Dice Pascual Sánchez-Juan (Elche, 1973) que no se especializó en demencias porque tuviese algún caso en su familia que le marcara. Lo hizo»por vocación», porque era y sigue siéndolo «un apasionado del cerebro«. Aunque ha cambiado su forma de mirarlo. Antes, lo observaba a través del paciente, como neurólogo en el hospital. Ahora, trata de descifrarlo ‘desde dentro’, con la investigación.

El director científico de la Fundación CIEN atiende a EL ESPAÑOL con motivo del Día Mundial del Alzheimer, que se celebra cada 21 de septiembre. Estas fechas también son especiales para él porque se cumplen cuatro años desde que se pusiera al frente de esta entidad, dependiente del Instituto de Salud Carlos III y respaldada por la Fundación Reina Sofía, en la que aguardan unos 800 cerebros de donantes para —quién sabe si algún día— encontrar la cura al alzhéimer.

Aún es pronto para hablar de ella, pero no tanto como para hacerlo sobre retrasar el curso de una enfermedad que para 2050 podría afectar a cerca de 150 millones de personas en el mundo. En Estados Unidos, de hecho, ya se han aprobado varios fármacos con resultados prometedores. El último, conocido como lecanemab, no recibió el visto bueno de la Agencia Europea del Medicamento (EMA, por sus siglas en inglés).

Sánchez-Juan cree que este rechazo supone un retraso para Europa. Confía que la decisión definitiva apunte en la dirección opuesta. También se muestra esperanzado ante un nuevo Plan Integral de Alzheimer con el que hacer frente al problema mayúsculo que supone esta enfermedad, ya que en la actualidad «España no está a la altura» de la magnitud que se requiere.

¿Hacia dónde se dirige la investigación actual en la enfermedad del Alzheimer?

Es una pregunta amplia. Desde el punto de vista de los mecanismos de la enfermedad, de saber cuál es la causa, hemos avanzado bastante. No hemos llegado al nivel de detalle de conocer por qué una persona lo va a padecer y su hermano, no. Pero sí que sabemos que es un proceso complejo en el que intervienen muchos factores como, por ejemplo, algunas variantes genéticas.

En el diagnóstico también se ha realizado un gran avance. Hasta hace no muy poco, se diagnosticaba hablando con el paciente. Pero se ha visto que esta fórmula tiene una fiabilidad muy baja. Por ello necesitamos pruebas de laboratorios para caracterizar bien al paciente. Por ejemplo, estamos viendo que hay otras patologías que se asocian a la enfermedad de Alzheimer. 

La tercera buena noticia la encontramos en el campo de los tratamientos. Este año se ha aprobado el primer fármaco anti-amiloide en EEUU, donde ya tienen miles de casos tratados y se está aplicando con normalidad. Debemos celebrarlo porque ha sido bastante decepcionante que durante años no se aprobara ninguno. Ahora llevamos tres en muy poco tiempo.

¿Es una mala noticia para Europa que la EMA haya rechazado este primer fármaco anti-amiloide?

Para Europa, supone un retraso que no se haya aprobado; sobre todo porque en prácticamente todos los países en los que se ha planteado ha sucedido lo contrario. Creo que es inevitable que en Europa termine aprobándose. La mayoría de los neurólogos opinamos que no es una buena decisión.

El argumento de la EMA era que el balance riesgo-beneficio no era lo suficientemente bueno. Pero se podría haber aprobado de una forma más restrictiva, restringiéndolo a aquellos pacientes que tuvieran un menor riesgo de efectos secundarios. Con unos simples mecanismos reducirían muchísimo el riesgo y además podrían hacer una monitorización estrecha.

Una de las características del lecanemab es que tiene un coste elevado. ¿Cree que podrían generarse desigualdades en cuanto al tratamiento de esta enfermedad?

Es cierto que en EEUU el seguro médico lo cubre al 80%, y seguro que por ello tendrá un sesgo. Aunque, desgraciadamente, es común en un país como éste. En Europa, lo que puede ocurrir si finalmente no se aprueba es que haya población muy rica que acuda a Reino Unido o Suiza a administrarse el fármaco.

Muestras de los cerebros almacenados en el Banco de Tejidos de la Fundación CIEN.


Muestras de los cerebros almacenados en el Banco de Tejidos de la Fundación CIEN.

Sara Fernández

¿Es partidario de dar un diagnóstico de alzhéimer muchos años antes de que se manifiesten los síntomas?

Hacer un diagnóstico antes de que aparezcan los síntomas no se justifica de ningún modo a día de hoy porque no tenemos fármacos que cambien el curso de la enfermedad y que hayan demostrado su uso en estos casos. Sí que es cierto que ya hay ensayos clínicos en los que se está testeando.

Si se demuestra que dando estos fármacos a población asintomática pero con patología cambia la enfermedad, pues a lo mejor hay que replanteárselo. Lo que sí que debemos hacer ahora es diagnosticar la enfermedad en las fases iniciales. Y no esperar a que el paciente desarrolle una demencia.

¿Cuáles son esas primeras señalas del alzhéimer?

El mayor indicio de la enfermedad son los problemas de memoria. Uno de los más precoces en un tipo de memoria que llamamos episódica consiste en la dificultad de fijar la memoria a corto plazo en los almacenes a largo plazo; es decir, que no recuerdes lo que has desayunado esta mañana, lo que hiciste ayer o que hagas preguntas repetitivas. Esto es lo más característico de la enfermedad de Alzheimer.

Algunas de las recomendaciones que lanzan los expertos para reducir el riesgo son descansar bien, hacer ejercicio y llevar una vida social activa. ¿En España cumplimos con alguno?

Por desgracia cada vez tenemos menos un estilo de vida mediterráneo, en comparación con lo que éramos antes. Por ejemplo, tenemos la fama de la siesta, pero en España se duerme poco muchas veces, y el sueño es muy importante. Es verdad, eso sí, que tenemos una vida un poco más activa que otros países como podrían ser EEUU.

Pero no diría que tenemos un estilo de vida especialmente protector para la enfermedad de Alzheimer. La dieta mediterránea ha dejado de ser predominante, ahora comemos como en otros sitios. Aun así, tenemos unos índice de longevidad muy alto. Probablemente se deba a que tenemos una buena sanidad. También es cierto que en la población rural el estilo de vida es más sano.

Debemos irnos todos al pueblo.

Sí, al pueblo, pero con un médico de familia cerca [se ríe].

¿Usted mismo se aplica estas recomendaciones?

Sí, me levanto temprano y empiezo el día habiendo corrido, como mínimo, 30-40 minutos. Para mí, si tuviera que dar un único consejo, éste sería el de hacer ejercicio. No sólo es beneficioso por sí solo y ayuda al cerebro, sino que también regula la tensión arterial, los niveles de glucosa o reduce la inflamación. El ejercicio es el factor modulable más rentable si uno quiere hacer algo por su cerebro.

También es fundamental la formación. Como padre, intento que mis hijos vayan generando esa resilencia del cerebro lo antes posible. En este aspecto, sabemos que son muy importantes los idiomas, que estén expuestos desde muy pequeños, y la música, que también es buena para el cerebro.

¿Cree que la población es consciente de esta enfermedad, en comparación con otras que tienen un impacto más directo en el imaginario colectivo?

No, no se valora lo suficiente el problema que suponen las enfermedades neurodegenerativas. Quizás es porque se presupone que afecta sólo a gente mayor. Pero no siempre es así, yo he atendido a pacientes tan jóvenes como de 29 años. Se puede tener alzhéimer a esa edad.

Ahora, cada vez vivimos más y llegamos con unas mejores condiciones. Mi abuela va a cumplir 99 años el mes que viene y está fenomenal. Esto cada vez será menos una excepción, de tal forma que va a ser más importante intentar frenar estas enfermedades por la auténtica avalancha que supondrá. Para 2050, se estima que cerca de 150 millones de personas en el mundo van a tener una demencia. Es una barbaridad.

Muestra del estado de un cerebro de donante con alzhéimer avanzado.


Muestra del estado de un cerebro de donante con alzhéimer avanzado.

Sara Fernández

¿La llegada de esta «avalancha» se está traduciendo en una apuesta por la investigación suficiente en España?

No, no estamos a la altura del reto. En otros países sí que han reaccionado más. En EEUU, por ejemplo, están invirtiendo mucho en investigación. En España no estamos a la altura del reto mayúsculo que supone esta enfermedad, y se debería invertir más en investigación, sin duda.

¿Diría que la inversión ha variado según el partido que haya gobernado en cada momento?

No, porque es un problema transversal. De hecho, debería haber un pacto. La magnitud de la enfermedad es tal que debería existir un consenso, como la que se ha llegado con la ELA. Es el reto clave al que se enfrenta nuestra sociedad. Pero es como en la película del meteorito, que no se quiere mirar a lo que viene, pero viene.

¿Mientras que haya cáncer será difícil avanzar en la investigación contra el alzhéimer?

No, no creo que sea incompatible. A cada uno le toca una enfermedad y tenemos que investigarlas todas. Obviamente el cáncer es una enfermedad que tiene muchísimo peso de morbilidad, pero avances que eran impensables hoy se curan o se cronifican. En las enfermedades neurodegenerativas, creo que estamos empezando a andar este camino. Cosas que ahora mismo nos parecen ciencia ficción, yo estoy convencido de que en unas décadas será realidad.

¿Como por ejemplo?

El retrasar el curso de estas enfermedades con tratamientos que modifiquen la biología. Los fármacos anti-amiloide son el primer paso. Pero ahora mismo se están evaluando muchos más tratamientos que son muy prometedores. Si los utilizamos de forma conjunta y en pacientes bien diagnosticados, van a retrasar el curso de la enfermedad y vamos a poder… No digo cronificar, pero sí alargar mucho la llegada de la dependencia.

Esta dependencia es el verdadero drama para las familias. Un paciente con deterioro cognitivo puede estar fenomenal durante mucho tiempo, pero cuando ya empieza a tener dificultades para hacer las cosas del día a día, ahí es cuando vienen los grandes problemas. Por eso lo ideal sería tratarles cuando tienen la patología pero aún no la han desarrollado. Que puedan vivir mucho tiempo y morirse por otra causa con, como mucho, pequeños olvidos.

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