Hay un pequeño pueblo de Ávila llamado Vita donde el alcalde entretiene a sus lugareños en las fiestas de San Bartolo subido a un escenario cantando canciones que ni en la Edad Media tendrían sentido. «Me encontré una niña sola en el bosque, la cogí de la manita y me la llevé a mi camita. Le eché el primer caliqueño, el segundo y en el tercero ya no quedaba leche». Si hay algo más asqueroso que la letra de esta canción es escuchar al alcalde cantándola y al público siguiéndole el rollo entre risas y aplausos. Cierto es que estamos rodeados de canciones reguetoneras machistas, que cosifican y anulan a la mujer. Pero eso lo permitimos porque entra dentro del modelo patriarcal en que vivimos y no dejan de ser una representación de nuestra sociedad. Pero si permitimos que se aplauda y se cante no solo a la cultura de la violación, sino a la pederastia, estamos totalmente perdidos como sociedad.
Las personas que han sufrido abusos durante su infancia lo saben. Llevan su herida durante toda la vida y son víctimas del mayor horror que puede sufrir un menor. La violencia sexual. Por desgracia, he vivido un caso reciente con la hija de unos amigos. Yo, que siempre había dicho que si alguien abusaba sexualmente de algún menor querido y cercano a mí no dudaría en salir a la calle a partir piernas, me he quedado paralizada. Junto a su familia, esperando y confiando en la justicia sin realizar ningún acto violento. Esa justicia que nos demuestra que igual esa horrible canción si es representativa de la sociedad en que vivimos ya que uno de cada cinco menores sufre abusos sexuales en el entorno intrafamiliar y escolar.
En el mejor de los casos lo descubres pronto, lo paras, lo denuncias y esperas. Eso ha hecho mi amiga. Resignarse a que su hija sea una más de la estadística. Y yo en casa sin romper ninguna pierna me encuentro con el vídeo del alcalde de Vita. Me horrorizan los abusos infantiles y me horrorizan todavía más los personajes que se burlan de ellos. Antonio Martín, es usted un miserable, y los que le siguen y apoyan permiten que los pederastas sigan campando a sus anchas.
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