Para Aryna Sabalenka muchas veces los mayores enemigos han estado en su propia cabeza. Ha habido ocasiones, como en la final del año pasado en el Abierto de Estados Unidos frente a Coco Gauff, en que la bielorrusa ha sucumbido no solo ante la presión del tenis de la rival, sino bajo la de un ambiente que se le volvía en contra. Esa ya no es la Sabalenka de hoy. Y no ha sido, desde luego, la que ha aparecido y triunfado en la pista Arthur Ashe este domingo.
Frente a Jessica Pegula, otra estrella de EEUU tras la que se volcaba el público en la central que acoge el Abierto de Estados Unidos, Sabalenka se ha sacado la espina del capítulo de hace un año. En una hora y 53 minutos, ha ganado a la neoyorquina con un doble 7-5. Y así la de MInsk, número dos del mundo, ha conquistado su primer Abierto neoyorquino, el tercer grande de su palmarés tras los conseguidos los dos últimos años en Australia.
No ha sido una victoria fácil, pese a la fuerza del tenis de Sabalenka, que tiene una derecha de hierro y a la vez es capaz de crear golpes que parecen de seda y puede rugir como el tigre que lleva tatuado o mostrarse frustrada y emocionalmente vulnerable. Y es que Pegula, que hasta este torneo nunca había pasado de unos cuartos de final en un Grand Slam, no había llegado hasta la cita por casualidad.
A los 30 años la número 6 ha consolidado un tenis de destacable solidez. Se deja la piel en cada partido y se exhibe como una tenista consistente, laboriosa y alejada de cualquier aspaviento. Como su compatriota Emma Navarro, es además impenetrable. Y en contadas ocasiones gesticula o abre otras ventanas a sus emociones.
Y emociones ha habido de sobra en la Arthur Ashe, con el techo cerrado por una tormenta torrencial justo cuando iba a arrancar la final. Y han sido especialmente intensas en la segunda manga, después de que Sabalenka desaprovechara la oportunidad de adelantarse hasta el 4-0 y Pegula reaccionara haciendo pensar que una remontada, un tercer set, eran posibles.
Ha sido, en cualquier caso, un espejismo de esperanza. Porque al final han podido la calidad, la experiencia y el control mental que ha logrado atesorar Sabalenka, Y en la segunda oportunidad de ganar el partido, con el servicio de una rival a la que ya había ganado en cinco de sus siete encuentros anteriores, la última vez este verano en la final de Cincinnati, ha forzado un error de la estadounidense y se ha llevado el título.
Sabalenka se ha dejado caer sobre ese cemento azul donde es ya reina. Ha llorado. Ha subido luego a abrazarse con su equipo, a hacerse selfies con los fans. Y luego, cuando ha vuelto a la pista para esperar la ceremonia de entrega del trofeo y del cheque por 3,6 millones de dólares, ha vuelto a derramar lágrimas de alegría. “Recuerdo las derrotas duras en el pasado”, ha dicho poco después, intentado encontrar las palabras que expresaran lo conseguido. “Significa mucho para mí. Siempre ha sido un sueño”, decía.
Lo ha conquistado con empeño, con la determinación de seguir “luchando y trabajando”. Y se declaraba “orgullosa” de sí misma. No es para menos.