Atrás quedan los tiempos de los carteristas. Las nuevas tecnologías han cambiado las formas de estafa, aunque el papel del captador sigue siendo fundamental. Y nada mejor que un niño para bajar la guardia de cualquier ciudadano de bien.

Un pequeño perdido, desesperado, que no localiza a su familia. Si a esto le añadimos el ingrediente de que el menor es turista extranjero, tenemos el mejor punto de partida.

Lo sabe bien Ana, una gallega que este verano, fue como tantas otras veces a la fortaleza de Valença, una localidad portuguesa fronteriza famosa por ser punto habitual de compras para los españoles en busca de ropa para el hogar o moda de marca.

Mientras aguardaba a que le tomasen nota en un restaurante para disfrutar de un exquisito y típico bacalhau à brás (bacalao a la brasa) vio cómo un niño hacía aspavientos a uno de los camareros que trataba de tranquilizarle.

Pensando que era español y con el fin de consolarle en su lengua, Ana se levantó de su mesa y se dirigió hacia él.

Su español era limitado y su acento no era claro, así que le preguntó si preferiría comunicarse en inglés o francés.

El pequeño optó por la primera de las lenguas y precisó que era de Reino Unido. Estaba de vacaciones con su familia en Vigo y habían venido hasta Valença de compras. En un momento dado se despistó y ahora era incapaz de encontrar al grupo.

Para quienes desconozcan esta zona, la fortaleza es un lugar pequeño amurallado, muy frecuentado, eso sí, pero en el que no es demasiado difícil acabar dando con alguien.

Por esta razón Ana insistió en que no se preocupara y en que no tardarían en encontrar a sus parientes, a quienes el niño describió con precisión: dos niños, una mujer con vestido amarillo, etc, …

Ana preguntó al pequeño si no tenía teléfono para comunicarse con ellos, ya que calculó que tendría unos 10-11 años y en los tiempos en los que vivimos no es difícil que tengan uno. El negó con la cabeza, así que ella ofreció el suyo al chaval.

Nervioso marcó un número largo, y dio insistentemente a la tecla de llamada.

Desesperado se lo devolvió. Ya no sabían cómo calmarle. El camarero y Ana reiteraban que no se preocupara, que acabarían pasando por allí. El establecimiento está en la entrada principal al recinto y desde su terraza se divisa buena parte del espacio.

Todos los comensales estaban en vilo, así que un hombre de otra mesa se levantó y ofreció al chico la que consideraba mejor opción: irían al punto donde estuviera aparcado el coche en el que habían viajado hasta Valença y esperarían allí a la familia, que seguro que pensaría en ese punto como posible lugar de encuentro.

En ese momento, el joven miró de frente y exclamó: “¡Allí están!”. Salió corriendo hacia una de las tiendas.  

Supuestamente, final feliz y nada extraño, ¿no?

A Ana algo no le cuadraba. No había visto a ninguna familia entrar por la puerta que el chico señaló, así que corrió detrás.

Lo vio alejarse por una de las calles. Él se volvió y le dijo adiós con la mano. Como ella seguía mirando, tocó la cintura de una mujer que caminaba en la misma dirección cerca de él pero a ella le pareció más un gesto de disculpa que de parentesco. ¿No había ningún familiar mas cuando habló de abuelos y tíos?

Regresó a su mesa y ahí empezó un auténtico quebradero de cabeza. Ella, su marido y los amigos con los comían trataron de comprobar cuál era el número que había marcado.

No correspondía a ningún móvil o teléfono de Reino Unido u otro país. Alguien a través de una aplicación que empleaba habló de Panamá y de Rusia. A estas alturas todo el comedor tenía posado los ojos sobre ella.

Consulta en internet: El timo del niño perdido había hecho perder miles de dólares a una mujer estadounidense estafada de este modo prestando su móvil.

Con ayuda del propietario de establecimiento se pusieron en contacto con la policía portuguesa. ¿El miedo? Datos, cuentas bancarias, … Hoy en día en el móvil está casi todo si se logra clonar o acceder a él en remoto.

La policía no tenía constancia de más estafas de esas características. Visualizan las cámaras de la tienda en la que todos los comensales de la terraza habían visto entrar al niño. Ni rastro. ¿Cómo es posible? “Todos lo vimos”, afirman con incredulidad. Nunca entró, lo simuló adentrándose muy probablemente en el callejón que hay justo al lado.  

Por consejo de la entidad bancaria, Ana bloqueó todas sus cuentas y reseteó su teléfono, con lo que eso implica. Le dejaron muy claro que no podía exportar ningún tipo de contenido. Nada. Había que partir de cero.

Se sintió estúpida, aunque le decían una y otra vez que nadie hubiera sospechado. “¡Parecía tan real! “, exclamaban incrédulos.

En su caso, y al menos hasta ahora, parece que la cosa, gracias a que en seguida tomaron cartas en el asunto, ha quedado en un susto. La anécdota del verano, aunque ella aún guarda cierto miedo por lo que puedan hacer con sus datos.

“Ya no se puede ayudar ni a un niño perdido”, lamenta.

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