Un desayuno con el médico de la Vuelta te puede alegrar el día. Los médicos de la carrera son una especie de confesores. Todo el mundo se acerca a ellos buscando una curación divina. Que si me duele tal cosa, que si estornudo, que si la rodilla, que si una costilla por una caída sigue sin sanar… ellos sonríen, no tienen el don de curar a las personas con una mirada, pero les dicen a todos que están bien, que no pasa nada y que hay cosas peor en la vida que un pequeño dolor o un cosquilleo.
El médico de la Vuelta festeja que haya habido pocas caídas, que estén casi de vacaciones, pasando calor en Andalucía o teniendo que subir la capota del coche para protegerse del ‘orbayu’ en Asturias y que vayan felices, como Pedro Sanz, cardiólogo en Pamplona el resto del año, siguiendo la escapada; un gozo porque en la fuga que van menos es muy difícil caer, pillan mejor las curvas, hay más espacio libre en caso de un sobresalto; casi un premio para disfrutar del paisaje y seguir a corredores que son todo un espectáculo como Wout van Aert.
La tempestad inesperada
Y, de repente, como la tempestad inesperada, como descubrir que tu pareja no te quiere y ha buscado una alternativa en el amor, llega una curva cerrada, que contempla un muro de piedra como el que separó Berlín durante años… allí es donde te encuentras a ciclistas caídos, para romper el encanto de una Vuelta casi sin incidentes y con corredores sanos, al margen de los que han sucumbido bajo las garras del covid o los golpes de calor en Andalucía.
De repente, descubres a Van Aert levantado, pero sangrando abundantemente por la rodilla derecha, sin posibilidad, por más que lo pruebe, de pedalear, de seguir en una Vuelta que lo contemplaba como el espectáculo en pura esencia, como la estrella de la ópera, como el artista que activa a la sala, a la que hace reír o llorar, para que al día siguiente cuenten a amigos y familiares lo maravilloso que resulta seguir el show del artista, que hay que volver, que merece la pena pagar la entrada.
Tres centímetros de herida
Una herida de tres centímetros, de las que se ven el hueso, que necesitan que el médico se convierta en un virtuoso del hilo y la aguja, como la modista con la máquina de coser, imposible cualquier cura efectiva al borde la carretera, mientras llovizna, mientras el corredor, el artista, chilla de dolor, mientras los coches de equipo y de la organización van pasando por el lugar y mientras todos los corredores escuchan en los pinganillos, “precaución que se ha caído Van Aert”, que no es un ciclista cualquiera, que sabe montar en bici y que pena para la Vuelta perder a uno de los activos, el que podía volver a ganar en Santander, o en Álava y hasta en la contrarreloj final de Madrid.
Van Aert se sentía feliz en la Vuelta. Llevaba el jersey verde, el que identifica al ciclista más regular de la carrera, el que más puntos consigue. Era tan suyo, tanto, que sólo una caída maldecida por Satanás podía apartarlo del podio de Madrid. Y hasta se sentía feliz y dichoso de luchar por la clasificación de la montaña, que lideraba y que seguramente también iba a lograr si no se cae.
Huérfana sin Van Aert
Alguien podría pensar que ganar el premio de la montaña, convertirse en lo que antes se denominaba rey de las cumbres, era un deshonor si el título lo conseguía un ciclista considerado como esprínter. Cierto, salvo Van Aert, que es algo más, que es un auténtico astro de este deporte.
La Vuelta se quedó huérfana y casi para echarse a llorar. No hay mayor tristeza que contemplar a un deportista eliminado por las lesiones, caído en combate cuando luchaba y tenía al alcance de la mano los éxitos y cuando no podía pensar que una condenada caída lo apartaría no sólo de la ronda española, sino que ponía en peligro la participación en el Mundial que quería ganar después de haber tenido que conformarse en dos ocasiones con la medalla de plata.
Van Aert ya no estará este miércoles en la salida de la etapa de la Vuelta. Ya no será lo mismo. Hasta iba a ganar el premio de la combatividad. Tremenda injusticia para un ciclista que había conseguido tres etapas, que se había visto de rojo y que había sido el arroz en la paella de la Vuelta.
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