En una misma tarde, pasó de todo. Se quebró la rodilla derecha de Ter Stegen dejando una imagen desconsoladora, lleno de lágrimas. Roto el portero, el Barça de los niños se levantó con grandeza para firmar un triunfo inmenso abatiendo a un valiente Villarreal, al que dejó sin respuesta. Necesitó los goles de Lewandowski, que luego falló hasta un penalti, la personalidad de unos jóvenes que debían estar en el Barça Atlètic, las diabluras de Lamine Yamal, algo que por rutinario no deja de ser sorprendente, y la entereza futbolística para atenuar el vacío que deja el meta alemán con esa grave lesión.
En una tarde en la que Marc Casadó apareció para darle tranquilidad, firmando el Barça seis victorias en seis partidos (18 puntos de 18) abriéndole la puerta Flick a los jóvenes de La Masia, que iban desfilando con la autoridad que no se le suponía, tal como si estuvieran en el jardín de la ciudad deportiva: Sergi Domínguez, Gerard Martín, Eric García, Lamine Yamal -su descomunal asistencia a Raphinha en el 1-5 es una obra de arte-, Iñaki Peña, que suplió al alemán, Casadó, Cubarsí, Pau Víctor, Héctor Fort... No, no era el Barça B. Ni mucho menos.
El partido estaba divertido, aunque acabó con ambiente de funeral por la grave lesión de Ter Stegen, pero llena de alegría y orgullo para el universo culé. Divertido para el público, atractivo para la gente y, tal vez, inquietante para los dos entrenadores. Pero tanto Marcelino como Hansi Flick no podían gobernar desde el banquillo el ritmo, eléctrico y vibrante, que se vivió en el moderno Estadio de La Cerámica. Pero no tuvo mejor homenaje Ter Stegen que la dimensión de una victoria espectacular.
Al Villarreal, pasivo como estaba aunque era, en realidad, todo un engaño, le venía bien que el Barça inédito diseñado por el técnico alemán -tres rotaciones y con tres jóvenes inusuales en el once como Sergi Domínguez, Gerard Martín y Pablo Torre- quisiera la pelota. La tenían los azulgranas, pero el ‘submarino amarillo’ volaba cada vez que la recuperaba. Basta ver la velocidad por la banda derecha que desplegó Pepé provocando una felina intervención de Ter Stegen. Redimiéndose el meta alemán con las manos tras el error cometido con los pies en Mónaco.
En un partido de ida y vuelta no había lugar para la tregua. Ni para el descanso. Álex Baena, una delicia de futbolista, dejaba pases maravillosos cada vez que entraba en contacto con la pelota ofreciendo su inacabable catálogo de pases y controles. Como el que sirvió para Pepé en el prólogo del 1-2 que devolvió la esperanza al Villarreal después de que Lewandowski, con un par de goles, silenciara previamente a un repleto estadio.
Tuvo el Barça capacidad para sortear un inicio complicado. Y encontró la calma a través del balón, tejiendo pases, con la libertad de Raphinha -se movía por donde quería- teniendo al faro del ataque anclado en la banda derecha donde Lamine Yamal se ha transformado, y sin duda alguna, en un monumento al fútbol. Con sus regates, eléctricos y precisos, con sus centros -de ahí nació el cabezazo de Eric García, preámbulo del segundo tanto del polaco en un movimiento digno de un gimnasta retorciendo su cuerpo- y con su disparo repelido por el poste derecho del marco de Diego Conde.
Hasta Ter Stegen se sentía feliz, recuperando el nivel que había perdido, con dos paradas maravillosas. Dos excelentes acciones hasta que salió en busca de ese balón aéreo que venía desde la esquina y crujió todo. Y el silencio se hizo en La Cerámica. De repente, el partido había perdido todo sentido porque el Barça lloraba desconsolado al igual que el meta alemán, quien salía en camilla, consciente de que tenía algo grave, realmente grave.
Rotaciones con los jóvenes
Hasta ese momento (m. 44), el equipo de Flick, con tres inéditos jóvenes al mismo tiempo (Sergi, Gerard y Pablo), había demostrado personalidad para no dejarse intimidar por el potencial del rival. Ni por la velocidad de Pepé ni tampoco por esa soberbia calidad de Álex Baena, a quien el Barça cometía el error de dejarle pensar. Si él pensaba, todos los azulgranas entraban en pánico.
Y más aún en un enloquecido inicio de la segunda mitad cuando se examinaba la rodilla derecha de Ter Stegen en el vestuario y el Villarreal se sentía con energía para acorralar al equipo de Flick. Se desintegró el centro del campo -ni Eric, incómodo en esa posición de ‘seis’, ni Pedri, superado por el ritmo, ni Pablo Torre, suplente en Montilivi; titular con el Barça- tenían argumentos para frenar al desbocado Villarreal.
Entonces, el equipo de Flick agarró la pelota y amansó el partido. Le bajó las revoluciones con una larga y paciente jugada antes de que Pablo Torre soltara un zurdazo desde fuera del área para sellar el 1-3, desviado, y muy a su pesar, por el cuerpo de Costa. Fue lo último que hizo antes de que el técnico lo cambiara, orgulloso de la obra que había construido: asistencia en el 0-1 y gol para acallar a La Cerámica. Luego, un triple cambio que denotaba, una vez más, la precariedad en que vive el técnico. Y el Barça. Sacó a tres chicos que podrían salir directamente del banquillo del Estadi Johan Cruyff. Colocó a Pau Víctor, Pau Cubarsí y Marc Casadó. Con eso queda dicho todo.
Al final emergió la figura de Héctor Fort en un Barça de acné dejando un triunfo que tiene un valor terapuético para un equipo que vive al día completando goleadas espectaculares: 1-4 al Girona en Montilivi y 1-5 al Villarreal en La Cerámica.