Ha transcurrido ya un mes desde que las tropas ucranianas irrumpieron por sorpresa en el ‘óblast’ (región) de Kursk, logrando hacerse con el control de alrededor de 1.300 kilómetros cuadrados de territorio y un centenar de asentamientos habitados de la Federación Rusa en relativamente poco tiempo, además de capturar cientos de presos rusos para luego intercambiarlos por soldados ucranianos. Y ahora que la polvareda levantada por este movimiento sorpresa comienza a disiparse, la opinión pública ucraniana, los expertos militares y los aliados de Kiev empiezan plantearse qué réditos aportará este éxito militar inicial, una apuesta personal del presidente Volodímir Zelenski para modificar el curso del conflicto armado percibido en los últimos meses como desfavorable, y cuál será el impacto de la ofensiva en los restantes frentes de guerra donde las tropas locales afrontan el empuje del enemigo ruso. «Kiev tiene que decidir ahora qué lograr con esta ganancia», subrayan los académicos Michael Kofman y Rob Lee en un artículo en la revista Foreign Affairs titulado ‘La Apuesta de Ucrania’.
En el capítulo de las certezas que han quedado meridianamente claras en estas cuatro semanas es que en esta ocasión, no se trata de ninguna aventura militar de corto recorrido realizada por milicias paramilitares afines, sino que ha sido el propio Ejército de Kiev el que ha entrado para quedarse, no con ambición territorial alguna, sino para convertir su conquista territorial en una baza con la que pasar después por caja en una eventual negociación con Rusia. A mediados de agosto, el comandante en jefe del Ejército, Oleksándr Syrskyi, anunció el establecimiento de una administración militar en Sudzha dirigida por el general Eduard Moskaliov, una decisión destinada a dar una pátina de legitimidad a la ocupación ucraniana de territorio ruso. Además, las fuerzas atacantes se han esmerado en volar los puentes sobre el río Seym con la intención de dificultar un futuro contraataque ruso.
También salta a la vista el escaso empeño que están dedicando las mentes decisoras en el Kremlin en recuperar el territorio perdido si ello es a costa de ralentizar los avances de sus tropas en otros frentes de los que pueden sacar mucho mayor provecho propagandístico, como el Donbás. Y ello, a pesar de que la ofensiva ucraniana ha forzado el desplazamiento de al menos 120.000 ciudadanos, muchos de los cuales contando únicamente con sus propios recursos y sin que sus autoridades les facilitaran ningún corredor humanitario. Según informa el Instituto para el Estudio de la Guerra, el Kremlin ha dado instrucciones a los medios de comunicación rusos para que la ciudadanía acepte la limitada presencia militar ucraniana en Kursk como «la nueva normalidad» durante un tiempo, al tiempo que utilizará la propaganda «para empujar a los rusos a aceptar que las fuerzas rusas retomen los territorios perdidos tras la «inevitable» derrota de Kiev en el Donbás.
Eventuales beneficios
El capítulo de los eventuales beneficios para Ucrania es donde las respuestas son difusas y están aún abiertas. Kofman y Lee destacan que el objetivo general de las autoridades Kiev es acabar la guerra «en términos favorables», que se resumen en no aceptar «cesiones territoriales» o no «comprometer la soberanía» del país ante un enemigo que ni siquiera reconoce su derecho a existir. El pasado año se intentó con la fallida contraofensiva en la región de Zaporiyia, que intentaba comprometer la continuidad territorial rusa entre el Donbás y Crimea, y amenazar la península, cuya anexión es considerada por el presidente Vladímir Putin como uno de los grandes logros de su mandato. En este 2024, la ofensiva de Kursk podría tener semejante efecto siempre y cuando los soldados ucranianos logren «mantener» el control del territorio «el suficiente tiempo», consideran los académicos.
Respecto al posible efecto de diversión de las tropas invasoras rusas, una de cal y otra de arena. Aunque Moscú se ha visto obligado a ordenar redespliegues de militares de otros frentes para frenar el empuje ucraniano, no lo ha hecho de los lugares en los que sus tropas están empujando en estos momentos con mayor ímpetu, en particular Pokrovsk, Vuhledar, Toretsk, Chasiv Yar y Kupiansk. La mayoría de los militares reasignados a territorio ruso, en palabras del propio Zelenski, se elevan a «60.000» y proceden no de los campos de batalla orientales, sino de Jersón, en el sur, y Járkov, en el norte. Y ha sido allí donde se ha percibido la mejoría de la situación. Según el jefe del Estado, en ambas localidades se ha reducido dramáticamente la correlación desfavorable para el bando ucraniano en la cifra de proyectiles de artillería disparados por uno y otro bando. Si antes del redespliegue, los ucranianos podían responder a uno de cada 12 proyectiles lanzados por sus enemigos rusos, ahora ese ratio se ha reducido a uno de cada tres.
Otro efecto positivo para el bando ucraniano radica en el incremento del número de bajas rusas motivado por la ofensiva en Kursk. El Ministerio de Defensa del Reino Unido acaba de hacer pública una estimación según la cual en agosto, la cifra de bajas rusas, entre muertos y heridos, se ha incrementado hasta alcanzar la cifra de 1.187 diarios. «El aumento de las cifras es debido con total seguridad a la operación ucraniana de Kursk y a la continuada presión sobre el eje de Pokrovsk», sostiene dicha fuente, que enfatiza que Rusia «sigue requiriendo de la masa para mitigar su falta de capacidades en cuanto a personal y equipamiento».
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