Es humano no vivir en un estado de preocupación constante, pero lo que no lo es, es enterrar bajo la capa del olvido las heridas y el sufrimiento de tantos hermanos que siguen padeciendo en el mundo el horror de la guerra. Por eso hay que agradecer especialmente las palabras del Papa Francisco que, de forma recurrente, nos interpela para que no sucumbamos a la cruel cultura de la indiferencia, que suele venir de la mano de ese olvido.  

Este domingo, tras el habitual rezo del Ángelus en El Vaticano, Francisco ha vuelto a pedir la paz en Oriente Medio y en Ucrania. El Papa ha hecho un llamamiento claro y valiente para que no se detengan las negociaciones del alto el fuego en Gaza, para que Jerusalén siga siendo un lugar de encuentro entre religiones, para que se evite una ampliación del conflicto y para que se respete el status quo de los santos lugares.

Francisco tampoco se ha olvidado en su intervención de la martirizada Ucrania, donde continúan los atentados y bombardeos que se han cobrado decenas de víctimas civiles en los últimos días y han causado importantes daños en las infraestructuras energéticas del país.

Contarlo, denunciarlo y no mirar para otro lado, es la imprescindible primera piedra en el camino de la siempre complicada solución. Nos toca a nosotros, cada uno en la medida de nuestras posibilidades, dar voz a los hermanos que sufren la barbarie de la guerra, y proclamar, ante el misterio del mal, que la voz de los inocentes siempre encuentra eco en Dios, que no es indiferente a su sufrimiento.

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