La primera derrota llegó cuando menos se deseaba en Orriols. Cuando las sensaciones, reflejadas en la cúspide de la clasificación, crecían en medio de la ilusión de los que sueñan con subir a Primera División. Quizás, en el momento menos indicado, pero en un enfrentamiento donde la dificultad de la categoría, al igual que sus particularidad, demostró que cada fin de semana se deberá sudar para sumar puntos en el casillero. No obstante, la primera derrota del Levante de Julián Calero dolió más por el instante, a pocos minutos del final, debido al gol de un Bazdar que desniveló las dianas en la primera mitad de Soberón y Morales (2-1) y tras ser mejor que su adversario desde la valentía y la personalidad. La miel se queda en los labios de todos los levantinistas, al igual que la rabia de un equipo que se vio capacitado para asaltar un estadio de altura. Sin embargo, el camino es correcto. La implicación es alta y las ganas de conseguir grandes gestas se mantiene, desde la autocrítica y sin abandonar las ganas de crecer en busca de la excelencia. Esta vez tocó cruz, pero, nuevamente, terminará saliendo cara.
Pisar La Romareda, independientemente de la circunstancia, es sinónimo de dificultad. De que si el objetivo es sumar unidades al casillero, conseguirlos será una tarea difícil. De hecho, el sufrimiento, y la manera en la que el Zaragoza apretó en los instantes iniciales fue una demostración que tuvo su consecuencia al cuarto de hora del partido: un penalti de Pampín sobre Francho que colocó Soberón en el fondo de las mallas. Andrés Fernández le adivinó la dirección, pero la ajustada ejecución puso al Levante en alerta. Sin embargo, el revés sirvió para que los de Julián Calero, aturdidos durante el inicio, se ordenasen sobre el terreno de juego, diesen un paso al frente y mirasen de frente a su rival. Pese a ello, antes del tanto de Soberón, Poussin le negó el gol a Carlos Álvarez sobre la línea tras un palo de Roger Brugué, y después, un centro desde la derecha de Andrés García no fue conectado ni por Morales ni por el ‘7’.
Fue la declaración de intenciones de un Levante que mejoró su puesta en escena, mientras, por mediación de sus hombres más talentosos, buscó el empate. Muy cerca estuvo Kochorashvili de conseguirlo, pero no conectó con precisión un pase medido de Pablo Martínez que se fue arriba. Tampoco Pampín, quien después de una internada de Carlos Álvarez hacia dentro, no vio portería en su llegada hacia zonas ofensivas. Más allá de un peligroso lanzamiento de Liso que se estrelló en el palo con colaboración de Andrés Fernández, el Levante se sintió no solo cómodo en el césped, sino con confianza para conectar entre sus figurantes y probar situaciones.
No obstante, fue desde la esquina la forma en la que los de Julián Calero, con el descanso asomándose por los exteriores de La Romareda, puso el empate en el luminoso. Centró Pablo Martínez, desvió Dela y Morales, con la derecha, marcó un gol con suspense ya que Poussin detuvo el disparo en primera instancia. No obstante, el árbitro, tras la revisión del VAR, validó un tanto que rebasó la línea. Fue en el momento idóneo, aunque el Levante insistió en un tanto que consiguió por merecimiento. De hecho, el premio pudo ser mayor instantes más tardes debido a que Poussin puso el pie para negarle la diana a Brugué. Pese a ello, los de Calero terminaron el primer tiempo en fase ascendente, con la intención de machacar a su adversario en la reanudación.
Sin embargo, el Zaragoza, tras el paso de vestuarios, igualó las fuerzas en una segunda parte donde hubo más respeto entre los presentes sobre el terreno de juego, aunque las cartas ya estaban sobre la mesa. Un partido de ida y vuelta, con sus revoluciones y su templanza, en el que Iván Calero intentó aguarle la fiesta a su padre con un derechazo de larga distancia que casi pone en pie a La Romareda. El ‘19’ se metió hacia dentro, recortó, se acomodó el esférico y lanzó un tiro que besó el larguero. El Levante, no obstante, transmitió control y la sensación de que el encuentro pivotaba dentro de su planteamiento, pero con la intención de intentar sorprender. Oriol Rey, superado el ecuador, ejecutó un disparo desde la frontal que se marchó por poco, prácticamente igual que un centro envenenado de Pampín que ningún habitante de área atacó.
El Levante empujó, buscó y acarició la ventaja, pero el golpe llegó cuando el empate se postuló como el luminoso final y en un tramo en el que ambos abrieron sus pretensiones. Un ataque visitante terminó en una descarga a campo propio de Bazdar, controló Azón y le devolvió el cuero a un serbio que, con el interior, superó a Andrés Fernández. La primera derrota llegó seis jornadas después del arranque de una temporada ilusionante, pero, a pesar de ello, el trabajo del equipo y, sobre todo, su compromiso, invita a seguir confiando en el proceso. A que el Levante estará más cerca de las victorias que de las derrotas. Momento de hacer autocrítica y de corregir, pero seguros de que el camino es el correcto.