El animal televisivo por excelencia fue devorado por la pantalla. De forma inapelable y devastadora. La misma televisión estadounidense que ha convertido la política en puro entretenimiento, no muy distinto en su formato y fondo a los duelos entre concursantes de un ‘reality show’, encontró en Donald Trump a un producto agotado. Aburrido, incoherente, apocalíptico. Repetitivo como un disco rayado y sin un solo conejo en la chistera, salvo para los chistes dedicados al saliente Joe Biden y sus inagotables vacaciones en la playa. El tórrido romance con la caja tonta del maestro de ceremonias de ‘El Aprendiz’ se hizo añicos en el debate de Filadelfia. El republicano se inmoló figurativamente en directo. Autorretratado como nunca en horario de máxima audiencia. Un Lucian Freud desenfocado frente al espejo. Bastaron 90 minutos para que el minotauro catódico se comiera –con ayuda de Kamala Harris— al más aventajado de sus hijos.

Fuente