Raquel, una vendedora de seguros madrileña, fue encontrada muerta en un zulo habilitado en su casa en Villalbilla (Madrid). Su marido, César, está en prisión. El hombre había denunciado la desaparición de su mujer. Aseguró que no la veía desde el 31 de agosto, cuando ella, dijo, había ido a visitar a su madre.
La Guardia Civil ha ido desmontando esa versión desde entonces. Raquel no llegó nunca a casa de su madre, su coche no se había movido de su pueblo. Y su cadáver estaba en ese zulo habilitado en una habitación de su casa, rodeado de blisters de medicamentos.
«¡Ayuda!»
El marido asegura que él no la mató, pero los investigadores han recuperado una llamada que Raquel realizó al teléfono de emergencias, el 112. La llamada se realizó desde el teléfono móvil de Raquel el pasado 2 de agosto, cuando según la versión de su marido, ella llevaba ya tres días desaparecida.
Y se hizo desde su casa, según los análisis de las antenas repetidoras. La grabación de la conversación es muy ilustrativa: Raquel llama angustiada a Emergencias y pide ayuda porque «creo que estoy sufriendo un brote psicótico», dice.
¿Estás sola?, ¿está alguien contigo?
Al otro lado de la línea, el técnico del 112 le pregunta si está sola, si está acompañada por alguien que pueda ayudarla a superar un momento tan complicado. Raquel contesta que está acompañada, que no está sola. Luego, la comunicación se corta. Y Raquel ya no vuelve a llamar.
Los investigadores creen que es el marido, César, el que está en casa con Raquel el 2 de agosto, cuando la mujer realiza esa llamada desesperada e interrumpida. Es una prueba más de que el hombre mintió sobre lo que había ocurrido con su mujer. El pasado viernes, los guardias civiles le pidieron permiso para entrar en la casa y seguir con las pesquisas, pero César se negó.
Un zulo con pladur y espuma
El domingo entraron con una orden judicial y encontraron el cadáver de la mujer, dentro de un zulo de pladur que había sido aislado del exterior con espuma de 30 centímetros de grosor. Había espuma en la boca de Raquel y varios blisters de pastillas vacíos junto a ella. No había más signos de violencia y el informe de toxicología determinará qué tomó o qué la hicieron tomar. Poco después, los guardias civiles detuvieron al marido.
La jueza ordenó la noche del miércoles el ingreso en prisión de César. El hombre mantiene su inocencia. Nacido en Mieres (Asturias), decía ser jefe de almacén de una empresa y había publicado algunos libros bajo el pseudónimo Ramaathis-Mam; entre ellos uno titulado ‘Revelaciones extraterrestres’.
En uno de sus perfiles editoriales, se lee «aunque nació en una familia sin ningún tipo de tendencias espirituales… A los diez años, y debido a conflictos escolares y familiares, tomó la decisión de suicidarse. Cuando estaba a punto de hacerlo, vio y escuchó a unos seres interdimensionales de luz, que le hablaron para impedir que cometiera semejante insensatez».
La pareja no tenía hijos. Raquel se ganaba la vida vendiendo seguros. Los dos eran simpatizantes de los Hare Krishna y hacían poca vida social en el pueblo. No tenían redes sociales ni tampoco televisión. Pero sí teléfonos móviles. La Guardia Civil ha recuperado los dos. Y de su análisis se están obteniendo ya datos muy valiosos.
«Un chico raro»
David Montañés / Mieres (Asturias)
En Mieres (Asturias), el recuerdo de César Suárez se desvanece por los muchos años de ausencia. Hay quien tiene un vago recuerdo de un «chico muy raro» que «se marchó muy joven no sabemos a dónde». Esta lejana remembranza retrata a un chaval del barrio obrero de Santa Marina que estudió en el colegio de la barriada minera en los años setenta.
Sus singularidades espirituales ya estaban presentes. Al menos así lo evocan quienes afirman reconocerlo con su actual aspecto: «Hubo una época en la que se vestía de hare krishna, todo de naranja. Fue algo puntual, pero eso no se olvida», apunta un compañero que iba un par de cursos por delante. «Era un crío extraño, que leía libros del tipo de los de Carlos Castaneda».
Pese a estas excentricidades, no son muchos los que se acuerdan ya de César Suárez en Mieres. «Nunca le volvimos a ver», subrayan los pocos que lo ubican en la ciudad hace ya casi medio siglo.