Reconozco que nunca me han gustado los reptiles. Pero, de entre todos ellos, había unos que me inspiraban cierta simpatía. Eran las serpientes de verano, esas no-noticias que los periodistas que, voluntaria o involuntariamente, trabajaban el mes de agosto, elaboraban con una materia prima casi inexistente. Reportajes sobre lo cara que cuesta una copa, los últimos modelos de tatuajes o de trajes de baño, el chiringuito que mejor sirve la paella o el sabor de helado más novedoso ocupaban minutos de televisión o radio y páginas de periódico porque de alguna manera había que llenarlos.
Pero este año nada de nada. Por no tener, no tenemos ni canción del verano, ni bailecito a propósito, porque, aunque hay varias pugnando por ese honor, ninguna ha calado en el imaginario colectivo como en su día hicieran Los pajaritos, el Aserejé, Que la detengan o cualquiera de los temas de Georgie Dan, del que llegué a pensar que hibernaba durante el año para despertar solo en verano con su ritmo sincopado y sus espasmos de cadera. Y menos mal que han repuesto Verano azul y han reeditado el Gran Prix, porque si no me hubieran desorientado definitivamente.
Y es que el veranito ha tenido lo suyo. Tanto, que ni los juzgados se han tomado vacaciones. Ni en España, donde hay un instructor empeñado en que no hay días inhábiles si tiene un buen asunto mediático que llevarse a la toga, ni en el extranjero, donde la sentencia de Daniel Sancho nos ha tenido gastando horas de información.
Ni siquiera en el deporte se han excedido con esas guerras de fichajes, adobadas de noticias de salseo sobre con quién pasó las vacaciones un futbolista o con quine no las pasó el otro. Porque, primero la Eurocopa y después los Juegos Olímpicos y los Paralímpicos -que siguen- han llenado los espacios de deportes con mucha más sustancia de lo que acostumbramos a ver cualquier verano. Por suerte, claro.
Hemos tenido, como cada verano, un repunte de la violencia machista, con un caso especialmente llamativo de un criminal que asesinaba a su mujer y a su ex una detrás de otra, y con la cruel violencia vicaria mostrando de nuevo su peor cara.
Además, hemos tenido una tristísima noticia con unas también tristísimas consecuencias. Un niño de once años era asesinado a puñaladas en un tranquilo pueblo y, por si no fuera bastante terrible la cosa, unos cuantos intolerantes han aprovechado este hecho para expandir su odio y su racismo de modo absolutamente injustificado, al atribuir falsamente el crimen a la población migrante.
Mientras tanto, la vida sigue. Y, como la vida mima, sigue la guerra de Ucrania, la de Gaza y las espantosas consecuencias que, para toda la población, pero muy especialmente para las mujeres, tiene la toma de poder de Afganistán por los talibanes, hace ahora tres años.
Y también suma y sigue el drama de la inmigración, que arroja cada día a nuestras fronteras a miles de personas que buscan no una vida mejor sino, simplemente, una vida.
Así que para qué crear serpientes de verano, si las noticias estaban servidas. Ojalá el invierno sea un poco mas tranquilo y sea entonces cuando los reptiles informativos salgan a pasear. Aunque, visto lo visto, lo dudo mucho.
SUSANA GISBERT.
Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)