A Volodímir le da más miedo perder la dentadura que los bombardeos diarios que golpean su ciudad. Por eso suelta el bastón y se palpa los dientes al terminar cada frase. Está sentando en un banco de una calle desierta de una ciudad fantasma. Cuatro semanas atrás, Ucrania invadió la región rusa de Kursk, y Sudzha, a 11 kilómetros de la frontera, es la población de mayor tamaño capturada hasta la fecha.
Ahora, los cristales crujen bajo los pies, los blindados calcinados descansan en las cunetas y Lenin ha sido decapitado. O, al menos, a una de sus estatuas en el centro de la ciudad. Antes de la guerra, alrededor de 5.000 personas la habitaban. La mayoría huyó o se resguarda en sótanos como el establecido en la escuela, aunque escasea la luz, el agua y la comida. Pero unos pocos siguen saliendo a la calle para buscar alimento, robar en tiendas o tomar el sol. La presencia de soldados ucranianos no parece preocuparles. Tampoco quién controle la ciudad.
«¿Crees que Vladímir Vladímirovich (Putin) ha pasado por aquí? Yo no le he visto», resopla Volodímir, señalando la carretera frente a su casa. “Y no creo que Zelenski vaya a venir…”. El sonido de los disparos devuelve la conversación a la guerra, también los tres coches rotos que ocupan la pequeña calle en la que solo queda él y el perro abandonado de su vecino. Otras como Marina o Yevgenia creen que Putin desconoce su suerte, por más que los bombardeos rusos en el interior de su propio territorio indiquen lo contrario.
Lo que muchos entendieron como una pequeña incursión ucraniana para forzar a Moscú a dejar de asaltar el Donbás, es en realidad una invasión que no tiene visos de terminar pronto. Ucrania controla más de 100 asentamientos en Kursk, lo que equivale a más de 1.300 kilómetros cuadrados confirmados –extensión similar a la comarca de Osona —, aunque la realidad podría ser mucho mayor. Si los avances al inicio de la ofensiva se conocían con 12-24 horas de retraso, los vídeos que ahora permiten geolocalizar los combates tienen 10 días de antigüedad. Kiev ejecuta un esforzado secretismo y gran parte de la información pública proviene de canales prorrusos. La niebla de guerra lo oculta todo, aunque no es capaz de cegar los satélites.
Ensanchar flancos
Ucrania ensancha su control por los flancos para asegurar el avance, embolsando unidades rusas, y reducir sus pérdidas. También destruye puentes militares que las tropas de la ‘Z’ aspiran a usar para unir las dos orillas del río Seym. Ya van seis. Y hasta 3.000 soldados podrían estar parcialmente atrapados en una situación comprometida. Más al norte, las carreteras E38 y E-105, principales nudos logísticos para Rusia, se encuentran bajo fuego ucraniano. Las primeras restricciones para los civiles han comenzado.
De controlar por completo estas vías, Ucrania podría duplicar el terreno bajo su control, además de reducir el abastecimiento del frente en Belgorod, exponer grandes núcleos urbanos como la ciudad de Kursk –del mismo nombre que la región— o acechar la central nuclear cercana. Para frenar estos avances, el Kremlin ha sacado miles de hombres de otros frentes y el interior de Rusia, según el Instituto de Estudios sobre la Guerra, principal think tank de análisis de la invasión. Mientras, 120.000 civiles han sido evacuados. No es el caso de Volodímir.
“¿Esconderme a mi edad? ¿Para qué?”, se pregunta, tras rechazar un traslado al interior de Rusia o a Sumy, la región ucraniana colindante con Kursk. A sus 82 años, prefiere seguir en su casa, donde al menos tiene techo, una cama y diez pollos. La última vez que violaron la frontera rusa –entonces la URSS—, Volodímir era un niño. Ocho décadas después, el Kremlin sufre de nuevo una invasión y no es capaz de frenarla.
“Esto lo puede cambiar todo, ¿no crees?”, pregunta Volodia con un fusil en la mano. Junto a otro soldado ucraniano, patrulla la ciudad que ya está lejos de los combates por el norte, apenas unos kilómetros por el este. El temor a incursiones y saboteadores es grande. También a los drones que sobrevuelan el territorio ruso bajo control de Kiev en busca de objetivos. A cada explosión en el centro de Sudzha le sigue una columna de humo negro que trepa desde los edificios hasta el cielo.
“¿Quién ha sido?”, se pregunta Yevgenia, de 62 años, mientras calma a sus patos para que crucen la carretera. Son las escenas de la Rusia semirrural y ocupada, todavía lejos de Moscú, donde tanques estadounidenses y europeos penetran a toda velocidad. Avanzan por la misma carretera que sirvió a las fuerzas de Putin para tomar el norte de Ucrania en febrero de 2022 y por donde se vieron obligadas a retirarse semanas más tarde. Dos años y medio han pasado desde entonces y Rusia ha sufrido más de medio millón de bajas, según las estimaciones del Ministerio de Defensa británico. También ha perdido 3.345 tanques, y más de 17.000 piezas de material de guerra. Ahora, incapaz de defender su territorio, quizás pierda el favor de la gente. A Putin se le acaban los ases en la manga. La gran promesa de seguridad del régimen se ha roto.
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