Han pasado 15 años desde la última vez que el Partido Laborista celebró su conferencia anual ostentando el poder en el Reino Unido. Es quizás por este motivo que muchos de sus miembros esperaban con emoción un cónclave que debía cerrar filas en torno a su líder, el primer ministro Keir Starmer, y reforzar el mensaje de cambio tras más de una década de gobiernos del Partido Conservador. Pero la cita anual de la militancia se presenta en el momento menos oportuno para la formación, con un Starmer criticado por las donaciones recibidas como jefe de la oposición y primer ministro, un grupo parlamentario que ya ha evidenciado las primeras brechas internas y un futuro inmediato nada alentador para el país en términos económicos.

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