La entrevista comienza de la peor manera posible. Kate Forbes, presidenta de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (FIRC) desde el año pasado, está deslizando los dedos sobre el teléfono en busca de información sobre Ucrania. Un convoy del Comité Internacional de la Cruz Roja (CIRC), organización hermana de la FIRC, ha sido alcanzado por un dron [el ataque ocurrió el jueves 12 de septiembre, el día en que se llevó a cabo esta conversación], y tres de sus empleados han muerto. «Esto sigue…», dice con la voz entrecortada la diplomática estadounidense.
Lleva 44 años en su organización y tantas, demasiadas, muertes de trabajadores humanitarios en guerras y conflictos se han convertido en una de sus principales preocupaciones. La razón: con 280 trabajadores humanitarios muertos en 33 países el año pasado, 2023 ha sido el año más mortífero registrado por la comunidad humanitaria mundial. Y solo el FIRC ya ha registrado 30 fallecimientos entre sus voluntarios en lo que va de este año, justo cuando el mundo recuerda los 75 años de los Convenios de Ginebra de 1949; esas reglas de la guerra del deteriorado derecho internacional humanitario (DIH) que hoy se violan tan a menudo [tanto los Convenios como sus protocolos establecen que la ayuda humanitaria debe ser tajantemente respetada y protegida].
«Los trabajadores humanitarios están muriendo. ¿Por qué al mundo no le importa?». Así comenzaba un texto que escribió hace días. ¿Cómo hemos llegado tan lejos?
Mire, ese podría haber sido el subtítulo. ¿Cómo es posible que se haya dado la espalda a los Convenios de Ginebra que son los que exigen proteger a quienes de manera tan evidente brindan ayuda humanitaria? Creo que se debe a cómo se lleva a cabo la guerra hoy, y a una falta de atención por parte de los gobiernos. Pero pondremos este tema en el centro de la próxima conferencia de la ONU y de nuestra cumbre internacional, porque no hay otro tema más importante. Sin espacios seguros para los trabajadores humanitarios, si siguen muriendo, ya no podremos hacer nuestro trabajo. El mundo tiene que empezar a escucharnos; es imperativo.
¿No es utópico pensar que los países lleguen a algún tipo de acuerdo consensuado en las circunstancias actuales?
No quiero ser pesimista. Todavía hay personas que quieren ayudar. Todavía existe un entendimiento básico. La pregunta es: ¿cómo llevamos esto a la acción de los implicados en combates y conflictos? Me niego a rendirme; me niego a pensar que no podemos trabajar con los gobiernos. Solo necesitamos levantar la voz sobre esto.
Usted también propuso que el FIRC, que ya tiene 105 años, se modernice.
Sí, propuse evaluar nuestro sistema de gobernanza y modernizarlo. Se trata de mejorar la comunicación, la toma de responsabilidades, la transparencia, los procesos de postulación [a puestos en la organización], garantizarnos que tenemos las capacidades técnicas necesarias y responder más rápido. Hemos hecho algunas mejoras, pero todavía no estamos donde deberíamos estar y, por eso, en los próximos dos años seguiremos trabajando en ello.
¿Cuál es la crisis más difícil para el FIRC en este momento? ¿Gaza? ¿Ucrania?
Sabe, si uno ha perdido a su hijo en Ucrania, Gaza, Yemen o Sudán, la devastación que siente es la misma. Por eso no tengo el lujo de elegir una crisis sobre otra. Me despierto cada mañana pensando en cómo reaccionar a lo que se nos viene encima. Hay que gestionarlas todas juntas y de forma simultánea. No tenemos otra opción. Se me rompe el corazón al pensar en cada conflicto, en los 12 millones de personas afectadas [por la guerra civil] en Sudán, en el más de un millón de desplazados en Etiopía, en la gente en Gaza, en los que hemos reubicado fuera de Ucrania… Para mí es importante mantener el foco en todos ellos, para que todas las sedes se sientan apoyadas en sus actividades. Lo que me preocupa es que no solo las crisis geopolíticas se están prolongando más que nunca. Cuando entré en la Cruz Roja teníamos cinco huracanes por temporada; ahora tenemos 20 o 25.
¿Tiene alguna autocrítica que hacerse?
¡Por supuesto, por supuesto! ¿Hacemos todo perfectamente? No. Pero lo intentamos constantemente. Somos 191 sociedades nacionales y, como en todas las familias, tenemos discusiones, diferentes puntos de vista y distintos niveles de desempeño. Eso no significa que no debamos adaptarnos y hacerlo mejor. Siempre lo repito: vengan y únanse a los 16 millones de voluntarios que tenemos. Hablemos. Ayuden a ser parte de la solución.
¿Y qué dice sobre las presiones que sufren? Porque últimamente la sensación es que más y más gobiernos cuestionan la labor de la Cruz Roja.
Sí, tanto la organización, nuestros voluntarios y yo, sufrimos presiones sobre distintos temas. Hay gobiernos que nos cuestionan por nuestro principio de neutralidad. Yo siento presión por lo que estoy haciendo, porque quiero hacerlo bien. Por eso, son presiones que provienen tanto desde dentro como desde fuera. Pero creo que es una señal de que lo que hacemos es terriblemente importante.
Un caso difícil también es Afganistán. En los últimos meses se han multiplicado los llamamientos para que la comunidad internacional y los donantes no abandonen a este país. ¿Pero se puede proporcionar ayuda sin dar legitimidad a unas autoridades que no respetan los derechos humanos?
Nosotros seguimos trabajando en Afganistán y llevando ayuda a quienes están desesperados por atención médica y comida. Y nuestra delegación incluye mujeres. Ese es mi trabajo. Legitimar un país no es lo que buscamos. Ese es nuestro criterio. El de la ayuda humanitaria neutral.