La ciudad brasileña de Porto Velho, con casi medio millón de personas, vive inmersa en una nube de humo causada por la ola de incendios que azota la Amazonía en la peor sequía de los últimos 75 años.
“El tiempo es bueno, pero hay un poco de humo”, avisa el piloto durante la aproximación.
Es día de suerte, porque en el último mes decenas de vuelos han sido cancelados por culpa de la falta de visibilidad.
Aun así, salir del aeropuerto es como entrar en una sala de fumadores: la garganta se seca, los ojos escuecen y una neblina blanquecina impide ver a lo lejos.
Según IQAir, una empresa que mide la calidad del aire, Porto Velho es en este momento la ciudad más contaminada de Brasil, con niveles que superan por mucho los de megalópolis como Nueva Delhi o São Paulo.
La concentración de partículas, que se infiltran fácilmente en el pulmón y en la sangre y pueden provocar enfermedades cardiovasculares y respiratorias, ha llegado este lunes a 194 microgramos por metro cúbico, 13 veces más que el nivel diario recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La ciudad es la capital de Rondonia, un estado fronterizo con Bolivia que antes estaba enteramente cubierto por selva y que ahora tiene buena parte de su territorio ocupado por soja o ganado.
“Azul, nuestro cielo siempre azul, que Dios lo mantenga sin rival”, proclaman las letras de un himno regional que obviamente está necesitado de actualización.
Dos meses sin ver el cielo azul
Jorge Suárez, un empleado municipal de 50 años que arregla la calzada de las calles, dice que no recuerda la última vez que vio el famoso cielo azul del himno. Tal vez dos meses ¿O más?
“Es la peor sequía que he visto”, asegura, antes de exponer sus teorías sobre el origen de los incendios: un trozo de vidrio o una lata de cerveza sobre los que ha rebotado un rayo de sol.
La Amazonia brasileña ha registrado en lo que va de año más de 80.000 focos de incendios, el doble que el año pasado, ya considerado nefasto. Según el Gobierno, prácticamente todos han sido causados por el hombre, no por un trozo de vidrio.
El río Madeira bate un mínimo histórico
En la orilla de Porto Velho frente al río Madeira, uno de los principales afluentes del Amazonas, Gracemery Martins combate con la manguera de su jardín un pequeño incendio que está creciendo rápidamente delante de su casa.
“Irresponsables, qué desgracia, a quién se le ocurre”, barrunta, indignada y sudada, esta profesora de 67 años que ya impartió cursos de Ecología y Medio Ambiente a sus alumnos.
Parece que el vecino se ha saltado la prohibición de hacer fuego impuesta por el Gobierno regional y ha querido quemar la basura en el patio trasero. Con la vegetación seca por la falta de lluvias, se ha salido de control.
Martins ha llamado a los bomberos, pero estos le han dicho que estaban demasiado rebasados como para ocuparse de un incendio menor.
Hace 30 años, se mudó a esta zona de la ciudad por las bonitas vistas sobre el río y por la puesta de sol. Pero el Madeira está en el nivel más bajo de su historia y apenas se ve por la neblina.
Al atardecer, el raro momento en que el sol se vislumbra con más claridad, este se pone tan rojo como el fuego. Ella, que está casada con un poeta, dice que el astro está pidiendo “socorro por la insensatez humana”.
“Si destruyes el medio ambiente te estás destruyendo a ti mismo. La mentalidad humana no aprende, pero solo nos queda seguir luchando…”, asegura, manguera en mano.