Al llegar a casa de Dominique y Gisèle Pelicot, Cyrille tiene que desnudarse en el salón sin hacer ruido. Entrar en la habitación y no hablar. Sobre la cama yace Gisèle. Cyrille es uno de los acusados por violación en el ‘caso Pelicot’ que ha declarado este viernes. Ha reconocido los hechois. Gisèle estaba inconsciente y, a pesar de eso, no pudo parar los abusos porque, según él, Dominique insistía. «Nada te incitaba a irte», dice el acusado.
Penetraciones, tocamientos, felaciones… Todas estas escenas están filmadas porque este acusado así lo consintió. Sin embargo, la víctima, Gisèle, no dio su consentimiento ni para mantener relaciones sexuales, ni para que la filmaran. Consentimiento que no dio Giséle. Es curioso cómo en este juicio el consentimiento cobra valor dependiendo del bando. El presidente del Tribunal de Avignon insiste en hablar del valor del consentimiento y lo define públicamente frente a la sala Voltaire que, un día más, está llena. «Es el efecto de consentir y la manifestación de una voluntad», explica de manera didáctica a los acusados. Más que un juicio parece una sesión de terapia para estos 50 hombres que, en ocasiones, parecen ajenos a lo que se enfrentan.
«No, ella no me da la autorización. Es él quien me la da», afirma Cyrille ante las preguntas del Tribunal, y de nuevo despierta al fantasma de la cultura de la violación y la falta de consentimiento. No es la primera vez que un acusado afirma que violó a Giséle con el permiso del marido, y por lo tanto, no se trata de una violación, según ellos. «Dominique me dijo: ‘Va’. Entonces, me pongo detrás de ella (…) y la penetro. Dura segundos y está grabado». Pelicot filma la escena. «Cuando toco a Giséle, ella no se mueve, respira, pero no se mueve«. «¿Está inconsciente?», le pregunta el presidente del Tribunal. «No hay duda de que estaba inconsciente. Eso se ve», responde el acusado.
Gisèle, un día más, escucha atentamente a los hombres que la violaron. No baja la cabeza ni retira la mirada. A veces, hace gestos de negativa con la cabeza y habla con sus acompañantes. Suspira y observa la sala con detenimiento. «¿En qué pensará mientras escucha a estos tíos fingiendo el perdón?», dice en voz baja una de las periodistas de las últimas filas.
La difusión de las imágenes
Este viernes la sesión ha empezado con el debate sobre si deben o no difundirse en el juicio más imágenes sobre los abusos que sufrió Gisèle Pelicot durante 10 años por parte de su marido y otros 50 hombres desconocidos. El pasado jueves se difundieron, ante la prensa, las primeras fotografías y vídeos de las violaciones.
La mayoría de acusados no eran capaces de mirar las pantallas e, incluso, se tapaban los oídos. La prensa apenas podía mantener la mirada, pero en un rincón de la sala estaba Gisèle, que no quitaba los ojos de las escenas.
Son las fotografías y los vídeos de una barbarie, y los abogados de los acusados piden no difundir estas imágenes. Alegan que se trata de «‘voyeurismo’ criminal», pero la realidad es que saben que esos vídeos desmontarían las declaraciones de sus clientes, quienes sostienen que fueron a la casa Pelicot engañados por Dominique y que no sabían que Giséle estaba inconsciente. Unas afirmaciones difíciles de mantener una vez vistos los vídeos. Por el contrario, la abogada de Dominique apoya la idea de mostrarlas, pues afirma que su cliente no tiene nada que perder.
Tras un largo debate que ha obligado al receso, el Tribunal ha decidido no volver a difundir las imágenes, al menos de manera «sistemática». Serán proyectadas «en presencia exclusiva de las partes en el proceso y del tribunal», previa evacuación del público y de los periodistas presentes en la sala.
«Si fuera necesario considerar la difusión de una secuencia de vídeo o fotografía, se hará a petición de una u otra de las partes, con el único objetivo de revelar la verdad», afirmó el presidente del Tribunal, Roger Arata. Para un abogado defensor, Olivier Lantelme, mostrar todos los vídeos sería «un desembalaje nauseabundo, que pondría en dificultades al sistema de justicia francés». «Lo que hay que ver se verá caso por caso», dice.
Las imágenes son la clave; sin ellas, todos saben que no existiría juicio. La policía encontró decenas de miles de archivos guardados y ordenados meticulosamente en el ordenador de Dominique Pelicot, y gracias a eso hoy 50 hombres se sientan en el banquillo de los acusados.
Conmoción en Francia
Cada vez son más las personas que se acercan al Tribunal de Aviñón para asistir de público al juicio Pelicot. En su mayoría mujeres, algunas activistas, otras vecinas, pero entre ese numeroso grupo, también hay víctimas.
«A mí me violaron por sumisión química», cuenta Lola (nombre ficticio). Una joven que descubrió que la habían violado gracias a la pareja de su agresor, quien encontró vídeos en el teléfono de su novio y no dudó en advertir a Lola y poner una denuncia ante la policía. «Yo no me acuerdo de nada. No sé qué pasó», cuenta. «Ahora estoy aquí porque este caso me recuerda al mío. Vengo por Gisèle y para hacer presión contra la cultura de la violación, y mirar a la cara a estos violadores», explica Lola sin perder el tono de voz.
A medida que avanza la jornada, van llegando más personas al vestíbulo del Tribunal. Desde hace unos días hay más agentes de policía que se encargan de asegurar que nadie abuchee a los imputados cada vez que entran y salen de la sala. «Señoritas, esto es un Tribunal. No se puede hacer esto», espeta uno de los policías a un grupo de jóvenes que hacen cola para entrar en la sala anexa a la del juicio.
El caso Pelicot ha despertado la ira en Francia. Durante este mes de septiembre se han llevado a cabo varias concentraciones de miles de mujeres al grito de: «Violador, te vemos; víctima, te creemos».