Ana María Gallego se había separado del padre de sus dos hijas y apenas llevaba seis meses conociendo al panadero de su barrio, con quien había empezado una relación. Por eso, cuando su nueva pareja le propuso que viviera con él en un piso alquilado de Sant Feliu de Guíxols (Girona), la mujer, de 33 años, se negó y le pidió algo más de tiempo. Entonces, Elhacen Kbiba, un ciudadano marroquí de 46 años afincado en Cataluña, acudió con un bote de sosa cáustica a casa de Ana y, en cuanto la mujer salió al rellano, acompañada de su hija de cuatro años, atacó brutalmente a ambas. Ocurrió la mañana del 29 de junio de 2020.
En el portal, el hombre «agarró del pelo a la víctima, con el propósito de atentar contra su integridad física y, aceptando las consecuencias de sus actos, vertió sobre la cara de su pareja y sobre la menor una solución química corrosiva y abrasiva de sosa caustica, mientras decía a la mujer: ‘esto te pasa por no haberme elegido a mí’«. Ana no tuvo escapatoria. Tampoco tiempo de proteger a la niña, según la sentencia de la Audiencia de Girona, que condenó al hombre a 12 años de cárcel y a 15 años de alejamiento de sus víctimas.
La tercera víctima
Otra mujer que en ese momento estaba en la casa cuidando de la hija menor de Ana, de dos años, salió del piso alertada por los gritos y también resultó herida cuando intentó frenar al agresor. «No pude ni pensar en que él me estaba atacando, solo notaba cómo el líquido me resbalaba por la cabeza, por la cara, no podía gritar porque tenía la boca llena de ácido… sentía como si estuviera en medio de un fuego, pero en vez de quemarme rápido me iba consumiendo poco a poco», recuerda ahora Ana al canal de investigación y sucesos de Prensa Ibérica.
A la niña, el agresor le provocó quemaduras en el 19 por ciento de su cuerpo, casi todas en la cara, que le han dejado cicatrices de por vida, según refleja el parte médico. La madre, Ana, lleva cuatro años inmersa en un «infierno físico y psicológico» para tratar de recuperarse de las graves lesiones que le produjo su entonces pareja: «me dejó ciega del ojo derecho y me desfiguró el rostro, el cuero cabelludo, me quemó la axila derecha, el antebrazo, las encías, los labios y las córneas. He tenido que someterme a 25 operaciones. Entre ellas, un trasplante de córnea, un tratamiento capilar porque perdí todo el pelo, otro de láser para regenerar la piel de mi cara. Me tuvieron que quemar las pestañas porque me crecían hacia dentro del ojo por la parte del lagrimal…», explica la mujer.
Además de lidiar con las secuelas físicas y psicológicas, durante estos cuatro años Ana ha tenido que hacer frente a costosos tratamientos: «después de que me operaran 18 veces no me quedé bien del todo, así que tuve que recurrir a una clínica privada para intentar mejorar el ojo», cuenta.
La mujer, que antes de la agresión era dependienta de una conocida tienda de ropa en Playa de Aro, ha tenido que hacer frente a todos esos gastos médicos con una prestación por desempleo de unos 900 euros al mes: «Para poder asumir todos mis tratamientos he tenido que empeñar mi coche, un Peugeot 206. Llegué a vender por Wallapop mis joyas y todo lo que tenía de valor: cadenas de oro, pendientes, pulseras… Pedí préstamos personales a gente de mi entorno, que todavía tengo que devolver».
No puede trabajar
Para colmo, Ana acaba de saber que su expareja no abonará ni un solo euro de los 70.400 a los que fue condenado para resarcir a la mujer y a su hija, porque el hombre acaba de declararse insolvente: «Casi me mata, me ha dejado ciega de un ojo, me ha destrozado la vida, me ha dejado en la ruina, ni siquiera puedo trabajar porque nadie quiere contratar a una mujer con discapacidad que cada dos meses vuelve al hospital y se da de baja… Él pasará unos añitos entre rejas y luego a vivir la vida. ¿Eso es justicia? ¿Quién nos devuelve a mí y a mi familia nuestra vida anterior?«, lamenta Ana.
«Además del coste de las intervenciones, cada vez que me opero tengo que hacer un trayecto de tres horas ida y vuelta, en el que gasto unos 50 euros en gasolina para desplazarme a Barcelona, tengo que contratar a una niñera para que se quede con mis hijas, pagarme el tratamiento posterior, trasladarme de ciudad casi a diario para hacerme las curas… ¿Quién me devolverá todo ese tiempo, todo ese dinero? Tengo mi vida patas arriba desde hace cuatro años y no le veo el final a esto», añade.
«Cuando agreden a una mujer, nadie habla de la desprotección absoluta en que las instituciones dejan a la víctima. Después de la condena, la justicia vuelve a dejar a la mujer en manos de su maltratador, ya que el futuro de la víctima depende de que ese hombre quiera indemnizarla, algo que ocurre muy pocas veces. Si el maltratador abona la responsabilidad civil, su víctima tendrá posibilidades de rehacer su vida y salir adelante. Pero si el agresor no lo hace, la víctima seguirá sufriendo durante años o incluso toda su vida los estragos de ese maltrato», opina Ana.
Tres delitos de lesiones
El exnovio de Ana cumple condena en la prisión de Puig de les Basses, en Figueras. La Audiencia de Girona lo declaró culpable de un delito de lesiones con pérdida de un órgano principal, con las agravantes de alevosía y parentesco, en concurso con otro delito de lesiones con uso de arma o instrumento peligroso para la vida, con la agravante de alevosía y un tercer delito de lesiones por imprudencia grave.
«En el juzgado me dicen que si en algún momento la situación económica de él cambia y percibe algún ingreso o tiene patrimonio, podré cobrar algo de esa indemnización, pero eso en mi caso no ocurrirá porque antes de que mi agresor cumpla su condena, se irá a su país, a Marruecos», advierte la mujer.
La sentencia que condenó a su expareja establece que cuando este cumpla nueve años de cárcel, el resto de la pena será sustituida por su expulsión del territorio nacional. «Si estando en España y localizado ya se está librando de pagar, cuando esté en Marruecos, a ver quién le reclama nada desde aquí. Es el mundo al revés, el delincuente saldrá de prisión y podrá rehacer su vida antes de que su víctima, que soy yo, pueda recuperarse de lo que le hizo. A medida que su vida mejora, la mía y la de mis niñas se va a pique».