La madre de Fernando Savater (San Sebastián, 1947) era de familia tradicional, nada moderna. Pero era una gran lectora y cuando aparecía, cada dos años, la novedad de Agatha Christie que tocara, pues la autora de Asesinato en el Orient Express acostumbraba a poner libros como las gallinas huevos, desaparecía de la casa. Los cinco, seis o siete días que tardaba en terminar la novela, no estaba para nada ni para nadie.

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