El recurso tecnocrático de pedir muchos informes tiene plena lógica incluso cuando, como ocurre en los despachos de Bruselas, más bien parece ser un elemento de dilación, como la excusa propia de quien no quiere decidir. Que el informe sea de Mario Draghi es otra cosa. Ya no se trataba de buscar a alguien que definiera el siglo XXI como el siglo de Europa, ni que formulase una vez más la paz perpetua. Desde la crisis del euro, Draghi mantiene el aura del pragmático con objetivos sólidos, con la destreza de operar con realidad y no con abstracciones. Aún queda por ver qué porcentaje de las propuestas de Draghi acaba desplazándose a la acción.
Ha llegado al escenario europeo el informe Draghi, después de las euro-elecciones, a la espera de quién se siente en el Despacho Oval y con China apretando las tuercas del comercio mundial. Dada la sobreabundancia retórica, Draghi ha aplicado su astucia a una redacción clara, sintética, como una lección de habilidad maquiavélica pasada por el tamiz corrector del europeísmo institucional. Ya no basta lamentarse por el Brexit, el covid, Ucrania o las crisis migratorias. Únicamente cuatro universidades europeas están en el ranking de las primeras 50 del mundo. Draghi añade: la Unión Europea solo tiene tres instituciones de investigación científica entre las 50 mejores del mundo.
Draghi propone cosas tan normales como de difícil concreción. El lema es ser más competitivos porque ahí están Estados Unidos y China. Para ser competitivos hay que podar la hiper-regulación, conjugar política climática con reindustrialización -coches-, tomarse en serio la defensa de Europa -es decir, el gasto en defensa-, integrar energías limpias como la nuclear, impulsar los semiconductores, acotar el «Green Deal», consolidar el suministro energético, extender la transición digital, persistir en las prioridades y no andarse por las ramas porque Estados Unidos han crecido dos veces más. Ni los unicornios tecnológicos se quedan en Europa ni se crean grandes empresas. Queda en el aire unificar los mercados de capitales.
El propio Draghi reconoce que se trata de un Plan Marshall triplicado. Y añade: «Lo hacemos o es una lenta agonía». Al cuantificarlo habla de 800.000 millones de euros al año, al modo de los fondos Next Generation. Esa es la prosa de Draghi porque la situación no es para más lírica europeísta. Draghi habla claro: explica a la gente de la calle que hay que cambiar porque perdemos poder adquisitivo, es necesario poder defenderse cuando alguien ataca y urge recuperar nivel educativo.
Quien sabe cómo los poderes europeos llevarán a la práctica el informe de Draghi. Alemania parece reacia, de entrada. Para bien y para mal la iniciativa depende de un sistema de toma de decisiones poco expeditivo, con una institucionalidad a veces bizantina. Por eso aún no está escrito el gran informe sobre la urgencia de una definición geopolítica de la Unión Europea. Por ahora se trataría de condensar potencia económica para tener mucho más peso geoestratégico. Eso es poco probable pero no imposible. El requisito fundamental es tener conciencia estratégica.