Mahsa Amini salía del metro en una calle al norte de Teherán a mediados de septiembre de 2022 cuando la policía de la moral iraní la paró. Según ha recordado después su hermano, que estaba con ella, la interacción fue rápida, violenta, en un suspiro. Los agentes le recriminaron a la joven de 22 años que llevase el velo islámico “demasiado bajo”, y se la llevaron al coche. Allí, supuestamente, le pegaron una paliza que continuaría después en comisaría. Días después, la joven murió en un hospital de la capital iraní a causa de sus heridas. El gobierno persa nunca ha aceptado su responsabilidad en ello.
Pero en los días siguientes al suceso, eso dio igual. La violenta muerte de Amini levantó las iras de miles de iranís, que cada día que pasaba eran más y gritaban más fuerte: “¡Mujer, vida, libertad!”. Sus reivindicaciones pasaron de reclamar primero un Irán más justa con las mujeres a realizar una moción a la totalidad de la República Islámica. El movimiento de protesta tras la muerte de Mahsa Amini movió los cimientos del régimen de los ayatolás en Irán.
El gobierno de los clérigos persas, sin embargo, aguantó, y sigue gobernando el país con mano de hierro. Pero algo cambió durante el otoño de hace justo dos años. “Pese a que las protestas fueron reprimidas, muchos iranís creemos que mucho ha cambiado, y que ya nada es como era antes de Mahsa. Las mujeres somos ahora mucho más valientes. Dudo que puedan ya obligarnos a llevar el velo como lo hacían antes”, explica Foziyeh, una iraní residente en Estambul que precisamente abandonó su país durante los meses de protestas.
“Cuando vuelvo, en muchas ocasiones me dejo el velo caído sobre los hombros. Muchas lo hacemos, sobre todo en los barrios más modernos del norte de Teherán. Claro que tenemos miedo al hacerlo, pero forma parte de la lucha. Creo que es una forma de recordar a Mahsa y de homenajearla”, continúa Foziyeh.
Cámaras de reconocimiento facial
Hace un año, en el primer aniversario de la muerte de Amini, la situación era mucho más oscura que ahora. El gobierno del presidente ultraconservador Ebrahim Raisi, victorioso tras las protestas, endureció su represión contra las mujeres que no llevasen el ‘hiyab’ correctamente, e incluso instaló cámaras de reconocimiento facial por las calles para castigar a las infractoras.
Pero todo cambió por sorpresa, en mayo de este año: Raisi y parte de su gobierno murió en un accidente de helicóptero mientras el presidente iraní volvía de un viaje oficial a Teherán desde Azerbaiyán. La muerte de Raisí provocó la convocatoria exprés de unas elecciones presidenciales extraordinarias que ganó —segunda sorpresa— el reformista y moderado Mesud Pezeshkian, cuya gran promesa en campaña fue la de relajar la obligatoriedad del velo islámico.
En Irán, el presidente es un simple transmisor de las políticas adoptadas por el líder supremo, el ayatolá Alí Jameneí. Así, Pezeshkian no puede terminar con las restricciones a las mujeres, pero sí puede suavizar la represión contra las personas que no cumplen.
“Aún hay un cierto escepticismo en lo que respecta a la profundidad real de los gestos de Pezeshkian. Las mujeres iranís siguen enfrentándose a grandes barreras estructurales y culturales que limitan el progreso hacia una igualdad de género real”, escribe la experta Maryam Rezaeí Zadeh, profesora de la Universidad de Maryland, en Estados Unidos, que continúa:
“Y sin embargo, Pezeshkian parece ser un claro avance respecto a Raisi, bajo cuyo gobierno las mujeres vieron como su código de vestimenta era constantemente vigilado y su participación política y económica era limitada. Cada vez más mujeres salen a la calle sin el velo, y el nuevo gobierno de Pezeskhian ha incorporado incluso a una vicepresidenta mujer”, explica Rezaeí Zadeh. Farzaneh Sadegh, así, es la segunda mujer en toda la historia de la República Islámica que ostenta un cargo ministerial.
Límites a la libertad
El cambio de tono, pese a todo, no ha acabado con la represión. Durante los meses de protestas tras la muerte de Aminí, al menos 551 manifestantes murieron en la represiós. Decenas de miles fueron detenidos, y 10 personas fueron condenadas a muerte.
La ejecución de la última de estas condenas fue hace un mes, en agosto de este año, cuando el manifestante Gholamreza Rasaeí fue ahorcado por supuestamente haber asesinado un miembro de la Guardia Revolucionaria iraní durante las protestas. Asociaciones de derechos humanos persas aseguran que Raseaí confesó su supuesto crimen bajo tortura.
“Cientos de personas en Irán están aún sufriendo las consecuencias de la represión brutal de las autoridades. El gobierno iraní ha asesinado: asesinando y matando a los manifestantes y persigue y detiene a los familiares de los muertos que piden justicia”, ha dicho esta semana en un comunicado la directora regional para Oriente Próximo de Amnistía Internacional, Diana Eltahawy.
Los padres de Amini de hecho, han vivido este mes de setiembre bajo arresto domiciliario: la familia anunció que, en el segundo aniversario de la muerte de la joven, los dos padres querían hacer una jornada de vigilia en la tumba de Mahsa. Las autoridades iranís no se lo han permitido.
“Aunque ahora muchas más chicas se atrevan a salir sin el velo, esto no significa que Irán sea un país mucho más libre —dice Foziyeh—. Las mujeres seguimos siendo ciudadanas de segunda, y yo, personalmente, no soy muy optimista con el futuro… durante las protestas pensaba de verdad que íbamos a acabar con el régimen. No ha sido así”.
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