Los balleneros del siglo XIX se comieron a las centenarias tortugas gigantes y quemaron las que quedaban en las islas Galápagos para evitar la competencia de otros balleneros. El último ejemplar de tortuga gigante de la isla de Pinta murió en 2012 sin aportar información genética significativa porque era un ejemplar estéril resultado de los pocos ejemplares que quedaron de su especie.

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