A mitad de la bajada de la Virgen del Pino de su Camarín comienza a llover tanto fuera como dentro de la Basílica. Fuera, a consecuencia de la lluvia fina que empapó el casco de Teror, y dentro debido a las lágrimas de los más devotos, concretamente de la familia Bordonaro. No pudieron contener la emoción durante la media hora aproximada que tardó la Virgen del Pino en bajar. Un sentimiento desmedido para un día inexplicable e inolvidable.
Sofía y Sara Bordonaro son hermanas, nacidas y criadas en Milán, Italia. Cuando eran adolescentes, vinieron a vivir a Gran Canaria junto a sus padres, pero siempre estuvieron muy apegadas a su abuela materna Grazia. «Nuestra abuela siempre ha sido muy devota, motivo por el que siempre le hemos hablado de la Virgen del Pino», explican ambas hermanas. Aunque Grazia había visitado en varias ocasiones la isla, ayer fue la primera vez que pudo contemplar la bajada de la Virgen del Pino de su Camarín desde un sitio privilegiado: la tercera fila de la iglesia.
Esta familia italiana llegó a Teror a las 17.50 horas, una hora antes de que diera comienzo la eucaristía. «Una chica que había nos dijo que la cola para poder entrar era demasiado larga, pero mi abuela con su fe nos dijo que fuéramos a hacerla, que nos iba a tocar un buen sitio», explica Sofía Bordonaro. Los deseos de Grazia se hicieron realidad, y sin esperarlo pudieron adentrarse en el interior de la Basílica y conseguir el sitio con el que habían estado soñando tanto tiempo.
No era la primera vez que Grazia veía a la Virgen del Pino, pues hace unos años programó su viaje a Gran Canaria para ver la peregrinación de la Virgen por los pueblos de la isla. «Yo soy muy devota, y en Italia pertenezco a un grupo que se llama Misión Belém y que está reconocido por el Papa Francisco», explica Grazia aún emocionada.
Junto a las Bordonaro, Ayose González no aguanta la emoción. Durante el tiempo en el que la Virgen del Pino ha hecho su viaje, sus ojos no pararon de llover. Con un pañuelo en la mano y viviendo su propia experiencia, González ha sentido tantas cosas que no sabría explicarlas. «Soy taxista de Valsequillo, y esta mañana se me rompió el coche», explica. Su pareja Sara le intentó convencer de que no pasaba nada por un año que no fuera a ver la bajada de la Virgen, pero él se negó. «Me dije a mí mismo que con más razón tenía que ir a verla, y el sábado volveré a venir, pero esta vez caminando», señala mientras se seca las lágrimas.
No solo había gente en el interior de la Basílica del Pino, que estaba a reventar y sin un asiento libre, sino también en la parte de afuera, donde como cada año se instalaron unas pantallas gigantes para que nadie se perdiera el evento. En las puertas de la iglesia también se amontonaron varios fieles, que a pesar de no poder entrar al interior de la misma tenían la esperanza de poder adentrarse en cualquier momento. Algunos lo consiguieron justo en el instante exacto de la bajada, aprovechando la salida de otros.
Todas las posiciones eran válidas para ver la bajada de la Virgen de su Camarín. Los que no pueden contener las lágrimas de la devoción, los que acompañan a sus padres siguiendo una tradición y los que cierran los ojos buscando entre sus recuerdos aquella promesa. Un público mayor en su gran mayoría que guarda en sus deseos que la fe no se pierda entre los más pequeños, cada vez más aislados de la religión.
Tras la misa previa al descenso de la Virgen llegó el turno del coro de la iglesia, que ubicados en la parte alta de la Basílica cantaron el himno de la Virgen, destacando el órgano antiguo, recientemente restaurado. No fue hasta las 20.09 horas, 25 minutos más tarde de lo previsto, cuando la Virgen del Pino comenzó a descender entre el manto de nubes. Aplausos, manos a la cara para intentar esconder la emoción y gritos de «¡Viva la Virgen del Pino!».
Abanicos en mano y llantos desconsolados para volver a vivir la magia que contagia la que muchos grancanarios consideran como su madre. Una emoción desmedida que ayer volvió a reunir en la Basílica del Pino a miles de devotos que por mucho que pase el tiempo, serán incapaces de explicar la magia de ese momento.
Algo inexplicable
Ya lo dijo Grazia, agarrada al brazo de sus dos nietas Sofía y Sara. «Ha sido una bendición, algo inexplicable porque mis nietas nunca habían podido entrar y este año que justo vengo hemos podido acceder. Somos afortunados de haberlo podido vivir juntos». Un recuerdo que se llevará de vuelta a Milán en los próximos días, pero no sin antes haber vivido la experiencia de subir caminando como peregrina hasta Teror. Porque 70 años no significan nada cuando la Virgen del Pino lo significa todo.
Ya en el exterior de la Basílica, los que llevaban varias horas aislados de lo que estaba ocurriendo de puertas hacia afuera descubrieron que la lluvia había vuelto a hacer acto de presencia sobre el casco. Y es que las buenas noticias no dejan de sorprender a los vecinos de Teror, que con tanta lluvia en los días del Pino vuelven a sonreír, con la esperanza de que el dicho de que cuando las lluvias empapan la bandera de las fiestas del Pino, es que un buen año de lluvia se aproxima.
A unos metros de la iglesia, en la plaza de Sintes, Luz Casal puso su voz en una noche mágica. Una ocasión que aprovechó para salir al escenario ataviada con algunas prendas típicas y que el público le agradeció. El día esperado llegará el sábado con la romería-ofrenda, que saldrá a partir de las 15.30 horas desde el Castañero Gordo hasta la plaza del Pino con carretas y agrupaciones de los 21 municipios de Gran Canaria. Ya el domingo, Día del Pino, será turno para la gran celebración popular y religiosa. Y el lunes, fiesta insular.