Taylor Fritz había dicho antes de jugar la final del Abierto de Estados Unidos, la primera lucha del californiano por un grande, que tenía la sensación de que iba a salir a la pista Arthur Ashe «a jugar realmente bien y a ganar”. Era una declaración voluntariosa. Era la ilusión a la que se asía no solo el número 12 del mundo, sino todos los fans locales y el país, ansioso de volver a una cumbre que el tenis patrio conquistó por última vez en 2003, de la mano de Andy Roddick (y a costa de Juan Carlos Ferrero).

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