La era de la polarización y los pseudomedios ha abierto una caja de pandora dialéctica donde casi todo vale. Entre el amplio abanico de insultos cotidianos, se ha llegado al punto de convertir la palabra ‘psicópata’ como un calificativo recurrente contra determinados líderes políticos (en Google está el rastro). Hablamos, sin embargo, de un asunto del que conviene desterrar toda frivolidad: los expertos cifran en un 1% el número de psicópatas integrados en el conjunto de la sociedad. Es decir, personas que no están diagnosticadas, que llevan una vida convencional. Y viven en familia, ejercen mando en empresas y hasta participan en política.
“Un psicópata integrado es alguien que, en la superficie, resulta seductor y honesto, pero que esconde una personalidad oscura o desviada, caracterizada por el narcisismo exagerado, la habilidad de manipulación y una incapacidad para el arrepentimiento y las emociones morales básicas como la compasión o la empatía”. El diagnóstico es del catedrático de Educación y Criminología de la Universitat de València, Vicente Garrido, que lleva décadas estudiando la psicopatía criminal y acaba de publicar un libro sobre este perfil: el psicópata integrado, el anónimo, definiendo sus rasgos en diferentes ámbitos sociales y cómo identificarlo, incluido el infiltrado en la política.
El problema del 1%
Extrapolando ese 1%, hablaríamos entre tres y cuatro representantes del Congreso de los Diputados y 675 concejales en toda España. Sin embargo, la política sería un oficio donde la psicopatía estaría sobrerrepresentada: hay estudios que indican que en el ámbito de las finanzas y la política el porcentaje se sitúa en torno al 13%.
¿Por qué? ¿Qué tiene la política que atrae como un imán a estos perfiles? “Por desgracia, y esto debe hacernos reflexionar para mejorar la democracia, el ambiente de la política le va ‘al pelo’ al psicópata: puedes decir una cosa y la contraria y, si sabes hacerlo, la gente te seguirá si ha comprado antes tu imagen o historia. Con la ayuda de los medios afines, en los parlamentos puedes mentir y representar algo completamente distinto a lo que eres, si así cumples tus objetivos. Gracias al carisma del psicópata, a su encanto superficial y sus mentiras, dichas con gran convicción, una parte de la población se alinea con él y está dispuesto a olvidar lo negativo, aunque sean hechos incompatibles con un político digno”, explica el autor. Además, añade, la política “es uno de los pocos empleos donde puedes medrar en poco tiempo sin que realmente uno tenga que haber probado que es un trabajador responsable o alguien con la integridad acorde a una responsabilidad tan notable”. Por otro lado, “los aparatos de los partidos ejercen un escrutinio muy débil acerca de la personalidad de sus cargos, valorando más la capacidad del político de ser atractivo ante los medios y atraer a los posibles votantes”. El fin justifica los medios.
Para citar ejemplos conocidos, Garrido huye de la política nacional y recurre a algunos de los cargos más influyentes del planeta: Donald Trump y Vladimir Putin. Ambos tienen el núcleo duro de la psicopatía: crueles, sin empatía, emocionalmente superficiales, mentirosos y manipuladores; por otro lado, no sienten miedo ante el castigo ni ansiedad por los efectos destructivos de su comportamiento en los otros o la sociedad, expone en su libro, “El psicópata integrado en la familia, la empresa y la política” (Ariel, 2024). Sin embargo, uno responde al perfil impulsivo: exhibicionista, provocador o más disruptivo por emociones descontroladas; otro es controlado: maquiavélico, toma riesgos con más previsión, mayor control emocional, detalla.
Curiosamente, de la avalancha de literatura surgida en los últimos tiempos sobre el avance del autoritarismo y los riesgos para la democracia, se aborda poco este factor humano. Sin embargo, la debilidad de los mecanismos democráticos, junto al cambio en los canales de comunicación, funciona como pasarela a este tipo de perfiles: “Es el mejor de los tiempos para el psicópata. Las redes sociales son una bendición para el aumento de su influencia, como lo prueba la laxitud con que X o Telegram supervisa la ética de los mensajes. Pero, al margen de esto, la capacidad de llegar a millones de personas en un instante y propagar sus mensajes fraudulentos y divisivos es un arma que no habrían podido soñar, porque pueden convocar a sus afines de un modo atrozmente eficaz. En el libro comento investigaciones que indican que los populismos (de izquierdas y de derechas) tienden en mayor medida a promocionar líderes con rasgos psicopáticos”.
Contrapesos democráticos
Es un círculo que se retroalimenta: a menos controles democráticos, más margen para su libre actuación; a más libre actuación, más tendencia a laminar los resortes del sistema: “Un político psicópata en un país dictatorial o autoritario tiene mucho más margen de acción que el que ha de vérselas con los contrapesos institucionales que toda democracia establece para evitar el abuso del gobernante”. Garrido vuelve a recurrir al ejemplo de Trump: “En una democracia, debido a su capacidad de manipulación y de mentir como nadie, logran mantenerse en el poder erosionando los mecanismos de control democrático e imponiendo castigos a los opositores. Trump fabricó un Tribunal Supremo a medida que determinó su inmunidad total como presidente y ha jurado al volver a la presidencia que se tomará cumplida venganza, con esas palabras”.
Por qué tiene éxito
Hay una pregunta incómoda: ¿Por qué la gente se siente atraída por estos dirigentes carismáticos? “Los psicópatas que tienen éxito en la política leen bien las ansiedades de la gente (que pueden ser legítimas, como la pérdida del poder adquisitivo) y saben cómo decir las cosas para ser creíbles y erigirse como salvadores con medidas ‘definitivas’ y buscando chivos expiatorios, por mucho que la historia haya probado que son erróneas. Esto se ve ayudado por políticos mediocres que no han sabido hacer su trabajo”.
Cómo identificarlo
Llegados a este punto, la cuestión es cómo desactivarlos, sobre todo cuando no se trata de tiranos o dictadores, que utilizan métodos más crueles, sino que están más solapados. El libro recoge rasgos y conductas no solo de líderes que a lo largo de la historia han mostrado una clara psicopatía, sino de gobernantes que, sin serlo, “manifiestan una voluntad de ejercer el poder sin respetar las reglas de juego y una fuerte voluntad de mantenerlo a toda costa”.
Entre ellos destacan la tendencia a dividir el país entre buenos y malos ciudadanos; corrupción; alentar teorías de la conspiración para justificar actuaciones antidemocráticas; magnetismo ante los medios; debilitar los poderes del estado para apuntalarse; dificultad para mantener una conversación coherente y profunda; empleo de la violencia para mantenerse en el poder, de diversos modos; o prometer soluciones rápidas a problemas complejos.
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