Por lo que respecta al Premio Donostia que Cate Blanchett ha recibido hoy en el Festival de San Sebastián, la pregunta más adecuada que cabe hacerse no es por qué el certamen ha decidido concedérselo sino, más bien, por qué ha tardado tanto en hacerlo; la suya, al fin y al cabo, es una de esas carreras cuyo repaso quita el hipo. A lo largo de más de tres décadas ha trabajado con autores de la talla de Martin Scorsese, Jim Jarmusch, Wes Anderson, Alejandro González Iñárritu, Peter Jackson, Todd Haynes, Steven Spielberg, Woody Allen, Guillermo del Toro, Richard Linklater, Alfonso Cuarón y Todd Field. Y entretanto ha ganado dos premios Oscar -ha sido nominada ocho veces al galardón-, cuatro Globos de Oro y una Coppa Volpi entre muchísimos otros trofeos; para que el obtenido esta noche le quepa junto a todos los demás,probablemente tenga que hacer obra en el salón de casa. “Creo que no me convertí en actriz con el objetivo de ganar nada o, mejor dicho, con un objetivo en particular”, ha confesado hoy la australiana horas antes de recoger el premio. “Por supuesto, este tipo de reconocimientos son maravillosos, especialmente cuando provienen de los críticos o de culturas que no son la tuya, porque en ese caso el aprecio a tu trabajo que demuestran tiene una importancia añadida. Por eso, estar este año al lado de Javier Bardem estar y Pedro Almodóvar dos de los grandes del cine actual, resulta muy significativo para mí”, ha añadido en referencia a los otros dos destinatarios de un galardón honorífico en esta edición del festival.

La filmografía de Blanchett incluye 60 largometrajes completados y otros tres en distintas fases de producción además de una docena de trabajos televisivos, por lo que es comprensible que no le resulte fácil escoger un favorito entre todos los cineastas con los que ha trabajado. “En realidad, no valoro solo las oportunidades de trabajar con determinados directores sino también mis colaboraciones con los cinematógrafos, con los diseñadores de vestuario, con los responsables de maquillaje, con los guionistas y, por supuesto, con otros actores”, asegura. “En todo caso, en general siento mucha gratitud por los directores que me sorprenden, y que ven en mí cosas que yo misma era incapaz de ver. Y creo que la última vez que noté ese tipo de conexión fue con Todd Field durante el rodaje de ‘Tár’”, añade, en referencia al personaje que le proporcionó su última nominación al Oscar hasta la fecha. “Inicialmente, ese papel fue como una montaña que yo no sabía cómo escalar, y que me daba mucho miedo. Gracias a Dios, hace mucho que yo aprendí a convertir el miedo en entusiasmo”.

Es una enseñanza que recibió del teatro, disciplina de la que confiesa que, hoy día, sigue siendo su gran pasión. “Porque me permite mantener un contacto estrecho con el público”, concreta. “Cuando trabajas en el cine sueles mantenerte a distancia del público, especialmente en este tiempo presente en el que tu trabajo a menudo se proyecta en ‘streaming’, y por tanto resulta difícil calcular los índices de audiencia. Para mí, la cantidad de espectadores es un dato importante, pero no por motivos comerciales. Me importa saber cuánta es la gente con la que logro conectar”.

En busca del Papa

También el alemán Edward Berger se ha acostumbrado a ganar premios, concretamente gracias al reconocimiento que obtuvo alrededor del mundo gracias a ‘Sin novedad en el frente’ (2022). Si aquel drama antibelicista retrataba la angustia de un joven soldado durante la Primera Guerra Mundial, la película con la que ahora aspira a obtener la Concha de Oro en el certamen vasco, transcurre en un campo de batalla muy distinto, menos sangriento, pero posiblemente casi tan brutal: el proceso de elección de un nuevo Papa, durante el que los cardenales del Vaticano se recluyen para deliberar y que, al menos en este caso, conlleva varios puñales clavados por la espalda y la caída en desgracia de más de una figura eclesiástica de alto nivel.

Basada en la novela homónima publicada por Robert Harris en 2016, ‘Cónclave’ hace ademán de examinar el papel de la Iglesia en el mundo después de los escándalos sexuales por los que se ha visto azotada y de preguntarse cuánto es posible modernizar la institución sin hacerla perder su esencia, pero lo cierto es que esos asuntos no llegan a ser explorados como sin duda habrían merecido. Resulta mucho más eficaz mientras se centra en funcionar a modo de variación de un relato de Agatha Christie en la que Ralph Fiennes encarna a un honorable sacerdote que bien podría haberse llamado Hércules Poirot, y en la que se van apilando revelaciones de secretos, conspiraciones e insospechables giros argumentales. Es una película francamente admirable por la cantidad de suspense que logra generar casi en exclusiva a través de escenas en las que actores con sotana se hablan los unos a los otros a menudo entre susurros, y por la elocuencia con la que sugiere que en el seno de la jerarquía eclesiástica imperan dinámicas de poder, posturas ideológicas aberrantes y egos desmesurados similares a los que definen la política

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