No se trata de criminalizar, ni mucho menos. Soy perfectamente consciente de que la música que ha marcado las calles durante décadas no promueve la delincuencia, sino que más bien la refleja, porque existe. Sin embargo, admitamos que lo ocurrido estos días con Sean Combs, Diddy o Puff Daddy nos deja con esa sensación de otra vez lo mismo, como si fuera una repetición constante esa relación entre rap y delincuencia.
Por cierto, para los despistados, ubiquemos al artista que ha sido noticia por sus líos con la justicia. Sí, fue el que se atrevió a agarrar los acordes mágicos de “Every Breath You Take” de The Police para homenajear a su amigo asesinado Notorious B.I.G. y hacer un auténtico número uno mundial. Fue uno de los singles más vendidos de los años 90 y ganó un Grammy en 1998 por Mejor Interpretación de Dúo o Grupo con Voces. “I’ll be Missing You”.
Un “pieza”
Sean Combs, que ha cambiado más veces de nombre que de trajes, empezó como Puff Daddy, pasó a ser P. Diddy, luego Diddy a secas, y en algún momento se autoproclamó Brother Love. Y este «hermano amor» tiene un talento especial para acabar metido en líos. ¿Un tiroteo en 1999? Ahí estuvo. ¿Una pelea en 2015 con el entrenador de fútbol de su hijo usando una pesa? También. Y lo último: su ex, la también cantante Casandra “Cassie” Ventura, lo demandó en 2023 por abusos que parecen sacados de un thriller. Aunque llegaron a un acuerdo, apareció un video de 2016 donde se le ve agrediéndola.
Ahora la cosa parece más grave. Puff Daddy, o Diddy, o como sea que se llame esta semana, se ha superado a sí mismo. Ha sido arrestado y encarcelado a la espera de juicio por cargos que parecen sacados de otra película, una de mafiosos de los 90: tráfico sexual, crimen organizado y transportar a mujeres para prostitución. Según los indicios, todo parece indicar que no es que presuntamente se haya metido en líos. Es que él era el lío. Como si hubiera abierto su propio negocio criminal. Por lo visto el FBI llevaba meses investigándolo. Seguiremos informando. Vaya si lo haremos, que la cosa va para largo.
La realidad supera a la ficción
El rap y la delincuencia parecen estar tan unidos como el reguetón y las letras cuestionables desde el punto de vista literario. No todos los raperos tienen un currículum digno del FBI, pero esta conexión ha sido casi constante. Si el rap nació con bandas callejeras como Sugarhill Gang, que reflejaban el deseo de los jóvenes de barrio por dejar su huella, es lógico que el género siga siendo un espejo de las calles. Y claro, hay ejemplos ilustres de esta relación a lo largo de los años. Vamos con la vieja escuela.
Bobby Brown, además de convertirse en el rey del new jack swing o en la pareja más desastrosa de Whitney Houston (no le gustaban modositos), tuvo su encuentro con el acero pero no tuvo que ir a juicio por ello. Por alguna extraña razón, una bala acabó en su pierna y un amigo suyo, asesinado. Ocurrió en 1995, cuando él ya estaba en la cima de su fama y se había casado con la diva.
No está mal el aperitivo. Pero si hay un nombre que siempre quedará grabado en la historia del rap, ese es el de Tupac Shakur. Su madre le puso el nombre en honor a Túpac Amaru II, el revolucionario indígena peruano del siglo XVIII que se enfrentó al dominio español. En 1995, Tupac decidió hacer su propia revolución musical al unirse a uno de los gigantes del género: Dr. Dre, el hombre detrás del éxito de Snoop Dogg, Eminem y 50 Cent.
Todavía teníamos grabado en la retina el videoclip estilo Mad Max que acompañaba al “himno no oficial” de la costa oeste norteamericana. Y mientras en la Historia de EEUU la guerra civil enfrentó al norte contra el sur, en el rap la batalla fue de este contra oeste. Tupac Shakur vivió como una estrella de rap y con alma de chico malo de Hollywood. Comenzó con altercados menores, luego vinieron arrestos, agresiones, un juicio por abuso sexual y un tiroteo en Nueva York. Sobrevivió a cinco disparos, cinco, pero en 1996, su vida terminó trágicamente en Las Vegas. Algunos aún juran haberlo visto en Cuba.
‘Thug Life’
El legado de este neoyorquino afincado en Los Ángeles se extiende hasta los memes de hoy. Thug Life era la expresión que él usaba para referirse a esa actitud dura ante una realidad que no lo es menos. Era su forma de decir «esta es la vida cruda que vivimos en las calles». Ahora, Thug Life se usa de forma irónica para esas situaciones donde alguien actúa como un malote.
Si alguien piensa que la guerra entre costas del rap en los 90 fue solo una disputa verbal al estilo de una batalla de gallos, debería revisar lo que ocurrió con el eterno rival del difunto Tupac: Notorious B.I.G. La rivalidad entre la costa este y la oeste fue más allá de los micrófonos, y los trágicos finales de ambos raperos lo demuestran. Hubo pólvora.
No fue una película de gánsteres, sino una realidad que superó la ficción. Antes de su muerte, Tupac había acusado a Biggie de estar involucrado en el tiroteo que sufrió en Nueva York, en plena guerra entre costas. Poco después de la muerte de Shakur, el 9 de marzo de 1997, tras asistir a una fiesta en Los Ángeles, Notorious B.I.G. fue asesinado en un tiroteo desde un coche al salir del evento. En su SUV, recibió cuatro disparos, uno fatal. Aunque lo llevaron al hospital, fue declarado muerto. El caso sigue sin resolverse, dejando su asesinato como uno de los grandes misterios del rap. Para la justicia, claro.
El relevo como líder de la costa oeste lo tomó Snoop Dogg, guiado por Dr. Dre.
Este enorme talento para rapear con una voz singular y un flow que ha creado escuela fue poco al colegio. Las pandillas y el tráfico de drogas formaron parte de su educación, y por lo visto sacó buenas notas al ser arrestado por posesión de drogas y armas. Su transformación fue notable cuando adoptó el rastafarismo, dando un giro espiritual que sorprendió a muchos. Hoy es amigo íntimo de la emperatriz del estilo de vida WASP, Martha Stewart, con la que no obstante tiene en común el paso por prisión.
Ellos y el caos
El espíritu gangsta tuvo su máximo exponente en uno de esos temas que sonó sin parar en la radio durante años. Coolio (que recibió su nombre en honor a Julio Iglesias) expuso así la realidad de los barrios marginales de cualquier ciudad, como “el paraíso del gánster”.
Este rap sombrío y crudo, que formó parte de la banda sonora de la película de 1995 Mentes peligrosas, protagonizada por Michelle Pfeiffer, retrata a alguien atrapado en un ciclo de violencia, sin saber si alguna vez logrará escapar. Una prisión sin barrotes pero con las mismas cadenas.
Coolio no solo cantaba sobre esto, sino que también podría ser guía turístico por los juzgados. Su historial incluye arrestos por posesión de drogas, algunos altercados violentos y una que otra metida de pata financiera que lo dejó en problemas legales. Al final, parece que Coolio no solo rimaba sobre el caos, sino que también lo vivía.
Vamos con Eminem. Un chico rebelde del instituto que, además de destrozar coches, se dedicó a romper récords de ventas. Con una infancia difícil y unos cuantos arrestos menores en su haber, se ganó esa «carta de autenticidad» como el «chico malo» de Detroit. Pero lo interesante es cómo usó sus propios problemas legales como combustible para sus rimas, convirtiendo su caos personal en arte. Y lo cuenta.
Marshall Bruce Mathers III, que así se llama, protagonizó la película que más puede introducirnos en esa cierta oscuridad marginal en la que nace, crece, y se reproduce el género. La cinta 8 Mile no solo fue protagonizada por él, sino que es básicamente un espejo de su vida. Se puso frente a la cámara como Jimmy “B-Rabbit”, y además escribió la mayoría de las canciones de la banda sonora. Auténtica de principio a fin. Tanto, que la Academia concedió a su música el Oscar a Mejor Canción Original en 2003. Pero él no fue a recoger el galardón. Dicen que estaba en casa durmiendo. Lo remedió 17 años más tarde actuando en vivo en la ceremonia de 2020.
No siempre se trata de figuras de los años 90 o 2000. En 2010, Lil Wayne, uno de los raperos más influyentes de su generación, tuvo su tropiezo cuando terminó en prisión por posesión de armas. El tema le pilló siendo rey de los escenarios con temas como «Lollipop», pero tuvo que parar su gira por causa mayor. Pasó ocho meses en la cárcel.
50 Cent es conocido, entre otras cosas, por sobrevivir a nueve disparos. Él también ha esquivado balas en los tribunales. Entre acusaciones de violencia, amenazas y hasta violaciones de derechos de autor, su historial delictivo casi rivaliza con sus visitas al estudio de grabación.
Escalafón criminal
Por citar algunos casos más recientes, en 2018, 6ix9ine fue arrestado por crimen organizado y tráfico de drogas y armas, y tras declararse culpable, testificó contra la pandilla Nine Trey Gangsta Bloods para reducir su sentencia. En 2019, YNW Melly fue acusado de doble homicidio, supuestamente mató a dos amigos para fingir un tiroteo pandillero. En 2020, Tory Lanez fue acusado de disparar a la rapera Megan Thee Stallion, un incidente que acaparó la atención de los medios. Y seguiríamos con DMX, con una lista interminable de arrestos por drogas y violencia doméstica; Kodak Black, acumulando detenciones por armas y robo; y Gucci Mane, quien tras pasar por la cárcel, se reinventó como un símbolo de rehabilitación en el mundo del rap.
Si hacemos zoom out podemos adivinar un patrón casi predecible en innumerables casos: éxito desbordante, vidas que parecen de película y una sombra de líos legales que sigue a muchos raperos. Sigo pensando que no es que el rap provoque la delincuencia, sino que más bien refleja una realidad que ya existía, existe, y existirá. Puff Daddy no es el primero, ni será el último, en hacer este viaje que va del éxito hasta estar entre rejas. Al final, la pregunta no parece ser si caerán en los mismos errores o no, sino si aprenderán a levantarse. Como bien dijo Tupac, «la rosa creció del hormigón”.