Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) lleva años escondiendo en sus libros lo poco que contaba sobre él. Más de cuarenta publicando novelas y sin mostrar ni una sola referencia biográfica. Estaba convencido de que jamás escribiría sobre su vida, lo dijo en varias ocasiones, pero en 2018 la muerte de su madre le hizo repensar su historia y ahora acaba de publicar Ropa de casa (Seix Barral), donde a través de su recuerdos se construye desde abajo.
Hijo de militar, recibió su primer golpe cuando su padre murió de un infarto cuando él tenía diez años. Su vida, la de su familia, cambió de formas y quizás de sueños. Pasó su adolescencia y juventud en una Zaragoza que el imaginó surrealista, con Luis Buñuel como faro de costa, y con la literatura como meta. Su historia es la de un país, la de varias ciudades, la de una generación que se hizo adulta en un mundo casi nuevo.
En este libro habla de todo. Del miedo que tuvo durante años sobre el posible pasado de su padre, de una madre viuda prematura, de sus abuelos carlistas, de Barcelona cuando ya no era lo que había sido y tampoco había empezado a ser lo que fue después, de su fascinación por Carlos Barral, de cómo veía pasear a Pujol, de cómo fue amigo de Javier Marías y de cómo dejó de serlo para siempre.
Pregunta.- Es la primera vez que escribe de sí mismo. ¿Por qué ahora?
Respuesta.- Desde que empecé a publicar, hace 40 años, oculto o disimulo en mis libros las partes autobiográficas para que nadie las reconozca. Bastantes veces había dicho que no iba a escribir mis memorias pero, en el año 2018, con la muerte de mi madre, me lo replanteé. He querido contar mi pasado familiar, el pasado con mis padres y como escritor la mejor manera que tenía de homenajear aquellos años era en forma de libro.
P.- ¿Qué crees que habría pensado tu madre al leerlo?
R.- Mi madre era muy pudorosa y no era de esa clase de personas que iba contando cosas de su familia. Yo cuento intimidades que no resultan ofensivas para nadie pero cuando los escritores queremos hacer interesantes nuestros relatos metemos algo de humor y ciertas anécdotas. A mi madre probablemente le habría disgustado, aunque no cuente nada de lo que ella tuviese que avergonzarse.
«Ahora estoy a la espera de saber qué dice mi familia porque el libro salió ayer, si aparece por ahí tirada mi cabeza será alguno de mis primos»
IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN
Todavía no lo ha leído nadie y durante el proceso de escritura no he querido preguntar a mi familia, ni a mis hermanos ni a mis primos, sobre sus recuerdos o sus opiniones. Pero tiene una razón, se me ocurrió cotejar al principio una de las anécdotas y no tenía nada que ver cómo la vivieron ellos a cómo la viví yo. No me apetecía estar negociando los recuerdos. El libro salió ayer así que ahora estoy a la espera de saber qué dice mi familia. Si aparece mi cabeza tirada por ahí, será por alguno de mis primos…
P.- Aquel recuerdo contrario fue que usted descubrió el gran secreto familiar pero ellos lo sabían desde hace años.
R.- Sí, yo me puse a investigar sobre mi padre. Un señor que fue militar de carrera y cuya vida profesional estuvo enmarcada por el régimen de Franco del principio al final. Tenía mucha curiosidad porque, claro, te planteas que si estuvo tanto tiempo bajo su mando era posible que hubiera tenido una implicación mayor de la que yo conocía, alguna cosa fea que pudiera avergonzarme. Por suerte, cuando acudí a los archivos vi que no era así.
Pero encontré algo que pensé que nadie de mi familia sabía. Que mi padre había estado un año investigado por la muerte de un hombre. Al parecer, le había dado accidentalmente con el coche a un señor al que en un primer momento no le había pasado nada pero que murió a los pocos días, a mi padre no le acusaron al final de nada pero aparecía en su expediente. Pues fui a contárselo a mis hermanos, les senté y les dije que tenía algo que descubrirles y resulta que lo sabían todos desde hace años. Pensaba que era el gran secreto y ellos ya lo sabían. En ese momento decidí que era mejor contar mi versión.
P.- Habla mucho de su madre, de cómo cuando se quedó viuda dejó de mostrar ciertos sentimientos pero que años más tarde fueron sus nietos los que la volvieron a hacer cariñosa.
R.- Nosotros éramos hijos muy queridos, pero cuando mi madre se quedó viuda el carácter le cambió. Ya no hacía carantoñas a sus hijos pero en ningún momento tuvimos la sensación de ser hijos no queridos. Jesús Carrasco, en Elogio de las manos (Seix Barral), dice que lo que recibimos de nuestros padres lo trasladamos a nuestros hijos. Si eres un hijo maltratado, tienes el riesgo de convertirte en un padre maltratador. Yo soy un padre amoroso, quiero mucho a mis hijos, gran parte de ese amor que he trasladado a mis hijos lo tenía en el depósito pero sí, mi madre no quiso mostrar la fragilidad, no se quiso mostrar frágil ante nada después de la muerte de mi padre.
P.- Cuentas cómo llegaste a Barcelona en un momento en que había dejado de ser un tipo de ciudad y estaba a punto de empezar a ser otra. ¿Cómo la ves ahora?
R.- La encuentro como una ciudad bastante apagada. Uno recuerda la Barcelona de su juventud y la recuerda genial porque cuando uno es joven y guapo todo es mucho mejor. Ahora Barcelona es una gran ciudad donde se vive muy bien si tienes dinero y donde toda la gente quiere ir pero no que no es para todo el mundo.
Antes la vivienda era muy barata y los jóvenes podíamos disfrutar de más cosas. Ahora, los alquileres son terribles. Tienen que encarar un problema tan serio como la vivienda porque te recorta ese margen de alegría. Eso ha contribuido mucho a que la ciudad sea ahora más aburrida.
Por otro lado, el procés rompió muchas cosas, ahora se ha reconstruido la convivencia pero todo se quebró en dos y esto tuvo consecuencias.
P.- Tu y Vila-Matas veíais a menudo a Pujol paseando, «pensando en Cataluña».
«Supongo que Pujol estaba dándole vueltas a Cataluña y a la historia de Cataluña porque decía que se conmemoraban los 1.000 años de la nación»
IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN
R.- Era un visionario que había decidido meter Cataluña en su cabeza e inventarla de nuevo dándole toda la antigüedad, y más, de las grandes naciones. Cataluña como un país imaginario donde podías añadir cualquier dato.
Cristina Fernández-Cubas, Enrique Vila-Matas y yo frecuentamos mucho, a finales de los ochenta, un sitio para tomar algo y lo veíamos dando paseos por esa zona, con sus guardaespaldas. Supongo que estaba dándole vueltas a Cataluña y a la historia de Cataluña porque decía que se conmemoraban los 1.000 años de la nación. ¡Imagínate! Al cabo de 20 años tendría ya 2.000.
De Luis Buñuel a Carlos Barral
P.- Podemos decir que viviste fascinado primero por Luis Buñuel y luego por Carlos Barral.
R.- Ellos fueron los principales. Me acuerdo perfectamente cuando vi a Buñuel -se lo encontró paseando por Zaragoza- porque fue como una aparición, la virgen en carne mortal. Tenía libros y revistas sobre él, lo sabía todo, incluso antes de ver sus películas que me estaban prohibidas en los cines por edad. Sentía una devoción casi religiosa… Fue como la aparición de la Virgen de Fátima.
Con Carlos Barral era parecido – Martínez de Pisón acudía a un restaurante de su propiedad y se sentaba cerca de su mesa para escuchar sus conversaciones, pero jamás habló con él- porque escuché un poema suyo por la radio y me marcó para siempre. Hasta el punto de que para que me guste la poesía, esta tiene que parecerse a la poesía de Carlos Barral.
Y mira, me ha pasado otra vez aunque en menor medida. Hace años, en un viaje a Nueva York, me dijeron que había un sitio, el Michael’s pub, donde solía ir Woody Allen a tocar los miércoles con su banda. Verle me hacía mucha ilusión y fuimos ese día y tocó. Fue parecido a lo de Buñuel pero con más edad y menos intensidad.
P.- Javier Marías fue algo parecido a tu maestro pero vuestra relación no acabó muy bien. ¿No llegasteis a arreglarlo nunca?
«Siempre pensé que no era una amistad rota, que era un impasse, y que en algún momento se reconstruiría pero Javier Marías murió prematuramente»
IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN
Fue algo un poco accidental, a lo que en el momento tampoco le das mucha importancia. Él se fue de Anagrama acusando a Herralde de haber manipulado los datos de ventas y yo sabía que eso no era así. Yo seguía en Anagrama y bueno, dejó de escribirme. Era un asunto que no me incumbía, sabía que no había problema con las cifras y me imaginé que era otro problema, el de dos personas con un carácter muy fuerte.
Cuando se produjo ese distanciando, no pensé que las cosas iban a ser para siempre. Pasó bastante tiempo hasta que le volví a ver, yo ya no publicaba en Anagrama, y fue una conversación breve. Siempre pensé que no era una amistad rota, que era un impasse, y que en algún momento se reconstruiría pero murió prematuramente.
P.- Dices que tu generación lo tuvo un poco más fácil para publicar por la necesidad de encontrar nuevas voces, ¿cómo ves ahora el mercado editorial?
R.- Mi generación tuvo algo muy bueno y es que al mismo tiempo que crecíamos nosotros, crecían nuestros lectores. Eran jóvenes con estudios universitarios y con dinero suficiente. Eso nos acompañó desde entonces y nos favoreció mucho.
Es cierto que tuvimos cierto éxito inicial y que nos hemos mantenido unos cuantos. Algo que era bastante impensable en años anteriores, no existía tanto público, era difícil vivir de la literatura. Pero ahora, la posibilidad de publicar libros es mayor que antes porque hay muchas editoriales independientes y cualquier buen libro que se escriba puede encontrar editor. Antes había cinco.
Otra cosa es el mundo de la prensa. El mundo de las colaboraciones se ha venido abajo, lo que pagaban en los años noventa por escribir reseñas o artículos en periódicos no lo pagan ahora y así es difícil vivir para autores para los que parte de sus ingresos venía por ahí.
P.- ¿Cambia la imagen que se tiene de uno mismo cuando la repasas por escrito?
R.- Ha cambiado… No, ya había ido cambiado a lo largo del tiempo. He sido consciente del escritor que era y el que he acabado siendo, me he dado cuenta de cómo me he ido adaptando. Con este libro he levantado acta de esos cambios y le he comunicado al escritor que era hace 40 años el tipo de escritor en el que me convertido. No sé si le gustaría.