del gran monarca, ven dibujarse en lontananza una estampa ciertamente llamativa, en realidad insólita. De aquel lado de la plaza, apenas ocultos por los metrosideros del Parterre y amparados bajo su flamante enseña blanca, recién salida de la Gran Fábrica Justo Burillo, caminan en dirección a su posición cientos de aficionados del Valencia. Habida cuenta del turbulento historial de relaciones entre ambas sociedades, cuyo último capítulo -el sonado traspaso de Enrique Molina- todavía depara encendidas discusiones y algún que otro golpe, el observador imparcial (o el agorero de turno) se prepara para lo peor.
Los temores, sin embargo, acaban resultando infundados al adueñarse de la escena, casi por arte de magia, una inusual sensación de paz y concordia. Otorgamos la palabra a Manuel David, cronista de «La Correspondencia de Valencia», y Amador Sanchis, alma máter del club azulgrana y voz deportiva del «Diario de Valencia»: «(…) sus banderas se encontraron; el momento fue solemne; sin titubeos, inclináronse ambas, se saludaron, porque ellas representaban deporte, nobleza, y en tan alta representación, no cabía otra cosa más que un fuerte abrazo de hermanos», relata David. «Podrán los aficionados llamarse gimnastiquistas o valencianistas; podrán, por algún momento, ser vencidos por las flaquezas humanas, pero las banderas que cobijan a ambas Sociedades jamás se mancharán de pasión, pues fueron bendecidas por Dios, y ante millares de entusiastas se cruzaron y fundieron en una sola, separándose en medio de una gran emoción y lágrimas que hizo correr la fe», explica, en pleno arrebato místico, el ideólogo granota.
2. Tarde. Mestalla. Al concluir la última nota del nuevo himno, ejecutado con impecable precisión por la Unión Musical y el orfeón El Micalet, un puñado de veteranos del Bar Torino apenas pueden contener las lágrimas. Las notas compuestas por Lolita Soriano, profesora del Conservatorio, proporcionan empaque a la barroca letra pergeñada tiempo atrás por el malogrado Bernardo Duties. Bernardo, sí. El viejo amigo de las Escuelas Pías que, recuerdan los Leonarte y compañía con nostalgia, se entregó con fervor a la causa del Valencia hurtando tiempo a sus procesos y pleitos. Bernardo, que no ha llegado a ver el estadio con el que soñó, ni la victoria definitiva sobre el Gimnástico, consigue un triunfo póstumo al legar para la posteridad una canción que acompañe a su club en sus jornadas de gloria.
3. Tarde. Camino Hondo. Las últimas luces del día se apagan en la ciudad mientras el escaso público del estadio, ajeno a los festivales del Stadium y Mestalla, jalea a un grupo de chavales del vecino barrio marinero. Hay quien ya los llama ‘Los Invencibles’ por su inmaculado registro de victorias. Para no desmerecer tan llamativo sobrenombre, los críos cierran la tarde goleando al tercer equipo del Valencia, que viste una curiosa camiseta verdiblanca. Los vítores de los animosos -y esperanzados- seguidores del Levante dan carpetazo a un 21 de septiembre mágico. A una jornada grande en la historia del fútbol local.
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