Sin proponérselo, Viena ha sido este agosto escenario de llantos y celebraciones. Tras más de un año de preparación –comprar las entradas para el concierto de sus vidas, idear su vestuario, realizarlo con sus propias manos, confeccionar pulseras de la amistad, reservar vuelos y hoteles en la capital austríaca–, decenas de miles de ‘swifties’ lamentaban la cancelación de ‘The Eras Tour’ de Taylor Swift, a la vez que agradecían seguir con vida. La amenaza de un atentado terrorista en el concierto de la megaestrella musical provocó la anulación de los tres conciertos en Viena, a los que iban a acudir unas 170.000 personas. Gran parte de ellas decidieron combatir su pena convirtiendo las calles de la ciudad en un espectáculo musical constante.
Viena no fue, pero sí fueron Solingen, al oeste de Alemania, Mannheim, en el suroeste, o La Grande-Motte, en el sur de Francia. En los últimos meses, estas tres localidades se han convertido en escenario de ataques o intentos de ataques islamistas. Algunos de ellos han sido reivindicados por Estado Islámico (EI). El retorno del grupo terrorista a suelo europeo después de casi un lustro de relativa paz ha devuelto los temores a volver a un pasado reciente que intimidó a todo un continente. En medio de los años más violentos de la guerra civil siria y del auge del califato de Estado Islámico en este país y su vecino Irak, se sucedieron los ataques terroristas en las principales ciudades europeas. Muchos fueron realizados por ciudadanos europeos radicalizados.
Pero todo lo que ocurre en Europa ya ha ocurrido antes en el resto del mundo. A mitad de julio, el Pentágono estadounidense alertó de que los ataques reivindicados por Estado Islámico en Irak y Siria este año están aumentando y van camino de duplicar los del año pasado. El grupo se atribuyó la responsabilidad de 153 ataques en estos dos países en la primera mitad de este año, según un informe del Comando Central del Ejército, en contraposición a los 121 de todo el año anterior. EI se ha extendido a África central y oriental, con una importante presencia en el Sahel. También en Afganistán cuenta con un notable seguimiento. El ataque más grave reivindicado por el grupo en los últimos tiempos fue el pasado marzo en Moscú cuando más de 140 personas murieron en varios tiroteos contra una sala de conciertos, reivindicado por el Estado Islámico de Jorasán, surgido en 2014.
Sin califato, persiste la ideología
Ese mismo año el líder de EI, Abu Bakr al Baghadi, anunció el establecimiento de un “califato” en Oriente Próximo y Medio. Al año siguiente, tomó el control de grandes partes de Siria e Irak. Empezaron los brutales asesinatos, las decapitaciones retransmitidas en directo, los secuestros, la esclavitud sexual y los vídeos en las redes animando a sus seguidores a matar “infieles” allá donde los hallaran. El califato tenía el tamaño del territorio de Gran Bretaña, se extendía desde el Levante hasta el sudeste asiático y contaba con más de 40.000 combatientes extranjeros de más de 80 países. Cinco años después, en 2019, EI fue derrotado militarmente, provocando, a su vez, la disminución de sus ataques en Europa. Pero, aunque el califato había desaparecido físicamente, la ideología persiste. Ahora, el grupo se ha transformado en un conjunto descentralizado de células y filiales en todo el mundo.
Sus integrantes han pasado a la clandestinidad en formas menos detectables, pero más peligrosas. EI ha continuado como una red de células más o menos autónomas, que se benefician de la inestabilidad geopolítica, los trastornos climáticos, la inseguridad alimentaria, las pandemias, las crisis locales, la incompetencia del Estado y, a menudo, los abusos de sus fuerzas de seguridad. Una de sus principales herramientas es internet. En el vasto universo de la red, el grupo consigue radicalizar, reclutar y movilizar a sus nuevos miembros. “La naturaleza sin fronteras del ciberespacio presenta dificultades para monitorear y regular el contenido extremista, lo que permite a EI ejercer influencia más allá de las fronteras físicas y atacar directamente a individuos susceptibles en Europa”, explica Christian Tratzi, analista de terrorismo especializado en inteligencia geopolítica.
Capitalizando la guerra contra Gaza
Además, la escalada del conflicto en Oriente Próximo tras el ataque de Hamás del 7 de octubre y la guerra genocida contra la Franja de Gaza han armado de motivos a los adeptos del grupo. Desde ese trágico día otoñal, las autoridades han documentado siete atentados y 21 intentos o planes de atentados en Europa Occidental. Antes de ese día, el último ataque de un lobo solitario reivindicado por EI en Occidente fue el tiroteo de Viena de 2020. Aunque el grupo considera a Hamás una organización apóstata y es la única organización terrorista que no apoya su ataque a Israel, EI no podía dejar pasar la oportunidad para sacar provecho de la ira mundial por las cifras de muertos en Gaza. Ya superan los 40.600 en menos de 11 meses. Dada la hostilidad mutua de larga duración entre ambos grupos, también sorprendió el apoyo de Al Qaeda a Hamás tras el 7 de octubre. El histórico grupo terrorista ha intentado capitalizar la importancia de la causa palestina en las naciones árabes e islámicas para reclutar adeptos.
“El conflicto en Palestina ha proporcionado un terreno fértil para que EI reafirme su presencia y amplifique su mensaje”, apunta Tratzi en su evaluación de riesgos reciente sobre la amenaza de EI para Europa. “La situación en Gaza, caracterizada por víctimas civiles y crisis humanitarias, sirve como punto de reunión para ideologías extremistas, alimentando el resentimiento y la susceptibilidad a la radicalización entre las poblaciones vulnerables de Europa”, añade. Desde el 7 de octubre, los grupos extremistas islámicos han difundido declaraciones incendiarias, con el objetivo de reorganizar sus filas, planificar sus ataques y comenzar activamente a reclutar nuevos combatientes. Las miles de imágenes de niños palestinos martirizados tiñen su extremismo de defensa justificada ante una causa noble.
Todos estos mensajes corren como la pólvora y calan en una población muy joven. Dos tercios de los detenidos en Europa Occidental eran adolescentes. El principal sospechoso del atentado frustrado contra los conciertos de Taylor Swift en Viena es un austriaco de 19 años con raíces en Macedonia del Norte, que se había radicalizado en internet y se había filmado a sí mismo jurando lealtad a EI. “El uso de la inteligencia artificial por parte de los extremistas no siempre implica una amenaza física o una estafa, sino que crea nuevos puntos de entrada para introducir sus ideas y contenidos culturales marginales en el discurso público”, alerta Rita Katz, fundadora del SITE Intelligence Group, la principal oenegé antiterrorista del mundo especializada en el seguimiento y análisis de la actividad en línea de la comunidad extremista global. Estado Islámico se reinventa y Europa sigue estando en su punto de mira.
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