El estruendo de la primera explosión rompió el silencio de una calurosa tarde de viernes en Járkov. A las 15.30 horas la enorme detonación sacudió el suelo y las ventanas, y las puertas de los armarios se abrieron de golpe. Así lo recuerdan los vecinos del barrio residencial donde vivía Veronika Kozhushko, una prometedora artista de 18 años, cuya muerte ha conmocionado a la comunidad cultural de Ucrania.
Su novia, la también artista Arina Nikolenko, publicó uno de los mensajes más emotivos que pudieron leerse en las redes sociales poco después del ataque: «Ella era artista, poeta, admiraba la cultura ucraniana y muchas otras cosas… y, entre otras cosas, era mi novia. Y hace aproximadamente una hora la vi muerta en el hospital. Murió durante el bombardeo. Fue asesinada por los rusos».
Arina atiende a EL ESPAÑOL, rota de dolor, para recordar con sus palabras a Nika: «Ella estudió en la Universidad Nacional de Radioelectrónica de Járkov, con especialización en multimedia. Al mismo tiempo, escribía poemas y dibujaba. También filmó a los inquilinos del Museo Literario de Járkov para hacer su propia película sobre la vida en esta ciudad».
«En realidad, estar involucrada en el desarrollo de la cultura ucraniana era lo que la hacía feliz. Bueno, eso y las pequeñas cosas como tomar su café en ‘Nafta’ o fotografiar el Edificio de la Industria Estatal… le tomaba fotografías constantemente y, el día antes de su muerte, bromeábamos diciendo que debería haber hecho una carpeta separada sólo para estas fotos», recuerda.
A pesar de su juventud, Nika era una prolífica creadora. Hacía retratos a lápiz con una factura técnica bellísima, y uno de sus temas recurrentes era inmortalizar a escritores y poetas ucranianos –cuyos libros devoraba–. Es sorprendente ver cómo la guerra ha despertado en las generaciones más jóvenes de Ucrania una pasión desbordante por la cultura de su país.
«Nika adoraba los poemas de Mykhailo Semenko, especialmente Wagon Driver y unas semanas antes de su muerte terminó de leer el libro de Geo Shkurupia Zhanna Battalionerka, que luego discutió con entusiasmo conmigo», añade su novia.
«También amaba el rock clásico: Queen, Led Zeppelin, The Beatles, Pink Floyd… Era tan alegre, tenía tantas aficiones y si empezaba a interesarse por algo, lo aprendía absolutamente todo. Soñaba con desarrollar la cultura en Járkov, no podía imaginar su vida fuera de esta ciudad».
Antes de despedirse, envía una foto de las dos juntas. «Esta es nuestra última foto juntas, de la exposición que acabábamos de hacer. La primera exposición para mí y la última para ella», dice.
Artistas en pie de guerra
Las plataformas de Instagram y de TikTok se inundaron con la foto de Nika poco después de su muerte bajo las bombas del Kremlin. Los mensajes de condolencia y el recuerdo de que tenía toda la vida por delante –y demasiado talento para abandonarla tan pronto– llenaron reels y stories.
«Debemos escribir y plasmar lo que está sucediendo, ahora, porque los muertos ya no van a poder hablar dentro de diez o de veinte años. Ahora hay que dejarlo todo escrito. En ucraniano«, recordaban a finales de julio desde el escenario del Festival Cultural Frontera, que se organizó en la localidad de Lutsk –cerca de Polonia–, y donde se reivindicaba la cultura ucraniana y a sus creadores.
En ese festival participaba otra conocida artista ucraniana, Irena Karpa, que también conocía a Nika. «La conocí en el backstage de nuestro concierto en Járkov, el otoño pasado, cuando presentamos el proyecto de Skovorodance junto con el escritor y cantante Serhiy Zhadan y el músico Yura Gurzhy», relata Karpa, que ahora vive a caballo entre Francia y la guerra.
«Nika estaba con su amiga, intentando tímidamente llamar la atención de Serhiy… resulta que era su gran admiradora», recuerda con ternura. «Fui yo quien se fijó en aquellas jóvenes y las escuchó, y resultó que nos traía regalos: ¡sus obras!». Veronika había realizado una ilustración con las manos de Irena, Serhiy y Yura, entrelazadas. Y se la obsequió.
Precisamente fue al escritor a quien tanto admiraba, Serhiy Zhadan, a quién envió una foto de su última obra tan sólo una hora antes de morir. Era un dibujo, a lápiz, de una chica sentada sobre la rama de un árbol. Mirando al infinito.
Bombardeos diarios
Junto a Nika, en el bombardeo del viernes, murieron otras seis personas. Y más de 70 resultaron heridas –entre ellas una veintena de niños–. Las bombas guiadas que segaron sus vidas fueron lanzadas desde un avión ruso que sobrevolaba Belgorod, a unos 25 kilómetros de la frontera con Járkov.
La testigo del ataque que narraba como tembló la casa, Liudmila, recuerda aún en shock que «al mirar por la ventana vimos que, literalmente, la entrada de la casa estaba en llamas. Fue un espectáculo muy aterrador. La gente nos empezó a llamar, amigos y conocidos, preguntando si estábamos vivos», explica.
Éste no fue el único ataque masivo ruso contra la infraestructura civil ucraniana de los últimos días: el lunes se producía el peor bombardeo que se recuerda desde que empezó la invasión rusa a gran escala –hace ya dos años y medio–. Un total de 239 misiles y drones suicidas de fabricación Iraní tipo Shahed golpearon Kiev y otras ciudades en un lapso de dos horas.
Y mientras se escriben estas líneas, otro bombardeo contra Járkov ha vuelto a dejar víctimas. Se ha informado de media docena de impactos contra distintos barrios de la ciudad, donde los servicios de emergencia se afanan ahora mismo para rescatar a las personas que se han quedado atrapadas entre los escombros.
«Cuando me enteré de la muerte de Nika me sentí devastada. Otra persona que conocía, otra persona que podría haber hecho mucho más si hubiera podido vivir», dice Irena Karpa al otro lado del teléfono. «La guerra está mucho más cerca de lo que podemos imaginar. Cada vez que pienso que no puedo odiar más a los terroristas rusos, que matan a mis pacíficos conciudadanos, Rusia ataca de nuevo. Hospitales de niños, cafés, edificios residenciales…»
Lo que las bombas rusas no van a lograr destruir, por mucho que se ceben contra las ciudades ucranianas, será el recuerdo de Nika. «Mucha gente la ha conocido después de su muerte, pero su imagen ya se ha convertido en un símbolo para la comunidad cultural», dice Mykyta Moskaliuk, uno de los organizadores del Festival Frontera.