En santa Coloma de Gramenet (Barcelona), aunque da igual dónde ocurriera, un cabrón le amputó la mano a su pareja. Se dice así de pronto, pero se tarda en digerir.
Una mano.
Ocurrió hace nada, el 16 de septiembre de este año. Pero lo que me preocupa tampoco es la fecha, lo que me agobia es la mano, el paradero de la mano, el estado de la mano, su viabilidad.
Si no lograran reimplantársela, esa mano ya no se podrá meter en ningún bolsillo, no podrá coger la espumadera para sacar un huevo frito de la sartén, no podrá teclear un poema en el ordenador ni calcular la fiebre de un niño colocándola sobre su frente. Esa mano ya no podrá hurgar en las partes íntimas de su cuerpo o del cuerpo de otro en busca de los resortes del placer, no podrá colocar los dedos en forma de peine para arreglarse el cabello, no podrá contribuir con la otra a abrocharse el sujetador o los botones de la blusa, no podrá alzarse en medio de la calle para detener un taxi ni agarrarse a la barra del autobús para mantener el equilibrio.
No podrá bajar los párpados de un muerto.
Esa mano, trátese de la izquierda o la derecha (la noticia no lo aclaraba), tampoco podrá coger un bolígrafo para escribir una postal, ni subir el volumen de la radio ni apagar el televisor. Esa mano, en la ducha, no podrá destapar el bote del champú, ni utilizar la esponja para pasarla por el cuerpo. No podrá sonarse las narices ni quitarse el sudor de la frente, no podrá cerrarse para devenir puño dentro del cual guardar las monedas de una vuelta. No podrá coger la mano de un niño al cruzar la calle, ni cambiarle los pañales a un bebé. No podrá pasar las páginas de un libro ni desplegar un periódico ni ponerse un guante ni propinarle un tortazo a quien se lo mereciera. No podrá cambiar las velocidades de un coche ni colocar adornos de colores en el árbol de Navidad.
Esa mano, compuesta de cinco dedos y una palma, era un milagro arquitectónico y sentimental que un cabrón ha segado con una precisión, decía la noticia, digna de mejores emprendimientos. Ojalá que el recuerdo insoportable de esa mano amputada por él haga que la suya se vaya pudriendo poco a poco, descomponiéndose despacio, que no la pueda usar, que le huela a carne podrida y a cadáver y sea incapaz de desprenderse de ella.