Nunca fueron los Lagos de Hinault. Ganó la Vuelta de 1983, que estrenó la subida a Covadonga, pero Marino Lejarreta lo batió en una ascensión tan memorable que ya convirtió a la cumbre asturiana en un icono de la carrera. Lejarreta e Hinault iniciaron la ruta hacia la leyenda, hacia el mito de la Vuelta que este martes cumplirá la ascensión número 23 con una clasificación general todavía muy abierta para determinar quién ganará en Madrid, aunque con Primoz Roglic como principal candidato a la victoria final.
“Es una subida mítica”, dice Nairo Quintana, vencedor en la cumbre en 2016, el año que ganó la Vuelta. “Es una ascensión para marcar diferencias de verdad”, añade Pedro Delgado, quien conquistó la cima dos veces los años 1985 -camino del primero de los dos triunfos en Madrid- y 1992. Es, desde siempre, la subida más entrañable de la carrera; una obligación subirla para obtener el carnet de cicloturista, al más puro estilo del Tourmalet, y la que enamora a cualquiera que se deleite con este deporte.
Quien escribe estas líneas ha estado presente 16 veces en esta etapa hasta ahora para contemplar gestas como la de Roglic, la última vez que se ascendió hace tres años. O la de Lucho Herrera, en 1991, en la Vuelta de Melcior Mauri, una subida que le contaron a Quintana siendo niño en su Colombia natal, para decidirse por la bici hasta convertirse en el gran reclamo ciclista de su país. “Quería poner mi nombre en los Lagos porque allí había vencido Herrera y porque es una montaña donde todo escalador quiere ganar alguna vez como en Alpe d’Huez o en el Mont Ventoux”, añade el corredor del Movistar.
Hubo una vez en la que se tuvo que hacer el descenso cuando los corredores todavía estaban en Cangas de Onís porque en un hotel llamado ‘El Capitán’ Miguel Induráin acaba de poner punto final a su carrera deportiva, la última vez que se colocó un dorsal oficial a la espalda y la última también en la que cenó con los compañeros del Banesto. Fue en 1996. “Mirarlo bien, mirad la mesa con todos los corredores reunidos porque Miguel nunca más volverá a estar sentado con su equipo”, indicaba por la noche José Miguel Echávarri, técnico del astro navarro, a los poquísimos periodistas que tuvieron el honor de vivir la escena en directo.
Unas veces los Lagos aparecen con sol, otras muchas con niebla, lluvia y frío, porque así es Asturias -día de descanso en Oviedo pasado por agua- pero la Huesera, una pared que alcanza el 15%, superado el sexto kilómetro de ascensión, es el lugar clave para poner la etapa patas arriba. “Allí es donde hay que atacar, como hice yo en mi última victoria en la cima, para dejar atrás a Rominger y a su equipo”, rememora Delgado.
La Huesera es el lugar para seleccionar la Vuelta, antes de que aparezca el otro muro famoso, el Mirador de la Reina. “En 2015 arranqué nada más comenzar la subida. Me fui junto a Alberto Contador, pero en el Mirador cambié el ritmo y ya no me pudo seguir. Me concentré en ganar la etapa, aunque primero tuve que capturar a Robert Gesink, que andaba fugado”, cuenta Quintana. “El Mirador es muy duro, pero si se quiere ganar arriba o comenzar a sentenciar la Vuelta primero hay que actuar en la Huesera”, repite Delgado.
Son 12,5 kilómetros de subida, kilómetro y medio menos que el ascenso a Alpe d’Huez, siempre más duro, pero no por ello menos emocionante que la joya de la Vuelta donde aparte de Lejarreta, Herrera, Delgado, Quintana y Roglic han inscrito su nombre en la cumbre corredores de la talla de Robert Millar, Álvaro Pino, Laurent Jalabert y Pavel Tonkov, quien logró la victoria en 1997, un año después de conquistar el Giro.