Taylor Fritz había dicho antes de jugar la final del Abierto de Estados Unidos, la primera lucha del californiano por un grande, que tenía la sensación de que iba a salir a la pista Arthur Ashe «a jugar realmente bien y a ganar”. Era una declaración voluntariosa. Era la ilusión a la que se asía no solo el número 12 del mundo, sino todos los fans locales y el país, ansioso de volver a una cumbre que el tenis patrio conquistó por última vez en 2003, de la mano de Andy Roddick (y a costa de Juan Carlos Ferrero).
La declaración de Fritz era también una osadía. Porque frente a él, en esa final, estaba Jannik Sinner. Y el italiano, número uno del mundo, no dejó ni la más mínima opción al estadounidense. En dos horas y 15 minutos puso la directa al 6-3, 6-4 y 7-5 que le daba el título. Con él sumaba su segundo Grand Slam a un palmarés que inauguró en enero en Australia. Y a sus 23 años, es el tenista más joven en la historia en lograr ese doblete.
Mientras los sueños del tenis masculino estadounidense se estrellaban y se suma otro año a los 21 de sequía, el de San Cándido hacía historia para su país. Ningún hombre italiano había triunfado en Flushing Meadows hasta este domingo.
El abrumador domino de Sinner restó emoción al partido. Se oía esporádicamente un canto de “¡USA, USA!” pero a ratos algunos espectadores parecían más centrados en buscar el palco donde estaba Taylor Swift con su novio, Travis Kelce, que en lo que sucedía en la pista. Y aunque el público de Arthur Ashe reconectaba con su reputación de ruidoso, eléctrico y atronador cuando Fritz lograba romper a Fritz en el séptimo juego del tercer set,
El tono de Flushing Meadows
El tono algo apagado en la central de Flushing Meadows era el broche quizá apropiado para un torneo que, en el cuadro masculino, no ha brillado en exceso y perdió pronto a dos de sus mayores imanes: Carlos Alcaraz, que se despidió en segunda ronda, y Novak Djokovic, que dijo adiós en la siguiente. Y la emoción ha sido mayor en el cuadro femenino, donde el sábado se coronó Aryna Sabalenka.
Eso no quita mérito al logro de Sinner, que sigue demostrando que es devastadoramente bueno, una montaña de consistencia, intensidad y velocidad que pocos han encontrado cómo superar, especialmente en pistas duras. En esa superficie ha sumado 34 victorias y solo dos derrotas este año, y ha conquistado Australia y sus otros cuatro títulos del año. El otro campeón de los dos grandes del año, Roland Garros y Wimbledon, ha sido Carlos Alcaraz.
El positivo por clostebol
Sinner además ha logrado aislarse y volver mate la intensa sombra que se ha instalado a su alrededor. Unos días antes de llegar a Nueva York se supo que en marzo, en Indian Wells, dio en dos pruebas separadas por ocho días por clostebol, un esteroide anabolizante prohibido. Fue exonerado, al considerarse probado que se trató de una contaminación involuntaria en un masaje, pero que los positivos se conocieran meses después y que se le permitiera seguir jugando (cuatro de sus títulos los ha ganado después) ha extendido la idea de que ha recibido un trato de favor.
“No he hecho nada mal, siempre he respetado las nomas antidopaje”, aseguraba Sinner al iniciarse el torneo. Después, explicó que fue “día a día, sin muchas expectativas”, tratando de encontrar su juego y su ritmo. Ajeno a tormentas externas, lo ha conseguido. Hasta volver a ganar e imponer, de nuevo, la ley del número uno.
Y lo decía Gianni, un aficionado italiano que veía su victoria. “No sé lo que ha pasado, pero desde luego él ha conseguido que no le afecte. Es como un robot”, decía el fan.