El silencio que envuelve la inmensidad de las montañas de Anaga se rompe con el golpeteo de las lanzas contra las piedras, mientras un nutrido grupo de personas de diferentes edades avanza “brincando” por los escarpados filos de los barrancos, una tradición pastoril fruto de la necesidad de dominar el terreno que hoy está más viva que nunca gracias al trabajo de las jurrias.

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