La guerra en Gaza no tiene visos de solución inminente. Once meses después de que Hamás la pusiera en marcha con su letal incursión del 7 de octubre en el sur de Israel, su final sigue sin vislumbrarse. Ni las prisas de la Casa Blanca para darle carpetazo antes de las presidenciales de noviembre, ni la desesperación de un sector creciente de la sociedad israelí por recuperar a sus rehenes o la asfixia de los palestinos que sobreviven a la matanza en condiciones dantescas están bastando para alcanzar un acuerdo definitivo para el fin de las hostilidades. También los mediadores están hartos de darse cabezazos contra la pared y amenazan con claudicar. En los próximos días se espera que estadounidenses, egipcios y qataríes presenten su propuesta “final”. De no haber acuerdo, sugieren, abandonarán la mediación.
Donde sí parece haber consenso es a la hora de nombrar al principal responsable del fracaso de las negociaciones: Binyamín Netanyahu, al que muchos israelíes acusan de priorizar su supervivencia política al rescate del centenar de rehenes –algunos sin vida—que siguen en Gaza. A finales de julio el primer ministro israelí añadió nuevas condiciones a la propuesta de la Casa Blanca aceptada en principio por Hamás el 2 de julio, una propuesta que contempla un acuerdo en tres fases para liberar a todos los rehenes en poder de Hamás a cambio de un alto el fuego definitivo, la retirada completa de las tropas israelíes de Gaza y la autorización para que los desplazados puedan volver a sus casas (o lo que queda de ellas).
Las nuevas exigencias han dejado la entente en barbecho, desatando las recriminaciones hacia el líder ultranacionalista israelí. El propio Joe Biden se atrevió a decir esta semana que no está haciendo lo suficiente, mientras que miembros de su Gobierno le acusan de sabotear el pacto. “Netanyahu decidió hace algunas semanas que quiere un acuerdo y, cuando estuvo al alcance, se puso nervioso e hizo todo lo posible para torpedearlo”, le ha dicho al diario hebreo ‘Haaretz’ un miembro anónimo de su Gobierno involucrado en las negociaciones. Hamás ha respondido diciendo que, si Netanyahu insiste en «liberar a los prisioneros mediante la presión militar en lugar del acuerdo, regresarán a sus familias en ataúdes».
Para justificar su rechazo a liquidar la guerra, lo que podría acabar con su carrera política y acelerar sus problemas judiciales, el líder israelí se ha sacado de la manga el Corredor Filadelfia. Pero no es el único asunto que queda por salvar en las negociaciones. Estas son las principales discrepancias, según varias fuentes.
Así se conoce a los 14 kilómetros de frontera entre Gaza y Egipto, una franja de dunas encajonada entre vallas capturada por los militares israelíes en mayo tras su invasión de Rafah. Netanyahu sostiene que debe quedar en manos israelíes para impedir el rearme de Hamás. “Es la línea de flotación de Hamás y su armamento”, dijo el lunes en una conferencia de prensa. El grueso de su Gobierno está de acuerdo, con la excepción del ministro de Defensa, Yoav Gallant, y la mayor parte de los jefes de la seguridad de Israel.
Y es que el contrabando de armas no pasa por la superficie de la frontera, celosamente vigilada por Egipto, sino por los túneles subterráneos que antes de la guerra la atravesaban. De hecho, las tropas israelíes ocuparon el corredor hasta 2005, lo que no impidió que las facciones de la resistencia palestina mantuvieran su actividad armada o lanzaran cohetes contra territorio israelí.
Tanto Hamás como Egipto se oponen tajantemente a la presencia militar israelí en el Corredor Filadelfia.
Hay consenso en que los 97 rehenes israelíes –al menos un tercio fallecidos, según fuentes oficiales– serán liberados en las dos primeras fases del acuerdo. La discrepancia está en cuántos presos palestinos serán intercambiados por cada rehén, la identidad de los elegidos y cuántos serán deportados fuera de Palestina, según el periodista afincado en Ramala, Mohammed Daraghmeh, quien ha tenido acceso a los documentos de la propuesta de julio.
“Inicialmente Israel propuso deportar a 50 presos, ahora hablan de una cifra entre 50 y 200”, afirma a este diario. Por cada civil israelí vivo serían liberados 30 presos palestinos; por cada militar, 50, según Daraghmeh. El acuerdo contempla incluir a decenas de palestinos condenados a cadena perpetua.
Netanyahu aboga por mantener también a sus tropas en Netzarim, una carretera al sur de Ciudad de Gaza levantada en los últimos meses por las tropas israelíes para dividir la Franja en dos sobre su eje vertical. Desde entonces han erigido allí dos puestos de control militar fortificados y con aparente vocación de permanencia, según las imágenes por satélite analizadas por varios medios. La intención confesa de Israel es utilizarlos para cribar qué palestinos pueden volver al norte, cachearles y prevenir el cruce de armas.
Hamás, que aboga por una retirada completa de las tropas israelíes, también se opone. “Nadie de Hamás puede aceptar nunca la presencia israelí en el corredor de Netzarim para investigar a la gente que trata de volver a sus casas”, ha dicho Basem Naim, uno de los miembros de su brazo político.