En la política, como en otras actividades humanas, puede haber individuos excepcionales que persiguen la armonía, el equilibrio, el interés de la mayoría, lo que entendemos por el bien común. Desgraciadamente no abundan. Ni siquiera en aquellos sistemas políticos en los que la representación fidedigna de la voluntad ciudadana está asegurada. El poder concebido como servicio público al que sacrificar los intereses exclusivamente egoístas es, a menudo, una rareza. En la práctica, no sólo en las dictaduras, también en las democracias, es como un panal de miel para las moscas, un imán para obtener reconocimiento y satisfacer el ego en el mejor de los casos; para obtener beneficio económico en el peor de ellos. Pero centrémonos en el perfil de los más deletéreos para las sociedades, los más comunes. Entre ellos pueden darse aquellos que, siendo individuos excelentes en la vida social son perjudiciales en el poder: los diletantes: David Cameron y su referéndum del Brexit. Tienen tendencia a desconocer las infinitas dificultades del ejercicio del poder y a proponerse objetivos de un calado para el que no tienen ni recursos ni fuerzas suficientes. Fracasan ellos y la ciudadanía sufre las consecuencias. Los peores son los que, incapaces de encauzar la vida profesional que redunda en autonomía personal, dirigen sus esfuerzos a inscribirse en la mendacidad del servicio público para obtener beneficio personal. A ese objetivo sacrifican sin demasiado esfuerzo la delgada pátina de principios y decencia que pudieran albergar.
El PSOE evidencia con su discurso que la inmensa mayoría de sus dirigentes y cuadros intermedios, los que aspiran a mejores soldadas, pertenecen a esos últimos. Y que buena parte de sus afiliados y votantes, ciegos a todo lo que no sea el fanatismo de la secta y el resentimiento social, tragan sapos y culebras. ¿Cómo es posible que la mayoría de dirigentes acepten sin rechistar la autocracia de Pedro Sánchez, haber convertido el partido en su perrito faldero? Indultos, Código Penal, entrega del Sáhara, desarme del Estado, amnistía…y ahora soberanía fiscal, cupo para Cataluña. Que traguen con que todo ese arsenal de insolidaridad y desigualdad se revista, con el mayor cinismo y desparpajo, con el falso ropaje de ‘progresismo’. ¿Cómo explicar ese festival de mentiras y sugestión que se propala por el presidente del Gobierno? El atractivo de Sánchez consiste en que militantes y votantes están seguros de conseguir sus propios objetivos bajo su mandato. Ése es el secreto: sabe inocular esta seguridad en todos. Se lo explicaba así Goethe a Eckermann: «Así se sentirían atraídos los actores por un nuevo director de escena que les asegurase un papel brillante en la representación. He aquí una antigua historia que siempre se repite. La naturaleza humana está hecha así. Nadie sirve a otro de buen grado; pero si sabe que con ello se sirve a sí mismo, lo hace con entusiasmo». Sánchez es un autócrata narcisista, un insensato sin escrúpulos, acorralado por la corrupción en su partido, en su Gobierno y en su familia, pero conoce perfectamente el fuste con el que está construido el material humano de los dirigentes de su partido, de los que comen de su mano.
Sánchez utiliza el latiguillo de hacer de la necesidad virtud para justificar su traición a los compromisos que ha contraído voluntariamente ante los electores. Pero obvia decir que lo hace para comprar su investidura y su permanencia en el poder. Eso no es virtud, es corrupción. Lo que se echa en falta es la virtud necesaria para gobernar de acuerdo con unos principios. Y el correlato de esa ausencia es que Sánchez carece de principios. La última cesión al nacionalismo insolidario de Cataluña, la soberanía fiscal y la condonación de parte de la deuda con el Estado tiene que revestirse con el ropaje de grandes palabras, como eso de la transición hacia el Estado Federal, eufemismo de una Confederación. Pero, ¿han decidido por ventura los ciudadanos tal transición? Sánchez vulnera continuamente la Constitución. Traiciona su acatamiento a la misma al mismo ritmo con el que un día pide 250.000 emigrantes que necesita la economía española y, al día siguiente, avisa de que es preciso cumplir las leyes y deportar a los inmigrantes ilegales. Culpa al PP de la crisis en Canarias cuando el presidente del Gobierno que ha conformado con la extrema izquierda y los independentistas de derecha y extrema izquierda es él. No tiene una mayoría de gobierno en el Parlamento. Quienes debilitan su Gobierno y paralizan el Estado son sus aliados. No puede gobernar, no puede repartir menores a las autonomías para que se las arreglen con el entuerto. No hay presupuestos, no hay seguridad en el pago de las pensiones, no se aborda la reforma de la financiación de las comunidades autónomas, pero sigue colonizando la administración, ahora le ha tocado el turno al Banco de España. No puede gobernar, simplemente resiste. Hace de Sansón, que se hunda el Estado con todos los filisteos. Se ha atado al mástil del Estado para sobrevivir a la galerna que él mismo ha desatado, esa Balsa de Medusa donde se apiñan Bolaños, Montero, Marlaska, Alegría, Puente, y a la que se agarra paroxísticamente Ábalos con su amiga Jesica. Encima, les pagamos las amantes (sic).
Mienten desde el amanecer hasta el anochecer. Y durante la noche engendran las mentiras del día siguiente, que esparcen disciplinadamente, como robots, ministros y portavoces. No medias verdades, sino puras patrañas enunciadas sin rubor alguno, con una desvergüenza sin igual desde que tenemos memoria. Que la jefa de prensa del PSOE, una tal Peña, tenga el desparpajo de afirmar que, como va a ser en Cataluña (soberanía fiscal), Teruel, Soria y Cuenca, tienen financiación singular (ayudas por despoblación), sin que nadie pusiera el grito en el cielo, es tomar a los ciudadanos por idiotas. Como cuando aluden al régimen de insularidad de Baleares y Canarias. Por idiotas nos toma Montero cuando dice que el acuerdo con ERC no es un cupo. Le desmiente Borrell que, en un arranque de vergüenza, el autor del librito sobre la insuficiencia financiera de Cataluña, Los cuentos y las cuentas de la independencia, dice «para que no me tomen por un embustero, que sí, que lo del acuerdo PSC- ERC es un concierto y un cupo». No es que nos traten con la displicencia de un autócrata, nos tratan sin rubor alguno como a idiotas. n
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