La muerte es parte de la vida, ya lo dice la sabiduría popular. Y eso bien lo sabe Francisco Nieto cuando después de más de una década dedicado a las limpiezas comunes en oficinas, colegios y viviendas reformadas le llega su primera limpieza traumática tras la muerte de una persona.
«Me lo pidió alguien que tenía una necesidad extrema, casi de favor», explica. «La primera vez, claro que fue traumático, porque cuando llegas a una casa y ves la situación que deja un cuerpo en descomposición, impacta. Era una señora mayor que vivía sola. Su nieta, al volver a la isla, se la encontró muerta en el sofá después de varios días». Los fluidos, detalla, penetran los tejidos. «En el caso de un sofá o un sillón la descomposición hace que los líquidos lo traspasen hasta llegar al suelo».
Francisco accede a las casas una vez que se ha hecho el levantamiento del cadáver. «Yo nunca veo el cuerpo, pero sí necesito que me cuenten primero las condiciones en la que estaba la persona y el tiempo que llevaba fallecida». De esta manera, sabe de qué manera se tiene que proteger. «No es lo mismo un cuerpo que falleció 24 horas antes que uno que lleva dos semanas en descomposición», añade. «Si ha pasado mucho tiempo encontramos larvas y moscas, pero sobre todo, un olor muy penetrante. Ese olor nunca lo olvidas».
Almudena Rosa es su pareja y también trabajadora de la empresa. Aunque ella se encarga de la parte administrativa, recuerda cómo fue aquella primera vez para los dos. El impacto no fue tanto por lo que él vio, sino por pensar lo que pudo haber pasado con la señora. «Tenía su calderito con su potaje preparado en la cocina», describe. «Te imaginas cómo era su vida, creas un vínculo casi como si la hubieras conocido». Además, añade que muchos de ellos han muerto sentados en un sillón o en la cama. Las escenas que se encuentran les hacen deducir sus propias teorías. «Piensas que a lo mejor sintieron alguna fatiguita y buscaron dónde sentarse, y ahí murieron», detalla Almudena.
Ambos son conscientes de que no es un trabajo fácil e intentan que no les afecte. «Mi método es no preguntar mucho. Prefiero no saber las historias que hay detrás». Francisco, en cambio, lo lleva mejor. «Hay que preparase de alguna manera, para mi lo más molesto al principio era el olor. Ahora ya me he acostumbrado y es un trabajo más».
El relato de las huellas
Como si de una película policiaca o una novela negra se tratara, Francisco se mueve por la escena como un forense más. Estas limpiezas traumáticas se distinguen entre las forenses y las que generan los trastornos mentales como el síndrome de Diógenes.
Las huellas que deja una muerte traumática revelan historias propias. Desde muertes desatendidas -personas que han pasado desapercibidas más de 48 horas-, a suicidios o fallecimientos accidentales.
«Cuando estoy ahí me imagino cómo habrán sido sus últimos minutos, los pasos que ha llegado a dar hasta que cae en el sitio donde los encuentran», relata. Aunque los servicios de este tipo no son los más numerosos, «sí son llamativos». En los últimos cuatro años ha atendido 20 casos de muertes traumáticas. «Hubo uno en el que el hombre se había picado el cuello. Podías deducir los pasos que había dado por la casa por el rastro de la sangre hasta que cayó al suelo». No es el único caso autolítico. «Una mujer que se dio un tiro en la cabeza después de una discusión con su pareja. Había restos de tejido blando y sangre por todos lados».
A él han llegado vecinos y familiares en busca de ayuda. «Desde internet o en los propios tanatorios preguntan por estos servicios, también a las aseguradoras. Incluso, me han llegado por medio de trabajadores sociales», añade.
Pero son los casos de diógenes los que más atiende en la isla. Son la otra parte de las limpiezas traumáticas. «En promedio llegamos a hacer tres a la semana», explica. Es un trabajo más complicado porque tiene que llegar a un acuerdo con ellos. «Suelen tener problemas mentales, y aunque acepten, una vez dentro hay que ver que no se pongan violentos». En estos casos, dice, la acumulación no es solo de objetos, también de restos de comida «y hasta de sus propias necesidades, lo que provoca plagas de insectos como cucarachas y ratas».
Francisco y Almudena reconocen que además de prestar un servicio de apoyo a los familiares es también una forma más de ingresos. «Esto no lo hace mucha gente y teniendo en cuenta el riesgo que implica, el presupuesto depende del caso, pero está alrededor de los mil euros», concluyó.