Quedan 45 días hasta que las urnas de Estados Unidos emitan el dictado de los ciudadanos en la elección entre Donald Trump y Kamala Harris y el país llega a esta recta final de la campaña convertido en lo que Jon Lewis, investigador del programa sobre Extremismo en la Universidad George Washington, define como un “polvorín”.
No es el único experto que ha usado esa imagen, que se hace más que adecuada repasando la situación. En este ciclo ha habido dos intentos de asesinato contra el expresidente y candidato republicano. En los actos de campaña los oradores ahora aparecen con medidas de seguridad reforzadas y protegidos por cristales blindados. Y en Springfield, Ohio, el alcalde se ha visto forzado a hacer una proclamación de emergencia para poder responder a las amenazas, disparadas tras la propagación de un bulo xenófobo contra inmigrantes desde las más altas esferas políticas republicanas y amplificadas en un ecosistema mediático y digital en el que proliferan y se alimentan desinformación, conspiraciones y radicalismo.
Hay más. En decenas de ciudades y estados se refuerzan las medidas de seguridad y las protecciones de trabajadores electorales y centros de voto, desde las elecciones de 2020 sujetos a amenazas crecientes. El Departamento de Justicia se ha visto forzado a crear una unidad especializada en crímenes electorales. Y sobrevuela todo con fuerza el fantasma del asalto al Capitolio, protagonizado por una turba de la que formaron parte integrantes de grupos radicales organizados pero, también, miles de estadounidenses corrientes.
Además, EEUU es hoy un país extremadamente polarizado en el que el oponente político cada vez más se ve como un enemigo existencial. Un sondeo tras otro muestra que cada vez más ciudadanos creen en la violencia como herramienta política. Y eso en una nación con más de 400 millones de armas en manos de civiles (más de 120 por cada 100 residentes).
En un clima político tóxico, el peligro y la inestabilidad en EEUU han dejado de ser una anomalía. Según una encuesta de Reuters/Ipsos de mayo más de dos de cada tres estadounidenses se muestra preocupado porque la violencia extremista estalle tras las eleciones. Y la violencia política, que tiene una larga historia en EEUU pero que buena parte del tiempo transcurría sumergida y aparecía en estallidos puntuales, ahora está “en la superficie y moviéndose con fuerza”, según le decía a ‘The Washington Post’ Barbara Perry, profesora en la Universidad de Virginia que dirige el programa de historia oral presidencial, y definía la situación actual de EEUU como “un descenso por rápidos”.
Punto de inflexión
Lewis, el investigador del extremismo, no quiere hablar de un punto de no retorno pero en una entrevista telefónica sí asegura que “sin duda estamos en un punto de inflexión, en un período muy volátil y cáustico, donde las tensiones están más altas que nunca. Hemos abierto la caja de Pandora”, continúa. “Y desde 2016 en adelante hemos visto una aceptación generalizada de la violencia política”.
Aunque los dos intentos de magnicidio de este ciclo electoral se han producido contra Trump, y él y los republicanos han responsabilizado directamente de los atentados a los demócratas y a su retórica, y también aunque la violencia política de los últimos años ha cruzado las líneas partidistas, los datos señalan a que la presidencia del republicano fue la mayor propulsora de crímenes de odio y ataques motivados por la ideología. Y expertos como Lewis, incluso asegurando que es “responsabilidad de todos bajar la temperatura y denunciar el discurso de odio y la violencia venga de donde venga, y especialmente si viene de tu propio lado”, señalan especialmente a la derecha radicalizada desde la llegada de Trump a la política como principal responsable de la actual situación.
“Se ha normalizado una retórica muy virulenta, llena de odio y deshumanización”, explica el investigador. «Conspiraciones que antes estaban en los márgenes extremos de la sociedad (como la teoría del Gran reemplazo) ahora están siendo aceptadas por cargos electos, por fuentes de noticias importantes y en otros lugares. Se repiten en los pasillos del Congreso y por funcionarios electos a nivel estatal y local y eso importa”, dice.
“Esto”, continúa, “crea las condiciones para que estadounidenses que no forman parte de lo que normalmente definimos como grupos extremistas violentos domésticos sino individuos corrientes sin afiliación, actores solitarios, se sientan inspirados por este tipo de retórica y narrativas para salir y cometer actos de violencia en nombre de estas conspiraciones”. Y se trata de «conceptos movilizadores que trascienden los límites ideológicos estrechos y que pueden reunir a una constelación de actores: desde Proud Boys, Oath Keepers y seguidores de QAnon, hasta anti-vacunas, madres que hacen yoga o tu vecino».
Son afirmaciones que constatan los datos y análisis. Según el Consorcio Nacional para el Estudio del Terrorismo y las Respuestas al Terrorismo la mayoría de la violencia política en EEUU la comete gente que no pertenece a ninguna organización formal. Y el más reciente informe sobre amenazas que realizó el Departamento de Seguridad Nacional identificó el extremismo doméstico motivado por agravios partidistas y conspiraciones antigubernamentales como uno de los principales riesgos para el país, cambiando el foco de las autoridades de grupos a estadounidenses que se han radicalizado y que actúan en solitario.
Muchos 6 de enero en capitolios estatales
En este ambiente tóxico y explosivo preocupan especialmente los potenciales ataques a las elecciones y a los resultados, especialmente en el caso de Trump y sus seguidores si el republicano pierde en unos resultados ajustados en el colegio electoral. Existe el precedente de 2020 y del asalto al Capitolio, y aunque entonces los guardarraíles democráticos aguantaron también quedaron debilitados y no han sido suficientemente reforzados en estos cuatro años, aunque se han dado algunos pasos para intentarlo. Y en agosto en Chicago Patrick Gaspard, que trabajó en la Administración de Barack Obama y ahora preside el Center for American Progress, dijo que en caso de derrota “Donald Trump y los suyos van a apoyar movilizaciones en las calles que podrían llevarnos a múltiples incidentes del estilo del asalto al Capitolio en capitolios estatales en todo el país”.