La composición de la Comisión Europea que ayer presentó Ursula von der Leyen es fiel reflejo de algunas de las nuevas realidades europeas. De la mayoría conservadora, trasladada al colegio de comisarios, pero también del mantenimiento de las grandes mayorías transversales que siguen incluyendo a las fuerzas que han impulsado la construcción europea. La prosperidad de un bloque que pierde competitividad frente a EEUU y China, la seguridad, la defensa de la democracia, el compromiso con la transición verde y la digitalización, mencionadas por la presidenta, son prioridades calculadamente genéricas para dejar la puerta abierta a una amplia variedad de sensibilidades, incluso la derecha extrema pero dispuesta a desvincularse de los proyectos de los Orbán y Le Pen, con Raffaele Fitto, un conocido adversario de ahondar en la integración europea y designado vicepresidente y comisario de Política de Cohesión, Desarrollo Regional y Ciudades.
Sin embargo, algunas designaciones tienen poco de ambiguo y suponen compromisos programáticos. Como la elección de Teresa Rivera para que ocupe una vicepresidencia de gran peso político y técnico, porque será la futura comisaria de Competencia y Transición Verde, y la de la estonia Kaja Kallas, una defensora incansable de la ayuda a Ucrania, vicepresidenta en ciernes, que fue escogida hace semanas para suceder a Josep Borrell en Política Exterior y de Seguridad.
Estos tres nombramientos son primordiales porque determinarán en gran medida la gestión de la Unión en tres campos: la respuesta a la emergencia climática, la lucha antimonopolio contra las grandes tecnológicas y el levantamiento a las barreras a las concentraciones en Europa para ganar competitividad internacional; la relación con Rusia y la integración política de la Unión. El perfil de Kallas permite vaticinar momentos complicados con Hungría, Eslovaquia y algún otro socio y está ver hasta qué punto el desempeño de Fitto se atiene a las proclamas nacionalistas de Giorgia Meloni, o se moderan al mismo tiempo que lo hace la primera ministra italiana. Por otra parte, tampoco ha conseguido la presidenta su objetivo de cuadrar la paridad en el colegio de comisarios, donde la inmensa mayoría de países no han atendido su petición de presentar una mujer y un hombre candidatos para alcanzarla.
Era de esperar que el encaje de bolillos de Von der Leyen diese como resultado la Comisión más conservadora en décadas a la vista del resultado de las elecciones de junio. Y es de prever, aunque falte ver hasta qué punto, que ese sesgo se deje notar a la hora de dar continuidad a políticas, tales como las referidas a la emergencia climática, a las fórmulas de financiación reclamadas por Mario Draghi en fecha reciente para competir con Estados Unidos y China a la gestión de los flujos migratorios, en las que abundan las divergencias.
Al repasar la historia de la Comisión se observa que esta ha sido siempre un retrato bastante fidedigno de las grandes tendencias en cada momento, corregido con la búsqueda de consensos. Ese rasgo debe repetirse ahora, cuando los Veintisiete afrontan retos que requieren unidad. De hecho, si la Unión ha llegado a ser lo que es ha sido gracias a la búsqueda frecuente del punto intermedio entre diferentes enfoques y a la búsqueda del equilibrio entre la construcción europea y los intereses nacionales.
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