Resiliente es quizás la palabra mejor define a la planta Cenchrus setaceus, conocida popularmente como rabo de gato. Perenne, de porte herbáceo, y una capacidad innata de expansión, el rabo de gato lleva ochenta años fraguando una silenciosa pero rápida conquista de los ecosistemas canarios. A día de hoy, es casi imposible pensar en una zona verde en la que no destaquen las características flores blancas en forma de pompón. El rabo de gato se encuentra es un problema ya de las siete Islas y en tres (Tenerife, La Palma y Gran Canaria) se ha convertido en un verdadero problema para la biodiversidad de las islas.
Cenchrus setaceus es una planta nativa de zonas áridas del norte y este de África, pero hace años que saltó a gran parte del planeta. Sus hojas aplumadas se pueden ver ya en Sudáfrica, Estados Unidos, México, Australia, Nueva Zelanda y gran parte de Europa. En nuestro continente está presente en Portugal, España, Francia, Italia, Grecia, Bulgaria, Eslovenia y Chipre. En Canarias ha llegado ya hasta espacios naturales protegidos, como el Monumento Natural Risco de la Concepción (La Palma) o el Parque Rural de Anaga (Tenerife). Con su característica expansión y sus graves impactos en el medio natural, se ha convertido en una de las 100 especies invasoras más dañinas de la Macaronesia. Por eso, desde hace años está incluida en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras, que obliga a tomar medidas para su control.
El rabo de gato llegó a las Islas en los años 40 del siglo pasado. Una travesía que realizó, probablemente, con el objetivo de convertirse, como lo han hecho otras tantas, en una planta ornamental. Así lo explica la bióloga de la Universidad de La Laguna (ULL), Beatriz Fariña que desde hace más de una década es voluntaria de varias asociaciones para el control de esta especie invasora. Pero el rabo de gato no solo ha cambiado el paisaje de Canarias.
«Esta planta compite con plantas nativas por recursos como el agua, los nutrientes o la luz», insiste Fariña, que destaca que lo hace «de forma más agresiva que las especies locales». Esto le permite colonizar los suelos poco a poco, especialmente aquellos que se encuentran «desnudos» tras algún tipo de perturbación natural o humana (como ocurre al remover la tierra, en las podas o en el ramoneo de ganado). No es extraño ver estas plantas a la orilla de las carreteras o en terraplenes abandonados. «Poco a poco va alterando el paisaje y modificando notablemente los ecosistemas que invade», insiste, por su parte, el biólogo de la ULL y también voluntario, Víctor de León.
Esta especie exótica llegó a Canarias en la década de 1940 para convertirse en una planta ornamental
Y es que cuando su densidad es muy alta, causa una regresión constante de la flora local. «Forman pastizales que van privando de luz y ahogando a las especies más pequeñas», revela León. Son capaces incluso de sustituir a sus «equivalentes ecológicos», como el cerrillo (Hyparrhenia hirta). Pero tampoco están a salvo las plantas más altas: «pueden acabar ahogándose por los numerosos ejemplares de rabo de gato que la rodean», insiste Fariña.
Uno de los mayores peligros –y lo que más dolores de cabeza ha dado tradicionalmente a los conservadores y a las instituciones públicas– es la facilidad que tiene para expandirse. «Se reproducen por semillas, pudiendo llegar a ser centenares por planta, y son capaces de germinar en los siguientes seis años», destaca la bióloga. Además, son transportadas muy fácilmente por el viento y por el agua, pero también con el aire que levanta un vehículo al pasar, en la trufa de un perro que decidiera olfatearla o pegadas en los zapatos de una persona que pasara por allí.
Además de reproducirse muy rápido sobreviven incluso en las condiciones más extremas. Es inflamable, pero también muy resistente al fuego, y le es indiferente la calidad del suelo. «Puede vivir en suelos ácidos, pero en ligeramente también en ambientes alcalinos, arenosos y arcillosos», reseña León.
En Gran Canaria ha conquistado los riscos de Agaete, en La Palma el Monumento Natural de La Concepción y en Tenerife algunas fábricas de bloques de La Guancha e Icod, empresas de áridos del Valle de Güímar e incluso, el Parque Rural de Anaga. «Es el que presenta un estado más preocupante», advierte León. Los barrancos situados de cara al sur de este espacio natural, como Valleseco, Tahodio o María Jimenez, presentan tal ocupación que, «de seguir ascendiendo por las laderas podría penetrar en el monteverde favorecida por la falta de precipitaciones», destaca Fariña.
Un control continuo
Pero no está todo perdido, como insisten los biólogos, con un correcto control de la gramínea se puede mantener su expansión a raya, aunque se requiere mantener un control continuo pues, de otro modo, a los años volverá a rebrotar.
En este tipo de acciones destacan la que lleva haciendo la asociación Abeque desde 2011. Esta organización realiza convocatorias mensuales de participación ciudadana para el control del rabo de gato en el Parque Rural de Teno, en coordinación con el Ayuntamiento de Buenavista del Norte y la Oficina de Gestión del propio Parque Rural. «La constancia y el compromiso de la ciudadanía han conseguido que la utopía se haga realidad; actualmente el rabo de gato está bajo control en la mayor parte del macizo de Teno», destaca Beatriz Fariña.
Siguiendo su ejemplo, han sido varias las iniciativas de grupos de voluntarios en diversas zonas de las islas. En Tenerife, las asociaciones Desaplatánate y ATAN (Asociación Tinerfeña de Amigos de la Naturaleza) llevan desde 2015 controlando esta especie en varios lugares del Parque Rural de Anaga. Los trabajos se centraron inicialmente en el Barranco del Tomadero en la Punta del Hidalgo, donde gracias a la participación de la ciudadanía, en dos años de visitas mensuales se logró controlar la mancha presente dentro del cauce, incluso se pudo contar con el apoyo de una cuadrilla de verticales del Proyecto de Control de Invasoras del Cabildo de Tenerife. Actualmente sólo es necesario hacer visitas trimestrales de repaso por parte de un pequeño grupo que tiene apadrinado el barranco.
En 2017, coincidiendo con el día del medio ambiente, ambas asociaciones organizaron una caminata a la que acudieron varias decenas de voluntarios hasta una gran mancha de rabo de gato de una hectárea en una ladera del Barranco de La Goleta, en Bajamar.
Desde entonces se acude mensualmente y se ha logrado revertir la situación ya que las plantas nativas han ido recuperando el terreno y han acotado la zona colonizada por el rabo de gato. Actualmente es el colectivo Desaplatánate, con el apoyo de la oficina de Voluntariado del Cabildo de Tenerife, quien convoca mensualmente a vecinos y voluntarios de cualquier parte de la isla.
«El éxito de estos ejemplos ha estado, sin duda, en la constancia», indica Fariña, que sentencia que no ha sido necesario realizar plantaciones de semillas nativas. «Simplemente el hecho de acudir mensualmente ha favorecido que el banco de semillas de las plantas nativas recupere su territorio», insiste.
Pese a estos casos de éxito y algunos proyectos puestos en marcha por el Gobierno de Canarias –como la Red Canaria de Alerta Temprana de Especies Exóticas Invasoras– y el Cabildo de Tenerife –con el Proyecto de control y erradicación de flora exótica invasora en la isla de Tenerife–, los colectivos denuncian haberse encontrado con un cierto «derrotismo» dentro de las administraciones. «Es muy importante que las administraciones y los ciudadanos seamos conscientes de la amenaza que para nuestra biodiversidad suponen las especies invasoras, igual que se retira la basura de las vías públicas se debe eliminar correctamente esta planta tan perjudicial», insiste León.
Los biólogos creen que, entre otras cosas, es fundamental invertir en nuevas tecnologías y técnicas de control. «Ejemplo de ello es el proyecto de investigación del Gobierno de Canarias que busca hongos patógenos locales para frenar el avance del rabo de gato, que ha arrojado resultados esperanzadores», indica Fariña. Sin embargo, como insisten los biólogos, «aún es necesaria la mano de obra humana» ya que es el método que aporta mejore resultados.
Una tarea de todos
Todos los ciudadanos, además de las administraciones, pueden participar en el control de esta planta. Para su correcta eliminación se deben cortar previamente las espigas y meterlas en una bolsa, recoger las semillas que están en el suelo y arrancar la planta de raíz. Mejor si es con una herramienta. En general es conveniente dejar la planta arrancada (sin semillas) sobre el terreno para la protección del suelo y también por facilitar en siguientes revisiones localizar de donde se extrajo.
Para la eliminación de las semillas, y hasta que se habiliten por parte de los ayuntamientos o cabildo, lugares de recogida, se pueden pudrir en un envase de agua durante 4 semanas o, si esta opción no es factible, meter en doble bolsa y tirar al contenedor de basura.
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