La Armada de Estados Unidos persiste en su inversión en portaaviones clase Ford, a pesar de la amenaza de los sistemas de antiacceso/denegación de área (A2/AD), cuestionando la seguridad estratégica del país.
Inversión en portaaviones clase Ford enfrenta amenazas A2/AD de adversarios
Desde la Segunda Guerra Mundial, los portaaviones han sido el eje central de la flota naval de Estados Unidos, considerados símbolos del poder marítimo del país. Sin embargo, los argumentos que hoy defienden la inversión en estos gigantes del mar recuerdan a los que en su día respaldaban a los acorazados, vistos como fundamentales hasta que su eficacia quedó obsoleta tras el ataque japonés a Pearl Harbor.
Actualmente, la Armada y sus defensores en el Congreso actúan como si las condiciones estratégicas del pasado se mantuvieran. Esta visión sugiere que no hay competidores reales para el poder militar de Estados Unidos y que los portaaviones pueden operar sin restricciones en cualquier parte del mundo. No obstante, esta percepción ignora las estrategias de los adversarios de Estados Unidos, quienes están desarrollando formas de contrarrestar la dominación de estas bases aéreas flotantes.
La República Popular China lidera la ofensiva contra el dominio de los portaaviones estadounidenses, priorizando la neutralización de estos buques sobre la construcción de su propia flota. Con su robusto arsenal de sistemas A2/AD, China tiene la capacidad de atacar portaaviones estadounidenses al inicio de un conflicto. Este enfoque se basa en un desequilibrio de costos: los sistemas A2/AD son significativamente más baratos y fáciles de reemplazar que un portaaviones, lo que da ventaja a China y otros países como Rusia, Irán y Corea del Norte.
Los portaaviones Ford enfrentan desafíos técnicos y costos desmesurados
El portaaviones de clase Ford, diseñado para ser la próxima generación de la flota estadounidense, ya ha enfrentado serios desafíos. El USS Gerald R. Ford, el primero de esta clase, costó 13.000 millones de dólares y tardó más de diez años en ser operativo, presentando problemas técnicos incluso un año después de su despliegue inicial en 2021. La Armada tiene previsto desplegar el USS John F. Kennedy en 2025, seguido del USS Enterprise en 2028 y el USS Doris Miller en 2032. A pesar de las expectativas de reducir costos, estos portaaviones siguen siendo inversiones descomunales y, debido a su complejidad, resultan casi irreemplazables.
Con los fondos ya asignados para estos portaaviones, cancelar los programas en curso podría ser complicado. Sin embargo, es posible evitar la construcción de futuros buques si no se desarrollan sistemas eficaces para contrarrestar las amenazas A2/AD y armas hipersónicas. Los portaaviones se están convirtiendo en objetivos vulnerables ante la avanzada tecnología de misiles de China. Si uno de estos gigantes se ve gravemente dañado o hundido, su valor estratégico se reduciría considerablemente.
La estrategia de la Armada debería reevaluarse, desviando recursos de la construcción de portaaviones clase Ford a otros programas más urgentes. Invertir en submarinos de ataque clase Virginia, vehículos submarinos y aéreos no tripulados avanzados, así como en armas hipersónicas y de energía dirigida, podría ofrecer una respuesta más efectiva a las amenazas modernas. Mantener el enfoque en portaaviones obsoletos podría reflejar una incapacidad para adaptarse a un entorno de seguridad en constante cambio.
La adaptación estratégica es crucial para enfrentar nuevas amenazas globales
La resistencia a abandonar la construcción de portaaviones clase Ford, incluso cuando los portaaviones Nimitz aún tienen décadas de servicio por delante, se percibe como un ejemplo de despilfarro. La negativa a cambiar de rumbo podría ser una señal de decadencia y falta de visión estratégica por parte de Estados Unidos, incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos.
En un momento en que los intereses de la deuda nacional pronto podrían superar el presupuesto de defensa, que ronda el billón de dólares, seguir invirtiendo en sistemas de armamento tradicional sin responder a las nuevas formas de guerra podría tener graves consecuencias. La construcción continua de portaaviones, ignorando el desarrollo de sistemas de armas capaces de neutralizarlos, no solo podría provocar la pérdida de vidas y recursos, sino que también podría poner en peligro la capacidad de Estados Unidos para ganar futuros conflictos.
Los líderes militares y políticos deben reconocer la necesidad de un cambio de estrategia para garantizar la seguridad nacional. La capacidad de adaptarse a las amenazas modernas será fundamental para mantener la ventaja competitiva de Estados Unidos y evitar resultados desastrosos en conflictos futuros.