Los balleneros del siglo XIX se comieron a las centenarias tortugas gigantes y quemaron las que quedaban en las islas Galápagos para evitar la competencia de otros balleneros. El último ejemplar de tortuga gigante de la isla de Pinta murió en 2012 sin aportar información genética significativa porque era un ejemplar estéril resultado de los pocos ejemplares que quedaron de su especie.
En el Parque Nacional de las Islas Galápagos -uno de los Parques más icónicos del mundo- una placa conmemorativa dice así:
R.I.P.
24 de Junio 2012
Solitario George
Prometemos contar tu historia y transmitir tu mensaje de conservación
¿Quién era ese tal “Solitario George” muerto hace 12 años en Puerto Ayora (la capital de Galápagos) el día de San Juan, para recibir semejante distinción?
George era el último ejemplar de su especie, Chelonoidis abingdonii, una tortuga gigante de las Islas Galápagos. Había sido capturado el 1 de diciembre de 1971 y desde entonces lo habían mantenido en cautividad. En realidad, George era pequeño (de unos 90 kilos) y joven (alrededor de 150 años) pues se conocen ejemplares de tortugas gigantes de las Galápagos de casi 500 kilos que vivieron unos 400 años.
Dotados de una resistencia física prodigiosa, resistían meses sin comer ni beber, se curaban de heridas muy graves sin que se les infectasen y no padecían cáncer ni enfermedades autoinmunes a pesar de su sorprendente longevidad.
No hace mucho científicos de la Universidad de Yale secuenciaron lo que se pudo salvar del genoma de George. Entre sus 27.000 genes, se conocen 43 secuencias relacionadas con esta extraordinaria longevidad y capacidad de resistencia de las tortugas gigantes de Galápagos.
Entre estas secuencias está, por ejemplo, la proteína FGF-19. Se comprobó que los seres humanos que superan los 100 años en buen estado de salud tienen una variante de esta proteína muy parecida a la del Solitario George.
No solo ciencia
El estudio del genoma del Solitario George es del máximo interés en biomedicina del envejecimiento y el cáncer. Pero George el solitario era un ejemplar muy consanguíneo (tanto que tenía diversas taras como la esterilidad) resultado de los pocos ejemplares que quedaron de su especie, con lo que la información del genoma de George no aporta ni de lejos los secretos de la resistencia y larga vida que atesoraba su especie. Sin duda las extintas Chelonoidis abingdonii se llevaron consigo secretos de un valor incalculable para la medicina. Quién sabe qué hubiésemos podido aprender de tan extraordinaria especie.
No es de extrañar que la influencia de George traspasase el interés científico: inspirados en la extraordinaria resistencia de las tortugas gigantes de Galápagos, 6 guionistas norteamericanos escribieron en los años 70 del pasado siglo una serie televisiva, “El Inmortal”, basada en un hombre, Ben Richards, que no envejece, es inmune a las enfermedades y se recupera de heridas graves gracias a que tiene una serie de proteínas plasmáticas peculiares.
La vida de Ben Richards se transforma en un infierno cuando unos millonarios ambicionan capturarlo para que les suministre su sangre en transfusiones, lo que obliga a huir un capítulo tras otro.
Extinción anunciada
Pero Chelonoidis abingdonii no se extinguió porque los científicos o los médicos los esquilmasen para conocer sus secretos o preparar elixires de la juventud. La realidad fue mucho más mezquina.
Un ejemplar de Chelonoidis abingdonii puede suministrar muchos kilos de buena carne. En el siglo XIX los buques balleneros casi habían llevado a la extinción a los cachalotes en el Atlántico. Partiendo de puertos de la costa Este de Estados Unidos (como Nantucket y New Bedford), pero también de Inglaterra, Noruega, etc., los balleneros se internaban en el Pacífico buscando las llamadas “Pesquerías de Alta Mar” en medio del Océano en campañas que duraban alrededor de 3 años. Tenían que entrar en el Pacífico al Sur cruzando el estrecho de Magallanes o el canal de Drake tras varios meses de navegación.
Antes de internarse en la vastedad desolada del Océano Pacífico recalaban en las Islas Galápagos. Allí capturaban alrededor de un centenar de ejemplares de tortugas gigantes. Su carne era sabrosa y en un tiempo en que no había congeladores, las tortugas se mantenían vivas alrededor de un año, tumbadas boca arriba, quietas en la bodega del barco, sin comer ni beber. Eran un recurso extraordinariamente preciado para los balleneros.
Biodiversidad como recurso capitalista
Los balleneros llevaron al borde de la extinción a tortugas gigantes como Chelonoidis abingdonii no solamente por sobreexplotación del recurso. Como se describe en los diarios de abordo de numerosos buques balleneros (conservados en el museo de balleneros de Nantucket), tras recoger las tortugas en Galápagos, los balleneros solían prender fuego al bosque con el objetivo de evitar que otras balleneros accediesen al preciado recurso: en una sociedad capitalista no solo es rentable convertir la biodiversidad en plusvalía económica (como pasó con las palomas migratorias norteamericanas). También es muy útil impedir que tus competidores accedan al recurso.
La mayoría de las tripulaciones de balleneros se embarcaban esperando hacer una pesca de cachalotes excepcional. Su esperanza era que tras estar 3 o 4 años en el mar volviesen con tal cargamento que pudiesen retirarse. A fin de cuentas, las tripulaciones de balleneros no cobraban un sueldo, sino una fracción de las ganancias de la venta del aceite de las ballenas al final de la travesía.
Su vida era tan dura que todos soñaban con hacer el último viaje y volver ricos. Para ello era necesario capturar muchas ballenas, pero también evitar que otros balleneros tuviesen éxito y así el precio del aceite sería más alto. Por eso salía a cuenta incendiar las Galápagos.
Sin duda la extinción de una especie suele ser un proceso multifactorial. En la extinción de Chelonoidis abingdonii ayudaron otros factores (por ejemplo, la introducción de cabras, que mermó la cantidad de plantas disponibles para la alimentación de las tortugas gigantes), pero en gran medida el Solitario George fue la consecuencia de entender la biodiversidad como un recurso capitalista.
A fin de cuentas, la extraordinaria resistencia de las tortugas gigantes de Galápagos les viene de un proceso de selección extremo en su historia evolutiva: sus ancestros sudamericanos llegaron a Galápagos cruzando un buen tramo del pacífico flotando boca arriba, arrastradas por las corrientes, sin comer ni beber durante meses.
¿Qué le hemos hecho a la Tierra?